una casa en las nubes
"Como Rimbaud, yo odiaba el lugar en que había nacido; y lo odiaré hasta el día de mi muerte. Mi más antiguo impulso es el de huir de casa, de la ciudad que detesto, del país y de su gente con la que no siento nada en común. Como él, he sido un niño precoz que ya recitaba versos en lengua extranjera cuando todavía me sentaba en una sillita alta. Empecé a caminar y a hablar mucho antes de lo normal y a leer el diario antes de ir al jardín de infantes. Siempre fui el más chico de la clase y no sólo el mejor alumno sino el favorito de mis maestros y compañeros. Pero, como él, yo también despreciaba los premios y recompensas que se me otorgaban y fui expulsado varias veces de la escuela por mi mala conducta. Mientras fui a la escuela, mi sola misión parecía ser la de burlarme de los maestros y de las lecciones. Todo era demasiado fácil, demasiado estúpido para mí. Me sentía como un mono amaestrado.
Desde edad muy temprana, fui un lector voraz. Para Navidad, sólo pedía libros, veinte o treinta por vez. Hasta los veinticinco, casi nunca salía de casa sin llevarme uno o dos libros bajo el brazo. Leía de pie, mientras me dirigía al trabajo y, a menudo, aprendía de memoria largas tiras de poemas de mis poetas favoritos. Recuerdo que uno de ellos era el Fausto de Goethe. La consecuencia más inmediata de esta permanente absorción en la lectura fue inflamar aún más mi rebeldía, estimular en mí el deseo latente de viajes y aventuras y hacerme anti-literario por naturaleza. Me sentía lleno de desprecio por todo cuanto me rodeaba, alejándome gradualmente de mis amigos imponiendo carácter solitario y excéntrico que hace que los demás nos tilden a menudo de «bichos raros». Desde los dieciocho años (edad en que se produjo la crisis de Rimbaud) me sentí decididamente infeliz, desventurado, mísero y abatido. Sólo un cambio radical de ambiente parecía capaz de disipar ese mal humor. Me mandé mudar a los veintiuno, pero no por mucho tiempo. Como en el caso de Rimbaud, mis primeras escapadas tuvieron siempre consecuencias desastrosas. Siempre volvía a casa, voluntariamente o no, y siempre desesperado. Parecía no haber salida ni manera de conquistar mi liberación. Me dediqué a los trabajos más insensatos, es decir, aquellos para los cuales estaba menos capacitado. Cómo Rimbaud en las canteras de Chipre, empecé con el pico y la pala, como jornalero, trabajador de temporada, vagabundo. Hasta hubo esta similitud: que cuando me iba de casa, era con la idea de vivir una vida al aire libre, de no abrir jamás un libro, de ganarme la vida con mis dos manos, de ser un hombre de espacios abiertos y no un habitante de pueblos o ciudades". Henry Miller.
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