a la luz de la luna, Marguerite

 


Siete poemas a una muerta
Marguerite Yourcenar
Cuando debí acudir, sólo supe dudar;
Cuando debí llamar, callé.
Demasiado tiempo persistí en mi camino, solitaria;
Nunca imaginé que fueras a morir.
Nunca preví que fuera a secarse la fuente
Donde uno se refresca y se baña,
Ni supe que existieran en el mundo
Misteriosas frutas que maduran al morir.
Obstinada, siempre busqué en la ruta del sol tu sombra;
Ahora el amor es una palabra, el tiempo un número
Y mis penas chocan contra los ángulos de una tumba.
La muerte, menos indecisa, supo cómo acercarse a ti;
Si ahora piensas en nosotras, tu corazón debe
compadecernos.
Uno se ciega cuando muere una antorcha.
-Marguerite Yourcenar
.
.
Condeno la ignorancia que reina en este momento tanto en las democracias como en los regímenes totalitarios. Esta ignorancia es tan fuerte, muchas veces tan total, que se diría deseada por el sistema, si no por el régimen. Muchas veces me he preguntado cómo podría ser la educación de un niño.
Creo que sería necesario realizar estudios básicos, muy sencillos, donde el niño aprendería que hay en el universo, en un planeta cuyos recursos más adelante tendrá que manejar, que depende del aire, del agua, de todos los seres vivos, y que el más mínimo error o la más mínima violencia se arriesga a destruir todo.
Aprendería que los hombres se matan unos a otros en guerras que sólo produjeron más guerras, y que cada país arregla su historia, falsamente, para aplastar su orgullo.
Se le enseñaría lo suficiente desde el pasado como para hacerle sentir conectado con los hombres que vinieron antes que él, para admirarlos donde merecen estar, sin hacerse ídolos, ni del presente ni de un futuro hipotético.
Trataríamos de familiarizarlo con libros y cosas; conocería los nombres de las plantas, conocería los animales sin disfrutar de las horribles vivisecciones impuestas a niños y adolescentes muy jóvenes bajo el pretexto de la biología; aprendería a dar primeros auxilios a los heridos; su educación sexual incluiría la presencia de un parto, su educación mental la visión de los muy enfermos y los muertos.
También le darían las sencillas nociones de moralidad sin las cuales la vida en sociedad es imposible, instrucción que las escuelas primarias y intermedias ya no se atreven a dar en este país.
En cuanto a la religión, no se le impondría ninguna práctica o dogma, pero se le diría algo de todas las grandes religiones del mundo, y especialmente del país donde se encuentra, que despierte el respeto en él y destruya de antemano ciertos prejuicios de odio.
Se le enseñaría a amar el trabajo cuando el trabajo es útil y a no caer en la hipocresía de la publicidad, empezando por el que le vende dulces más o menos fracados, preparándolo para futuras caries y diabetes.
Definitivamente hay una manera de hablar con los niños sobre cosas realmente importantes antes que nosotros.
-Marguerite Yourcenar
["Ojos abiertos]

LA COSTA a la luz de la luna, 1882 Oskar Emil Torna 1842-1894

Commentaires

Articles les plus consultés