PONTE ANTE PONTE, por Juan Carlos Recio Martínez

 


PONTE ANTE PONTE

Se requiere de mucha desesperación, insatisfacción y desilusión para escribir unos pocos buenos poemas.
Charles Bukowski
El arte de lo meditativo y la consagración de lo perfecto puede darse en un texto, casi un hueso, “duro de roer” desde ciertas perspectivas del lenguaje que me recuerdan a Vladimir Maiakovski con sus “pantalones en nubes” y aquella mirada antecesora de manifiesto futurista, que incluía una visión “del mal gusto”, que, a mi juicio, lo hace un poeta al que no leería en ningún momento posterior a la clase de literatura. Porque ni como lector me gusta pensar en algún soporte humano para esa bestia corrosiva de la palabra. Incluso, desde su costura rusa, la cuestión no se enmarca en lo que la moda nos regresa, o el resultado de la influencia de los ritmos y las letras de canciones, de los más agresivos cotorreos urbanos, dejan caer, con todo el subconsciente a la ligera, de aquello a los que “algunos huimos en puntillas de nosotros mismos”. Incluso, si nos vemos en sintonía con unos cuantos “versos” que describan los ambientes vulgares o sucios, no con la sabia y la atmósfera de la magistral indecencia de Charles Bukowski (el constructor de encantar corrientes que se embrollan en logros astutos, y capítulos donde se narra en verso las secuencias más ilógicas de las causas existenciales), para darle nombre y apellidos al estado vulnerable de la lógica. Entonces te encuentras con el siguiente poema de José Antonio Ponte:
Ah, vida de hotel
Convenio establecido:
la toalla en el piso
exige ser cambiada por otra toalla limpia.
No importa la sequía,
tampoco la tarjeta, cerca del lavamanos,
que avisa los peligros que acechan al planeta.
Abajo relumbran las piscinas. Tras la puerta,
el diagrama de evacuación en caso de incendio
o de desastre. No hay lámpara encima del escritorio, apenas quedan hojas con membrete, ningún sobre: aquí no viene gente dispuesta a escribir cartas. Puede echarse de menos una Biblia,
el directorio telefónico,
la lista de tarifas de llamadas.
En la mesa de noche, como revólver nuevo,
el mando del televisor.
Los percheros aguardan por el manotazo
que los haga entrechocar.
La caja fuerte se confunde con un horno microondas. Haber entrado, siendo niño,
al aviario ya desaparecido,
lleno de miedo por el aletear de los pájaros,
ha de brindar algunos privilegios.
Dar de comer a las carpas, al salir del restaurante, como a mascotas propias, y regresar a la cuestión
de cuántos años viven estos animales.
¿Será posible que uno de ellos…?
Las franjas azules de las tumbonas son más gruesas, más ostentoso el filo dorado en la vajilla.
Volver es enfrentarse a vulgaridades nuevas
o irrecordadas.
Cambio completo de toallas en la habitación
a pesar de la suerte del planeta.
Donde dejaban antes flores naturales,
un chocolatico.
Puesto sobre la lengua, cerrados los ojos,
ese chocolatico conduce al viaje perfecto:
la habitación se llena de recuerdos verdaderos,
de recuerdos falsos,
que hacen boquear al huésped como una vieja carpa.
Texto al que llego después de ser advertido por críticas en contra, por interno, y aseveraciones espléndidas de aprobación, en público.
En mi no humilde opinión, el poema ocurre, transcurre, dentro de un circuito narrativo interno, que se desplaza a conciencia, desde esa zona del lenguaje tan mal usada y escrita en innumerables veces por José Koser, (el discípulo más mal plantado de todas las corrientes inapropiadas y chabacanas en el lenguaje ordinario popular, a estas alturas de su cercana muerte, maestro de esas mismas ceremonias), Ponte nos refiere sin complejos un cuadro donde no debemos interferir con una búsqueda sonora del lenguaje porque su objetivo, en tanto meditamos en lo que significa el caos y la descriptiva de una época donde no entran mariposas volando a una habitación de hotel, donde se explícita el estado físico del ánimo que pudo y provoca su mirada estricta y profunda de aquello que en muchos otros se convierte solo en una repetición de absurdos que pretenden darle un cuerpo poético al espacio emocional, con entuertos de un lenguaje usado para empeorarlo. Ponte lo sabe, y se esmera en pasar sobre ese borde del abismo con soltura.
No me siento cómodo con el lenguaje de este texto, que igual no podría ser de otra forma, porque no se trata de finuras mientras meas en la soledad de una vida. Aquí Ponte coloca el elemento de la memoria y entra a la conciencia poética (“Haber entrado, siendo niño, al aviario ya desaparecido,
lleno de miedo por el aletear de los pájaros,
ha de brindar algunos privilegios.”), de lo que desde un inicio, nos advierte que ya no te encuentras en una vida de hotel como en los tiempos donde se instruía que a las necesidades básicas del viajero no le faltara aquello que reconfortara una guía para llamar a los desconocidos también, una biblia para el después de los pecados o un momento en esa habitación impecable donde hasta Dios finalmente estaría a gusto para escuchar nuestros anhelos, mientras, con diminutivo y todo, se daba el lujo de saborear un chocolatito.
Y claro que es una contradicción de lo profundo, desde y hasta un hombre como José Antonio Ponte, tal vez uno se equivoque y no sea un inadaptado total de aquello que se presenta en una amplitud sea moral o de dimensiones completas, porque resulta que lo que hace fluido a Ponte es ser el propio Ponte (amén de las corrientes de moda, que nos atacan por estas épocas donde las restricciones del lenguaje no se abstienen de inocularnos materia fecal) a las que en este contexto del poema objetado, y por suerte para las cosas en las que su invención no es tan metafórica ni nostálgica, pero hacen del pragmatismo de contenido una pieza existencial donde colisionan y son elementos de juicios, de una manera de sofocar los excesos, incluso en textos como este, que nos muestra un poema desde su nacimiento, con los condimentos al uso, alarmante, de lo anti poético como recurso que patentiza que el contenido puede llevar el riesgo de rasgar lo que se escucha.
Pero debemos intervenir en lo que se interpreta, desde una cámara fotográfica, que en este caso nos permite ver aquello que, con frecuencia maldita, nos coloca ante lo que hace ver al planeta en su espejo del deterioro, refiérase al mal gusto, el pésimo servicio de lo “confortable” o la ausencia de eso que llamamos el descanso de la calma (karma), en una escena donde, por su mentalidad, el caos predomina.
Juan Carlos Recio Martínez

Commentaires

Articles les plus consultés