la mala influencia y el mal gusto, por Juan Carlos Recio Martinez

 


Fritz von Uhde (1848-1911) ~ Seamstress in the Window

Luego iremos al detalle, porque hay poetas que defenderé por su estilo, pero pasaron de la buena poesía a muchas situaciones de contenido superfluo por estar siguiendo a su vaca sagrada preferida y resulta que el cimático, nunca ha escrito bien, es demostrable, incluye la mala influencia y el mal gusto, pero bueno: esos detalles llevan más especificidades y tiempo. Por ahora los dejo con el sermón del miércoles

En los tiempos actuales, se percibe una relación hipócrita en la tendencia a trivializar las poéticas, tratándolas como meros productos de consumo, algo que puede ser fácilmente utilizado y descartado. Esta actitud no es solo superficial, sino que también desvía la atención de lo que alguna vez fue una literatura significativa, especialmente aquella que floreció en la Cuba de los años ochenta. Esa literatura, a menudo elogiada por su calidad y profundidad, es ahora relegada a un rincón del pasado, etiquetada como irrelevante por los nuevos comunicadores, quienes parecen ignorar el valor estético y el pensamiento profundo que representaba.
Es preocupante observar cómo tanto los jóvenes como los veteranos, que alguna vez fueron los defensores de una poética más sustancial, han caído en la trampa de desmantelar el cuerpo semántico de la poesía. Esta deconstrucción, envuelta en una parafernalia de victimización de ciertos géneros literarios, solo sirve para alimentar una cultura donde la poesía se convierte en un mero producto de consumo rápido. En lugar de ser una herramienta de reflexión y transformación, la poesía es ahora utilizada como una estrategia para ascender en el escenario mediático, sin considerar la profundidad o la innovación que caracterizó a las generaciones pasadas.
Es crucial recordar que aquellos que intentan simular una ruptura con las generaciones anteriores, sin alcanzar la misma profundidad y relevancia, están jugando un juego peligroso. La generación de los ochenta y los noventa, que rompió con el quinquenio gris y se convirtió en una sombra creativa de figuras como Lezama, Virgilio y Martí, no lo hizo desde la superficialidad, sino desde un compromiso profundo con el arte y la cultura. Intentar replicar esa ruptura sin el mismo compromiso solo conduce a resultados mediocres.
En este contexto, es alarmante ver cómo los esfuerzos de los jóvenes escritores se desmoronan en la corriente de esta nueva moda. Sus intentos de referenciar exclusivamente a su propio círculo se ven afectados por la falta de afinación en sus letras, que oscilan entre el reguetón más superficial y una poética que parece más una caricatura de lo que alguna vez fue. Esta tendencia refleja un alejamiento de la verdadera esencia de la poesía, que no debería ser dictada por las modas, sino por un profundo entendimiento y respeto por la tradición literaria.
Es importante señalar que todo lo que verdaderamente marca una época eventualmente regresa a sus raíces. Los grandes movimientos literarios no se construyeron sobre la base de seguir tendencias, sino sobre la capacidad de sacudir las bases del pensamiento con contenido profundo y auténtico. Aquellos que hoy en día buscan innovar deben recordar que la innovación real no se trata de rechazar el pasado sin más, sino de comprenderlo profundamente y construir sobre él.
Además, nos enfrentamos a una nueva generación de escritores que parecen ver a figuras como Rimbaud o los clásicos homéricos como fantasmas lejanos, irrelevantes para su tiempo. Sin embargo, es irónico que estos fantasmas podrían asustarse al ver cómo estos jóvenes están cayendo en una trampa de superficialidad y autoengaño. Aunque algunos pocos logran destacarse con originalidad y gracia, la mayoría se conforma con plagiar y seguir la corriente, tal como sucede en la música urbana y en otras expresiones culturales que privilegian lo fácil y lo inmediato.
Los moldes en las lecturas y sus retroalimentaciones no pueden ser útiles si se limitan a repetir lo que otros ya han dicho. El verdadero valor de una lectura radica en la capacidad de cuestionar, interpretar y transformar lo leído en algo propio, en una respuesta creativa y original. Un lector auténtico no se limita a consumir pasivamente, sino que se involucra activamente en el proceso, construyendo su propio círculo de reflexión crítica.
De igual manera, un creador o un poeta que no asume su papel como lector de lo que escribe difícilmente comprenderá el verdadero alcance de su obra. La autenticidad en la creación no se logra siguiendo moldes preestablecidos o repitiendo fórmulas conocidas. Tanto el creador como el lector deben estar dispuestos a desafiar las normas y a explorar nuevas formas de expresión, no para ignorar lo atemporal, sino para reinterpretarlo desde una nueva conciencia creativa.
En un contexto artístico que está en constante evolución, es fundamental no perder de vista lo que realmente importa: la calidad, la profundidad y la capacidad de una obra para sobrevivir más allá de sus defectos. Esto no se logra a través de rupturas superficiales o de retóricas vacías, sino desde una comprensión genuina de lo que significa la liberación creativa. El arte que perdura es aquel que se niega a ser domesticado por las modas, que se resiste a ser reducido a un simple producto de consumo, y que, en cambio, busca desafiar y expandir los límites del pensamiento y la imaginación.
Finalmente, es esencial recordar que la verdadera poesía no huye de la metáfora, ni se pierde en fraseologías vacías. La poesía auténtica se atreve a fusionar lo lúdico con lo crudo, a explorar la complejidad de la experiencia humana en todas sus dimensiones. Solo así podemos esperar que lo que realmente importa en la poesía, y en el arte en general, perdure y siga siendo relevante para las futuras generaciones.
Koniec
Juan Carlos Recio Martinez

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