la tragedia de Malva Marina.
Malva nació con hidrocefalia en un hospital de Madrid
Y al estallar la Guerra Civil, la familia huyó a Montecarlo, donde el gran poeta se desentendió de su hija, "un ser perfectamente ridículo", decía él, y de su mujer. La niña murió a los ocho años
Un libro rescata ahora la tragedia
«Mi nacimiento fue como un accidente de tráfico. Me detuve en seco, me quedé atrancada, retenida en un lugar a media vida entre el interior y el exterior del útero, en un túnel negrísimo. Tuvieron que tirar de mí con mucha fuerza para extraerme hacia la luz del día. No es de extrañar considerando el tamaño que tenía mi cabeza ya entonces, aunque su verdadero e imparable crecimiento aún no había empezado. Así y todo lograron sacarme y fui a parar a una fría habitación de hospital que excluía eficazmente el tórrido calor de Madrid...».
Así comienza la narración de Malva (Ed. Rey Naranjo), la primera novela de la poeta neerlandesa Hagar Peeters. Han pasado 84 años y Peeters sacude el manto de misterio que durante ocho décadas cubrió la vida de esta niña con hidrocefalia, Malva Marina, ocultada y repudiada por su propio padre, uno de los más grandes poetas de la historia. Malvita, como la trataban en familia, vino al mundo en Madrid en 1934 y murió a los ocho años en Gouda, la ciudad holandesa que da nombre al famoso queso. Fue hija de Pablo Neruda, única y legítima, fruto de su matrimonio con Maria Hagenaar Vogelzang -Maruca-, con la que se había casado en Java cuatro años antes.
Estamos a 18 de agosto de 1934, dos años antes de que estalle la Guerra Civil española. Malva acaba de nacer en un hospital madrileño. Y en principio nada hace suponer que aquella criatura de gran cabeza, a la que han bautizado como Malva Marina Trinidad Reyes Basoalto, más que unir a sus padres, supondrá el comienzo de una tragedia.
Malva, flor de agua que crece cerca del mar, nació con una cabeza desproporcionada, fruto de una hidrocefalia que anunciaba una muerte prematura, irremediable. «Una criatura (¿lo era?) a la que no se podía mirar sin dolor», la describió el poeta Vicente Aleixandre tras una de sus visitas a la pequeña, en el céntrico barrio de Argüelles, donde Rafael Alberti les había encontrado hogar en la quinta planta de la Casa de las Flores, así conocida por la cantidad de jardineras abarrotadas de geranios que decoraban (y que hoy todavía lucen) sus grandes y luminosos balcones.
Pero en Neruda, seudónimo bajo el que se ocultaba el chileno Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, el nacimiento de una hija enferma estaba fuera de todos sus cálculos. Primero la ocultó -«es un ser perfectamente ridículo», llegó a decir, «una especie de punto y coma»- y después borró a la «vampiresa de tres kilos» de su vida, abandonándola para siempre. Cuesta entender que del autor de Cien sonetos de amor nacieran tales palabras. Él, además, que era hijo de un obrero ferroviario y de una maestra de escuela, cuya infancia y juventud tampoco habían sido fáciles. Como no lo fue su matrimonio con la bella Maruca o también la Javanesa, en alusión a su origen, la isla de Java, siguiendo la costumbre del poeta de rebautizar a sus conquistas. Él, de su puño y letra, la retrataría así en Confieso que he vivido: «Era una mujer alta [superaba el 1,80] y suave, extraña totalmente al mundo de las artes y las letras». Y también a los ambientes de fiestas y bohemia que tanto gustaban al que iba a ser su esposo (se casaron en Java el 6 de diciembre de 1930), entonces cónsul de Chile en la isla.
No sólo fue la primera esposa del laureado escritor, sino que además era la madre de Malva Marina, su única y malograda descendiente. Tras conocerse en un partido de tenis celebrado en uno de los clubes más refinados de Java, Neruda yMaruca se casaron. Sería una luna de miel corta y con final traumático. Chile lo reclama y, de vuelta a Santiago, la capital donde Neruda se corrió sus grandes farras, el cambio de vida resulta un infierno para la flamante esposa. El poeta no tarda en reencontrarse con sus amigos juerguistas del pasado y vuelve a la dolce vita, en compañía de escritores, pintores, músicos y mujeres, su pasión y perdición.
Maria Hagenaar, embarazada, sin amigos y con un marido al que sólo ve al amanecer, se rebela. Ya no soporta más ausencias e infidelidades y quiere volver a Europa. Neruda, para aplacarla, echa mano de influyentes amigos del Gobierno y consigue que lo envíen a Madrid. La República manda. Y la ciudad es un hervidero de escritores, artistas, filósofos, músicos, científicos, arquitectos, escultores... la vanguardia de las letras y la ciencia en aquel Madrid da nuevos ánimos a la pareja. Tras unos meses como agregado en el departamento cultural de la embajada de Chile, es ascendido a cónsul general. El glamour vuelve a sus vidas .
La bienvenida de Lorca
En la quinta planta de la Casa de las Flores, entonces símbolo del vanguardismo urbanista, la tranquilidad parece reinar. Malva, dicen los médicos, sigue creciendo a buen ritmo en el vientre primerizo de Maruca. Faltan tres meses para su llegada al mundo. Y Neruda, el futuro padre, dedica más horas a organizar tertulias en su casa que al consulado.
Hasta que nace Malva y ya únicamente los íntimos -Federico García Lorca, Rafael Alberti, quien le había conseguido el piso de alquiler en Argüelles, Vicente Aleixandre...- eran bien recibidos. Lorca, desde Granada, le dio la bienvenida a Malva como mejor sabía: Delfín de amor sobre las viejas olas,/ Cuando el vals de tu América destila/ Veneno y sangre de mortal paloma/ Niñita de Madrid, Malva Marina,/ No quiero darte flor ni caracola;/ Ramo de sal y amor, celeste lumbre,/ Pongo pensando en ti sobre tu boca.
Al parecer, al comienzo Neruda no era muy consciente del alcance de la enfermedad de su hija, a la que consideró «una maravilla» al poco de nacer. De esa ceguera propia de padre debutante dan fe las palabras de un Vicente Aleixandre sorprendido, tal vez asustado, quien tras visitar a la recién nacida trazó con palabras la radiografía de aquel cuerpecito «con cabeza feroz, crecida sin piedad...». Dice así: «Salí a la terraza corrida y estrecha, como un camino hacia su final. En él, Pablo, allá, se inclinaba sobre lo que parecía una cuna. Yo le veía lejos mientras oía su voz: "Malva Marina, ¿me oyes? ¡Ven, Vicente, ven! Mira qué maravilla. Mi niña. Lo más bonito del mundo". Brotaban las palabras mientras yo me iba acercando. Él me llamaba con la mano y miraba con felicidad hacia el fondo de aquella cuna. Todo él ciega dulzura de su voz gruesa. Llegué. Él se irguió radiante, mientras me espiaba. ¡Mira, mira! Yo me acerqué del todo y entonces el hondón de los encajes ofreció lo que contenía. Una enorme cabeza, una implacable cabeza que hubiese devorado las facciones y fuese sólo eso: cabeza feroz, crecida sin piedad, sin interrupción, hasta perder su destino...».
Muy pronto, cuando comenzó a tomarle el pulso al mal de la niña, la desilusión de Neruda fue en aumento. Se fue alejando más y más de su hija, y también de su esposa. Es probable que para entonces mantuviera alguna relación con la argentina Delia del Carril, La Hormiguita, por la que después abandonaría a su mujer y a su hija.
A un mes del nacimiento de su hija le confiesa por carta a su amiga Sara Tornú, esposa del poeta argentino Pablo Rojas Paz, con la que Neruda habría mantenido algún flirteo: «Oh Rubia queridísima... La chica [Malva] se moría, no lloraba, no dormía; había que darle con sonda, con cucharita, con inyecciones, y pasábamos las noches enteras, el día entero, la semana, sin dormir (...) Aquella cosa pequeñilla sufría horriblemente, de una hemorragia que le había salido en el cerebro al nacer. Pero alégrate, Rubia Sara, porque toda va bien; la chica comenzó a mamar y los médicos me frecuentan menos...».
Tras una etapa plagada de desencuentros, infidelidades de él y de rechazo hacia su hija, en 1936 el poeta abandona definitivamente a su mujer y a su niña para irse a vivir con la Hormiguita. Las deja casi sin dinero en Montecarlo, ciudad a la que llegan huyendo de la Guerra Civil. Maruca cruza toda Francia con su niña enferma hasta llegar a Holanda, donde se instala en la ciudad de Gouda. Madre e hija pasan hambre y penurias. Maruca vive en pensiones y trabaja en lo que encuentra mientras a su niña la deja al cuidado de una familia cristiana. Suplica a Neruda que le mande dinero para poder darle de comer a su hija: «Mi último centavo lo gastaré en enviar esta carta».
La hija olvidada por el nobel de Literatura murió el 2 de marzo de 1943 en Gouda, donde está enterrada, lejos del mar donde crece la flor de la Malva Marina. Tenía ocho años. [Su madre, a través del Consulado de Chile en La Haya avisa a Neruda de la muerte de la pequeña y le pide reunirse con él. El silencio fue su respuesta].
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