LA PASIÓN DEL IGNORANTE, de Juan Carlos Recio Martínez, Ediciones Hoy no he visto el paraíso 2011.

 



Recio Juan Carlos


Recuerdo cuando hace más de 30 años, Pedro Llanes, Heriberto Hernández, Jorje Luis Veleta Mederos, Joaquin Cabezas de León, Antonio Pardo, entre otros poetas, me dijeron con toda razón, que las lecturas se organizaban en esa especie de biblioteca cerebral no por estímulos de afinidad, por el placer de leer y memorizar lo que “ficciona” la existencia; no los he visto hace mucho a los que siguen en este mundo, no me visitan los que se fueron, pero aquí hay una parte de ese razonamiento que me di a la tarea de componer, y se trata de de La Pasión del Ignorante, un libro que Margarita García Alonso se dio el lujo de trabajar y editar, con un vistazo también de nuestra Sonia Diaz Corrales, la chacha, como le dice Margarita, y que en lo reciente tienen en sus manos Adalberto Guerra que no ha dicho ni pío y Ana Ivis Anaivis Caceres, que no ha dicho tampoco nada. Ahora bien, este cuaderno es el final del libro. No renuncio a la literatura. Ustedes pregunten si ya la abandonaron. Apruebo este mensaje:
“…la enfermedad del ignorante, es ignorar su propia ignorancia.” Amos Bronson Alcott.
LA PASIÓN DEL IGNORANTE.
"Dedico estas pasiones, a los amigos que me leyeron sus versos inéditos, a las lecturas de los clásicos que no hice a tiempo, a los títulos que vi en el librero sin leerlos, a todas las lagunas que me ahogan".
PASIÓN PRIMERA. La partida
Como si aprisionara un ciervo
en las corrientes de aire
y con el pez espada que llevaría mi bote,
como Christian Andersen
levantando las vigas del techo
para que Esquilo pase una noche cristiana
y Demóstenes busque en su ley
la ética primera del discurso,
Descartes aludido en la severidad:
-los soberanos tienen el derecho
de modificar en algo sus costumbres
en cambio Proust predicaba de Taine
las oscuras contraseñas del ocio
poniendo su recherché en la oración.
Como si el rey Pepino al husmear en mis medias encontrara a Pipa bailando con ladrones
en un pueblo de espejos falsificados;
como si Charlot fuera el idiota de Fiodor,
el tonto jugador en el otoño del patriarca
y no tuviese abrigos por los charcos de la vida; agónica exclamación de un niño prodigio.
Como si el tambor de hojalata desamparado cohabitara y el maestro y Margarita me ignorasen porque los perros del paraíso los asustaron;
oh, Judas, como Martín Fierro
en las tierras perdidas de Cómala
buscando a los ángeles errantes,
llegada la primavera y en el acoso;
en el reino de este mundo,
mientras agonizo
viendo el pan dormido, como Casal, como Rilke,
eufórico por la tierra de Dios,
por la piel de onagro en sus visiones.
Oh, Judas, mi condición humana
mi pastoril de los días, mis noticias del imperio
mi buscaluz colgado de las lámparas
mi viaje a la semilla, mi premio flaco;
mis instintos de conservar la especie,
mis hermanos Karamazov
en el nombre de todas las deudas.
Yo, el barón rampante, yo el supremo.
El mejor acertijo. Yo tallo mi diamante. Soy mi diamante. El obús de niebla, el murciélago en la corte del rey Arturo, sin poder llegar a la montaña mágica ni con todas las rimas o leyendas ni al nombrar las rosas y los cementerios con el péndulo de Foucault bajo la tierra; para que Saint-John Perse no odiara el barro o la lluvia copiosa de los estandartes, los miserables lagartos que le roían el techo. Oh, Judas, ni Nat King Cole ni Bola de Nieve, ni los escapularios ni la verja del patio donde picaron a mi hija; ni en Candonga, ni en el ejército de Jenofonte, como hijo de hombre, como juez lego, como sordina de luto en los estandartes; como si fuera la mejor condición humana y escapar alcanzada la definición por la ciudad y los perros en la peregrinación de Baoyan; en el globo de Matías Pérez,
en los cuatro presidentes que ha tenido Cuba después de mil novecientos cincuenta y nueve, en el molino de viento de una antigua carroza; antes del alba, en el sueño de una noche de verano, con Patrick Suskind, ululante, sin perfume.
¡Absalón, Absalón!,
las frases cortadas en el pasado del cielo,
la reunión del tabernáculo y Taras Bulba y las Luisiadas y los ángeles errantes y el árbol de la vida, con Fina García Marruz y los sonámbulos en las calles de Praga, Berlín, la avenida del Puerto, la acera del Louvre, la casa de Paula;
la flor de la champaca, Lina de Feria, la princesa que duerme encantada en la última playa. Las etapas del odio sin cruzar las favelas, sobre mi propio hallazgo con el pequeño príncipe; los laberintos del vientre de una mujer
que esta mañana
bebió en la misma taza que usaba Hemingway, sobre un país prohibido hasta la angustia, sobre la emperatriz de México y de América la misma que cuando era niña tenía los cabellos castaños y su cama era un nido blanco alfombrado con nieve; oh, Judas, sobre mí que llevo la ofrenda a que la vistan y saludo a los muertos en la nieve, sobre mí que he visto colgar ciertas esfinges y amedrentado las llevo en la cabeza
y desde entonces soy, Andrea Dogli Implicate, o sea, Andrés de los ahorcados.
PASIÓN SEGUNDA. La cuesta.
Oh, Judas, cómo podré subir a la tierra de los cananeos
si esta ignorancia que llevo a todas partes me deja ciego,
como Adam Buenos Aires; el perseguidor, cien años solo, sin fiestas. Como si no fuera justo salvar el mundo en las catedrales del alba. Oh, Judas, crucificaos en mí, no sin antes amar los unos a los otros; porque soy un pobre necio en el descuido de quien nunca tuvo un puente para besar a Mariannik, ni una pata de palo, ni palabras perdidas:
salvad mi ignorancia cuando ataque los molinos, en el robledo de Corpes, la letra escarlata con las que escribí en las nieves del Kilimanjaro, en las carreteras del sur, en el Aleph, en la caja de música con la bayamesa y en mis distancias.
Oh, Judas, ¿cómo podré subir al cisne de la fuga?
¿Cómo podré para librar el opio?
PASIÓN TERCERA. Agujeros.
Yo, Lázaro de Tormes,
lleno de miedo ahora, ridículo, invisible, yo de cuarenta años de existencia, a quien viva dentro de un siglo, dentro de cualquier cifra de siglos, -a ti que no has nacido aún te buscarán estos miedos-.
Cuando leas que era invisible, seré visible, y no estés tan seguro de mí por las esquinas de un silencio
o que estaré contigo par ver cuando te desprendas los ojos
y los lances a las cúpulas de las iglesias; aunque sin mí, sentirás lo ridículo que era. Lleno de muerte ahora, con una pierna del otro lado del cielo bocarriba y dantesco; seré un invisible contador de agujeros y verás por ellos
cuánto de risa y de miedo serás tú si llegas a tener cuarenta años de existencia, y eres un vampiro en el huerto de Melibea: seremos los dos un par de tontos en la colina;
el diario de la peste,
la ciudad de Martha Abreu y la bota de un niño y un corazón pastando en la floresta, como pequeñas dinastías parecidas a mundos desarmables;
a la rama dorada que tenemos que arrancarnos,
como si fuésemos el mismísimo sacerdote de Aricia como esas dinastías que nos tienden,
porque en la ciudad, los perros están más altos que una luna.
PASIÓN CUARTA. Música en mi coche.
Este es el tren y la linterna para sabernos cómplices,
porque Hemingway lo quiso
sin saber que nos habíamos disfrazado de boxeadores, envenenados con niebla en los parques vacíos como la dictadura del placer los fines de mes con todos los deseos de ponernos el danzón en el ombligo el chachachá y el hueco de una palma, y Amadeo Roldán capaz de componer las musas.
Este es el tren y la linterna para sabernos clandestinos
después de beber en un charco,
dar vueltas tras un árbol donde se esconde Celia Cruz y, en sus trajes.
Este es el coche de caballos blancos llevando sus restos por New York
y la muchedumbre que canta para no quedarnos sin música cubana;
o llevaré sus restos a guarecerlos de fulguraciones y
embrujamientos, haré un solsticio estival
para bailar todos en la hoguera de su ombligo y no nos dejes Celia sin música cubana en este exilio o pasaré por ti, como un cadáver, en la niebla de unos charcos que puestos en tu ombligo, te harán el polvo, de los días, interminable.
PASIÓN QUINTA. El sueño.
Un día habrá en que baje del tren y no haya nadie esperándome, la calle vacía hasta la estación las casas a ambos lados; si ese día, después de la muerte, sientes el existencialismo como las últimas orquestas del olvido, sabrás de la pistola caliente con la que te apuntaron. Si ese día nadie te alquila una traición, y la casa es como un árbol,
sabrás que cada día muero veinticuatro horas y la felicidad y otros abusos me conduelen; si ves, ese día, un monte de espumas y a hombres que caen por la cicatriz del velo; el suicidio de los cobertizos, los amigos descubiertos en pueblos que viven a las afueras del mundo,
en catedrales que bajan y ciudades como pozos; si ese día Fray Bartolomé de las Casas te pregunta por el señor presidente, solo dile que muchos han estado presos por la música de un cisne, ah, y por favor, diles que no me maten.
PASIÓN SEXTA. En el jardín.
Hay jardines que no miran detrás de nadie, embarcación salvaje, trasnochador, seno de mujer; amigos que solo pueden compartir su angustia y están muertos bajo las historias de sus ángeles, última tentación a mí mismo.
Con lo poco que tengo les daré una limosna, unos versos de esta patria alucinada, entre la luna y el mar,
como una emigrante que mecía las piernas por la orilla floreciendo que baña el río Yara. Por las manos de trapo que en el patio, Magdalena entierra a su antojo de cara al sol, y en una feria rusa donde no alcanzamos a ver la forma en que el verdugo vendía nuestra limosna; donde al mirar por la colina el ahogado izaba su cabeza, donde la torre de Pisa es una reina frustrada sobre el mar y la montaña,
donde los callejones pasan tan solos que no podemos verlos; mientras Céfiro en las sombras afina su violín.
PASIÓN SEXTIMA. Escalera.
Esta es la linterna del tren que parte y la línea del crepúsculo donde ofrezco de viajero
la arcilla de los miserables, la brújula y el mapa de los muertos, griegos como Homero, cadetes como Rilke. Donde ofrezco de viajero
la tierra de Benjamín y la cofradía de los héroes, la nostalgia de ver en lodos el ángelus y los senos de las pocas doncellas que vinieron al bautismo. Acuciado, a los que van al sur,
ofrezco las victorias y la doble moneda nacional, los clavos inservibles de las añoranzas;
el foso y la escalera
por donde desciendo a mis antepasados, Sísifo espera a la vuelta que encuentre la mejilla de mi Eva; dos gardenias para ti y un acertijo, para guardarlo en la tercera falda de Ana Bronski. Patear los destinos como un copo de nieve que se guarda, patear la nave que es este pueblo cruzando el arco en fuego del jardín, como Paula Mori sobre el rostro de su padre.
PASIÓN OCTAVA. Dentro del invierno.
Una noche de invierno, mientras el tren se escondía, ella patinaba con miedo en las pupilas y corceles y porches desterrados; Entramos una noche en el invierno, ella patinaba sobre el estanque de hielo de luna blanca,
su corazón era una caja de música; la falta de estiércol por la que soy millonario. Una noche de invierno
por la orilla floreciente que baña el río de Yara, ella se convirtió en el pez que le saltó a Sican; no siempre uno es una ciudad o una estepa vacía, no siempre a Nicolás lo dejan fuera de los caros hoteles no siempre se es un guardián,
en medio de esta celda donde las soledades caen tras sus orejas;
ni las bailarinas, en primavera, cuando los trenes salen de sus tumbas, van al lago del parque central, a congelarse, y a ver los patos.
PASIÓN NOVENA. El trigal.
Si un cuerpo atrapa al otro al ir por un trigal, si es preso y no deja dormir
metido en una caja de fósforos, por aquello de ¿quién va a cruzar el cielo en busca de cipreses si en esta ciudad somos barcos extranjeros?
Cúpulas vacías, agonizantes en el miedo, vulgar aire de paseo
donde no cae la nieve. Y las muchachas no encuentran su parecido, al contarse los huecos de la cara y bajo el brazo de otro que pasó sin recordar los inviernos.
Si uno le teme a la casa como a los baños públicos, porque de noche parece un hueco de la calle y uno de noche, sobre un tren,
observa a los hijos del vecino ensuciar las paredes, si debajo solo hay jardines y muchachas muertas; y también se le teme a la incierta vigilia de los puertos desde donde se mira con la burla de los locos, caer la nieve que sigue no siendo nuestra. Si uno es un trigal y el guardián ha muerto, dejará este mensaje para el Rey: Me comeré los sauces que no conozco a la segunda vuelta de Cristo;
y saldremos convertidos sin encontrar a Roma, ocultos en una botella, echados al mar. Señor Arcipreste, saldremos a buscar violinistas como sombras de luz en mi cadáver; entre la espada y la pared, delirios de copias que hoy se distribuyen: No temáis a una muerte gloriosa. Y saldremos a buscar, señor Arcipreste, porque no hemos estado donde las esclusas y es horrible creerse un animal muerto, ser picoteado,
y no viajar a otra ciudad donde un desconocido eleva su cabeza sobre animales públicos que son la primavera.
PASIÓN DÉCIMA. A la entrada del pueblo.
¿Si esta es la linterna del tren que parte, quién va a tender los muertos en el alambre del vecino con los pies para el cielo? Si huimos en puntillas de nosotros, ¿quién va a tender los muertos?, si hasta los pájaros vienen a picotear mi espalda. Oh, Señor, si liviano como un pájaro danzo,
y todo me preocupa;
asumo a los profetas, porque mi tierra es buena para el pasto. Asumo y danzo, simple y cruel y como un hombre pájaro.
Oh, Señor, si Cristo no aparece en mi sillón descalzo y mudo,
volveré a las fiestas de quince a comer pedazos de hielo y a espolear montado: más veloces trenes y caballos, en un estadio no se decide el destino del país, pero sí, su nostalgia.
Oh, trenes, que cruzáis rigurosamente vigilados, mi corazón es un caballo en el rostro de los túneles; la región más transparente de su vida se desboca en la ignorancia; esta carrera de fondo que se advierte me desgarra. Voy sentado en las penas y en la pobreza,
y todavía no sé, si el que vuelve soy yo o la otra mitad que me traiciona.
Los estribos del destino aparecen como ciervos y emisarios,
una carta echada en el buzón del viento, el ámbito de los espejos, donde John Donne contempla a su esposa mientras se desnuda como un salmo; y mientras, acaricio el naranjo del patio, y pienso en el grito de Ballagas llamando a su tigre, en el canario amarillo,
en Lina de Feria y Marilyn Monroe haciéndose luces en el siglo
y voy desde Andy Warhol en sus sopas Campbell I, 1968, a las memorias del subdesarrollo donde escribo:
es bueno nacer en el reino de este mundo pero quién tiene las luces, el Paradizo de las Fuentes. cómo beber de Apolo o de Sócrates,
si estos trenes que pasan solo llevan corceles desbocados, si estos cofres ya no son los correos de la noche si algunos amigos que se van del país aprovechan para convencerme, si toda su vida estuvieron traicionando.
PASIÓN ONCENA. Destino final.
Oh, Señor, por qué hundirnos en el mar, si estos trenes que pasan nunca nos llevan a ninguna fiesta; si nunca estamos de navidad, si nunca estamos de fiesta y el mar lo devuelve todo, incluso el silencio, los cadáveres, las historias.
Oh, Señor, como si fuera a aprisionar al ciervo en las estaciones del aire donde los trenes se llevan coreando las vergüenzas. Como el cuento de mi vida, levantadas las vigas del techo para que la familia se invente un globo de cristal y para saber hacia qué dirección se empinan las almas. Como John Donne buscando su imperio, su diamante como Marco Polo en su viaje por el río Balancián; el mismo en cuyas orillas abundaban casas y fortalezas y su ley, era la de Mahoma.
Oh, Señor, como Carlos Manuel de Céspedes, doblando las campanas que librarían su vida y que siglos después todavía se doblan. Como el himno nacional cantado por primera vez
en una iglesia católica,
como el bautizo de nuestro apóstol también católico, como el caballero de París, que enloqueció en prisión por pecados no cometidos. Como la reina Sofía, como la reina madre, como la amada inmóvil, como la niña de Guatemala, como mi delirio circular con la fortuna,
como el día de nuestra señora de la Caridad del Cobre, donde le rezo una oración a mis bolsillos; como mías las penumbras de los puertos, las pasiones funestas y mías, las edades de Lulú, la cuerda rota, la musa de los Beatles, porque soy el feo y tengo la culpa, quien imitó a Xólotl,
a quien le hicieron la peor caricatura del siglo y cuando bajaba las escaleras le metieron hierbas en la boca, y se siente dichoso con su pene a la derecha; el frustrado bufón de su nostalgia. Yo soy el feo, el católico, el bobo, el provinciano que canta en el coro de la Iglesia, el promiscuo defensor de la pureza; no me consuelen, no espoleen el placentero costo de mis vísceras. Yo soy el que vomita mis heroicidades
el antipático, el roñoso, el que se encorva ante la verja. Yo soy la espina, el sofisma la posteridad, y nadie me cree; tengo dos viejos pánicos y uno me desconoce, y se acerca por las noches y mira a mi mujer mientras se desnuda. Yo soy yo mismo y nada me condena, no se confundan,
soy lo que todos esperan al final de la fuga, el imperio, la fortuna, y la soledad de un niño que ha visto nacer a su padre. Yo soy la réplica, el Jesucristo, la comarca,
yo soy la réplica, el multihéroe,
la vergüenza;
y me place usarlos muy humanamente
y me siento ridículo y les cierro las puertas a los ofendidos. Yo soy nombrado hacia la luz y busco y cuelgo en los desórdenes, y me río de ustedes que no conocen al otro cobarde que hay en mí, que reparte los bancos a los pájaros, que se pone a picotear solo en los clítoris. Yo soy el feo, el que me junto, el que mezcla los vinos pero no la cabeza, pero no revuelto y brutal de su nostalgia. No se disculpen,
tengo un corazón y dos ramas de muérdago
-aunque no lo admitan-, escribo lo mismo que ustedes y como ustedes, no descubro nada, ni aunque saque la lengua y me la tejan. Está bien si lo dicen, yo soy el feo, el que se repite y va a todas partes sin la ofrenda, y viene de lo oscuro y en lo oscuro hago lo que ninguno de ustedes; porque yo soy el feo no me complacen, pero si no fuese feo, envidiado y egocéntrico,
¿a quién ustedes le cantarían el himno del desterrado? Yo soy el feo, el que más tiembla, el que todas las noches alumbra a la virgen, la vitrola de un bar, el fecundado de las calles y los huesos del niño que vio nacer a su padre.
Yo soy un tren, mi espíritu,
mi delirio de persecución, esta es mi ley,
-ya se los dije-, yo soy el feo, el pecador que ante ustedes y ante Dios, ya se confiesa:
cuando Juan nació, ya todo estaba repartido, aunque me elijan dueño de las casas de la ciudad, guarden mi cruz de polvo en los cementerios, y mis padres duerman el mismo silencio por separado.
Juan Carlos Recio Martínez
Ediciones Hoy no he visto el paraíso 2011.


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