Los sopechosos de Ovas

 


Amados,
Los sopechosos de Ovas
En los círculos literarios del exilio cubano, nadie sabe con certeza si El Ciclón de Ovas existe realmente o si es solo un mito tejido por una serie de escritores de Fb, cada uno añadiendo su propio fragmento a la leyenda. Se dice que es un intelectual revolucionario que, tras desilusionarse con el régimen, se desvaneció en el laberinto del exilio. Otros afirman que nunca abandonó la isla y que sus textos, ácidos y provocadores, han seguido apareciendo bajo seudónimos en foros literarios y redes sociales.
Un grupo de escritores e intelectuales, conocidos en ciertos círculos de Miami como "Los sospechosos de Ovas", pasan el tiempo debatiendo sobre su existencia. Joaquín Gálvez, el poeta exiliado con una aguda destreza verbal, se convierte en el narrador de la historia. A él le llega un mensaje anónimo con un enlace a un blog con textos inéditos que supuestamente pertenecen a El Ciclón de Ovas. Hay en ellos una prosa afilada, una burla mordaz a la intelectualidad del exilio y a los oportunistas que hacen carrera como guardianes de la memoria.
—Esto es real —dice Gálvez en un grupo de WhatsApp de escritores cubanos—. Aquí está la voz del Ciclón. Ha vuelto.
El grupo estalla en conjeturas. Algunos creen que es un imitador, alguien que ha estudiado el estilo del Ciclón y lo reproduce con fines desconocidos. Otros sostienen que el verdadero Ciclón está vivo y ha decidido reaparecer en el Café Demetrio. La discusión se traslada a Fb, donde se desatan debates interminables en los comentarios.
Pero entonces, empiezan a desaparecer perfiles. Un crítico que insinuó que el Ciclón no era más que una farsa digital borra su cuenta de Twitter sin explicación. Otro, que afirmó haber conocido al Ciclón en La Habana en los ochenta, publica un último post confuso sobre la verdad y el engaño, y luego su perfil desaparece. Gálvez comienza a sospechar más de los sospechosos y que hay algo más detrás de todo esto.
Un mensaje privado llega a su bandeja de entrada: "Nos vemos en la tertulia del viernes". No menciones nada en redes. La dirección es un café en Coral Gables donde se reúnen viejos intelectuales del exilio. Cuando llega, encuentra a los otros sospechosos sentados en una mesa apartada (son cinco). En el centro, un hombre de edad indescifrable, con gafas oscuras y un cigarro entre los dedos.
—No pregunten mi nombre —dice el hombre—. Ustedes me han llamado de muchas formas, pero me basta con que me llamen el Ciclón.
El silencio se apodera de la mesa. Alguien murmura que esto debe ser una broma. Pero el hombre habla con una voz firme y llena de una ironía que encaja con la prosa de los textos atribuidos al Ciclón de Ovas. Les dice que ha venido porque la literatura del exilio se ha convertido en un circo, que lo han convertido en una leyenda cuando lo único que ha hecho es escribir lo que pensaba. Que los ha estado observando, y que ahora es su turno de decidir qué hacer con la verdad.
—Lo que importa no es si existo —dice—, sino que ustedes han necesitado creer en mí.
Y sin más, se levanta, deja un billete sobre la mesa y se marcha. Gálvez se queda mirando su figura desaparecer en la noche. Alguien pregunta qué significa todo esto. Los sospechosos de Ovas se ríen. Nadie tiene respuestas. Al día siguiente, el blog con los textos del Ciclón ha sido eliminado.
Gálvez abre Fb y escribe una publicación: "Anoche conocimos al Ciclón de Ovas. O eso creemos. O eso nos dejó creer".
Los comentarios se llenan de teorías. Algunos exigen pruebas, otros lo acusan de haberse inventado todo. Pero Gálvez sabe que el mayor truco del Ciclón fue esconderse en la literatura, diluirse entre palabras hasta convertirse en un fantasma que todos persiguen y nadie puede atrapar.
Sin embargo, lo que ni él ni nadie podía prever era que el Ciclón había llevado su desaparición al extremo absoluto. Las desapariciones en redes no eran por miedo ni por conspiraciones literarias. El Ciclón había logrado lo impensable: se había convertido en el Hombre Invisible.
Días después, en la misma cafetería, Gálvez siente una presencia. Un susurro a su oído lo deja paralizado: "No necesitas verme para saber que estoy aquí". Se gira, pero no hay nadie. El vaso de café sobre la mesa se mueve levemente, como empujado por una mano ausente. Un pedazo de papel se mueve en la mesa. Un bolígrafo en el aire comienza a escribir sobre el papel una frase que hace más confundible el estilo del Ciclón. Gálvez se queda atónito.
Desde entonces, los «sospechosos de Ovas» hablan en voz baja, como si el aire mismo pudiera delatarlos. Se detienen en medio de una frase para mirar por encima del hombro, sintiendo un peso extraño en la nuca, una presencia que no se deja ver, pero que acecha. Cada palabra escrita es medida con un rigor febril, cada mensaje enviado es revisado una y otra vez, temiendo que en la maraña de signos se filtre la marca inconfundible de su influencia. Los sospechosos no saben que trabajan para el Ciclón. No saben que sus pensamientos ya no les pertenecen.
El Ciclón ya no es solo un fantasma literario. Ha aprendido a deslizarse entre los huecos de la realidad, a habitar los márgenes donde la literatura y el exilio se entrelazan en susurros y rumores. Es una sombra que nadie puede señalar, una silueta que se funde con las manchas de tinta en los manuscritos olvidados. Su rastro no es tangible, pero está ahí, latiendo en cada línea escrita con un temblor incierto, en cada silencio que se alarga demasiado.
Y cuando cae la noche, cuando los sospechosos creen estar solos, cuando el insomnio los empuja a releer sus propias palabras con un temblor incontrolable, hay un instante en que el aire se torna denso, irrespirable. Un escalofrío les recorre la espalda, un presentimiento gélido que paraliza sus dedos sobre el teclado, que detiene el pulso de su pensamiento. “No están solos”, se oye una voz.
Es una sombra en el reflejo de la pantalla, una silueta que se insinúa en el rabillo del ojo pero desaparece al girar la cabeza. Un aliento frío roza la piel, un susurro apenas audible se enreda en el silencio, y entonces lo sienten… esa presencia, invisible y abrumadora, que se desliza detrás de ellos, que se acerca lo suficiente para envolverlos en un abrazo helado, imposible de rechazar.
Se miran unos a otros, con los ojos dilatados por el miedo, compartiendo la misma pregunta que no se atreven a pronunciar en voz alta.
¿Quién es el Ciclón Invisible?



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