Legend of Papaya


 Rodel Tapaya (Filipino, b. 1980), Legend of Papaya, 2017. Acrylic on canvas, 223.5 × 152.5 cm


Sólo el mercado de los antidepresivos suponía un volumen de negocio de más de 16.000 millones de dólares en 2022, y se espera que crezca


En cuanto a los marcadores biológicos o genéticos de la enfermedad mental, muy señaladamente de la esquizofrenia y el trastorno bipolar, después de décadas de investigación y millones de dólares invertidos en su descubrimiento, el mejor resumen lo hacen los psiquiatras Rutter y Uher:

en la era de los estudios de asociación de todo el genoma, los trastornos psiquiátricos se han distinguido de la mayoría de los tipos de enfermedades físicas por la ausencia de asociaciones genéticas fuertes.

Debido a ello y al próximo vencimiento de muchas de las patentes de los medicamentos desarrollados al calor de esas explicaciones, la industria farmacéutica está paulatinamente abandonando el sector en busca de nuevos mercados con mayor potencial.

Sin embargo, los tratamientos farmacológicos justificados por todas estas teorías pendientes de demostración siguen gozando de una salud excelente. Más allá del beneficio económico, ¿qué podría estar buscándose con ello?

Cui prodest scelus, is fecit [1]

La pista nos la da Anthony Daniels, que destaca el aspecto moral de tratar con medicamentos a gente que no los necesita amparándose en un diagnóstico dudoso o excesivo:

Decir «deprimido» en lugar de «infeliz» significa que alguien tiene que curárnoslo. El uso de antidepresivos es el equivalente moderno de exorcizar espíritus alienígenas.

En opinión del doctor, lo pernicioso de centrarse en la enfermedad en lugar de en el paciente es que le exime de responsabilidad personal sobre problemas que podrían tener defectos del propio carácter o malas decisiones vitales en su origen. En ese sentido, la psicología se convierte en una herramienta para desfundamentar la moral.

No es culpa nuestra si somos obesos, por ejemplo. Es una enfermedad. La culpa es de los fabricantes de alimentos y de los restaurantes. Las raciones son demasiado grandes.

Alguien que hasta su retiro trabajaba como psiquiatra en una prisión está obviamente al corriente de que existen auténticos trastornos mentales, algunos muy graves, pero señala que precisamente estos son los que menos atención reciben.

El mal comportamiento puede ser el resultado de una auténtica enfermedad mental o física, pero sólo en un pequeño porcentaje de casos.

El mal comportamiento, por tanto, no se debe en general a desequilibrios químicos en el cerebro, genes defectuosos, choques evolutivos con una vida moderna o traumas de la infancia, sino a decisiones y elecciones conscientes de las personas responsables de él.

De manera similar, los problemas anímicos de la población en general no constituyen enfermedades sin diagnosticar, sino que en muchas ocasiones tienen origen en circunstancias de la vida que sólo la persona que las padece puede, en la medida que sea, analizar o intentar solucionar, con o sin ayuda.

Y no obstante, esta narrativa de corte neurocientífico y biologicista ha servido para internalizar un problema externo. Si antes eran una serie de fenómenos de la vida los principales sospechosos de causar el malestar psicológico, ahora es el propio organismo —por razones que se sustituyen por causas físicas y que ya no tiene por tanto interés analizar más allá de su función fisiológica— el que produce la patología debido a una serie de desequilibrios internos.

Partamos por un momento de la hipótesis contraria: si es el mundo el que se hubiese vuelto loco, y las diversas formas de malestar que produce en sus habitantes fuesen la señal de que hay algo dentro del hombre, llamémoslo su naturaleza, que se rebela ante esa locura y da síntomas, ¿no sería tratar esos síntomas con una pastilla y explicarlos por factores internos a la propia persona una forma de borrar las huellas de ese proceso? ¿No constituiría una forma de complicidad con los poderes responsables de instaurar esa locura en el mundo? ¿De matar precisamente al mensajero, que es aquello que indica que algo no va bien?

No estoy diciendo que todos los psicólogos sean como los que, habilitados por su colegio profesional, fueron a Guantánamo a participar personalmente en las torturas a presos ilegales y a redactar los protocolos para futuras torturas, porque eso sería exagerar.

Sólo afirmo que insistir en teorías que después de décadas y millones de euros invertidos en su desarrollo no han logrado demostrar sus premisas, y que dan muestras de haber causado daños objetivos tanto en términos sociales como individuales, se parece más a lo que sin salirnos del entorno psicológico estaría bien catalogado como síndrome de Munchausen por poderes, en lugar de como sana expresión del espíritu científico o alegre ánimo filantrópico.

Seguro que sobre esto también les sonarán cosas.

Y también que si la salud mental es la condición que permite a una persona ver la realidad tal y como es, cualquier acción destinada a enturbiar esa visión supone un ataque a su salud mental. Un ataque del que conviene defenderse.

Si alguien por ejemplo tratara de convencerle contra toda evidencia de que existe un grupo integrado por todos los hombres que se coordina para acabar con la vida de las mujeres por el hecho de serlo, esquema implícito en el sintagma terrorismo machista, sería obviamente un ataque a la propia cordura, un intento de enajenación que posiblemente causara efectos entre la población masculina. Si además esto se acompañara de medidas legales que partieran de esa premisa, lo lógico sería esperar un malestar todavía peor, como por ejemplo un aumento sostenido en las cifras de suicidio masculino desde 2004 en adelante.

Pese a ello, uno puede escuchar estos mensajes a diario en calidad de realidades asentadas por parte de instituciones y autoridades públicas, algo que atenta gravemente contra su estabilidad mental.

En un futuro próximo, no es descartable que haya una pastilla para ayudarle a pasar el día, otra para dormir, otra para rendir a buen ritmo en el trabajo, etc. Todo con la normalidad exigida por el homo festivus. En un caso extremo, podrá acogerse a alguna clase de baja con sólo reconocer que es usted quien tiene una enfermedad mental, y para el desafortunado caso de que lo suyo ya no tenga remedio, podrá optar por una asistencia de calidad para acabar con su vida sin sufrir.

Aunque la metáfora más habitual para criticar nuestro presente es el 1984 de Orwell, la situación descrita se ajusta mejor al Mundo Feliz de Huxley, una novela asombrosamente ajustada en sus predicciones.

Tiene un mayor recorrido explicativo porque por un lado recoge mejor el espíritu de jovialidad narcótica que preside la sociedad actual, más que la opresión cruda que respira la obra de Orwell, y también porque fue un hermano de Huxley, Julian, uno de los pioneros en proponer las transformaciones sociales que su hermano había descrito con maestría. Lo que para un hermano era una distopía, para el otro era un programa científico-político.

En palabras de Aldous Huxley:

Si uno quiere preservar su poder indefinidamente, tiene que conseguir el consentimiento del sometido a él, y esto lo harán en parte mediante drogas, y también, como he descrito en Un Mundo Feliz, puenteando el pensamiento racional del hombre y apelando a su subconsciente y su emoción más profunda y su fisiología incluso, y así hasta hacerle realmente amar su esclavitud; quiero decir, creo que este es el peligro: que en realidad puede que la gente de alguna manera esté feliz así

Existe desde hace tiempo una corriente llamada farmacología cosmética, que aboga por introducir las drogas como accesorios válidos para la vida ordinaria, y es probable que bajo ese nombre o con la modalidad o la justificación que sea la veamos implantarse en los próximos años.

En este breve e interesante reportaje del NYT sobre la revolución que supuso el Prozac se resumen sus principios:





«Soy del Gobierno y aquí estoy para ayudar»

Curiosamente, son los responsables de los ataques más fuertes al sentido de la realidad que forma parte de cualquier persona sana los que se presentan como adalides de la salud mental, desde los poderes políticos a la OMS, que hasta tiene una rama específica de salud mental en la que subraya su relación con el cambio climático.

La Confederación de Salud Mental en España, por su parte, ha puesto en marcha una página web para mostrar las acciones que desarrollan para colaborar con los objetivos de desarrollo sostenible de la Agenda 2030.

Las mismas instituciones que abogaban por las durísimas medidas sanitarias que han logrado que en España el suicidio sea la principal causa absoluta de muerte en España entre los 15 y los 29 años, o que se haya duplicado la tasa de suicidios de menores de 15 años en el período post-COVID, entre 2020-2022, son las que ahora emiten mensajes de preocupación por la salud mental de la población. La OMS tiene un programa especial dedicado a la misma salud mental que ellos han contribuido a empeorar dramáticamente.

Canadá, que se ha destacado por la severidad de las medidas a adoptar cuando lo que estaba en juego era el bien de sus ciudadanos, ha sido también de los primeros en poner en marcha una página web de asistencia mental gratuita las 24 horas del día.

Pero si la página web no fuera suficiente, se prevé que la enfermedad mental habilite en el futuro para solicitar la muerta con asistencia médica bajo el programa MAID, aunque hasta marzo de 2024 hay una moratoria para este tipo de enfermedades mientras se estudia el modo en que finalmente quedará redactado el protocolo.

Es decir, que hasta marzo de 2024, por lo menos, ninguna persona cuya única patología sea mental podrá solicitar asistencia para acabar con su vida en Canadá. Otros colectivos, como las personas discapacitadas o aquellas cuyos medios económicos son insuficientes para mantenerse sí pueden optar a este programa, como ha denunciado The Spectator.

La propuesta de Íñigo Errejón es más original. Además del permiso laboral de hasta 15 días para atender a personas en riesgo de quitarse la vida para el que logró el apoyo unánime de la Cámara, ha sugerido que trabajar menos horas sería un método eficaz para mejorar la salud mental de los españoles.

Errejón ha ido más allá y en una entrevista con Yo Dona ha procedido, en sus palabras, a salir del armario y reconocer que lleva meses yendo a terapia:

Estoy aprendiendo a no esconder mis vulnerabilidades, a decir «no puedo», «no lo sé», «no sé cómo». Porque así podré pedir consejo, pedir ayuda o pedir un abrazo. Poco a poco voy reconociendo mis debilidades, algo que, creo, es un grado supremo de fortaleza. De la misma manera que no nos da vergüenza decir que nos duele la tripa, no nos debe dar vergüenza decir que nos duele el alma… Y soy ateo, ¿eh?

Una de las más señeras activistas sobre la salud mental, Lady Gaga, ha mostrado su apoyo a uno de los pocos proyectos que siguen teniendo en común los príncipes Guillermo y Enrique de Inglaterra, la iniciativa Heads Together, destinada también a romper el tabú de la salud mental y recabar apoyos para los que la sufren.

Lady Gaga propone luchar contra el estigma asociado a la medicación. Su historia recuerda mucho a la de James Rhodes: la cantante, víctima de una violación a los 19 años, ha padecido síndrome de estrés postraumático, ansiedad, ha pasado por episodios de automutilación o depresión e incluso ha sufrido un brote psicótico, y es conocida su defensa del uso de fármacos como la olanzapina, un antipsicótico, para, en sus palabras, controlar su cerebro.

Fue justo la farmacéutica Lilly, dueña de la marca comercial más conocida bajo la que se comercializa la olanzapina, Zyprexa, la que llegó a un acuerdo con el Departamento de Justica norteamericano para pagar una multa de 515 millones de dólares, la mayor impuesta hasta aquel momento, y el acuerdo total incluía pagos por valor de 1.415 millones de dólares, tras declararse culpable de haber promocionado ese medicamento para usos no autorizados por la autoridad médica competente, algo muy parecido a lo que hacía Lady Gaga en aquella entrevista.

Pero la implicación de la cantante va más allá, y hace unos días ha anunciado su asociación con Pfizer para concienciar al público general sobre la migraña, que también padece.

Cito estos cuatro ejemplos porque tanto Justin Trudeau, presidente de Canadá, como el príncipe EnriqueÍñigo Errejón, y Lady Gaga, son también férreos defensores de los derechos de los niños trans, a los que se recomiendan tratamientos que no sólo incluyen fármacos con efectos que pueden ser permanentes como bloqueadores de hormonas, sino también intervenciones quirúrgicas igualmente irreversibles y de consecuencias dramáticas para el resto de sus vidas, como mastectomías, histerectomías o vaginoplastias.

Una curiosa forma de defensa de la salud mental; la de los más débiles, en este caso.

El fin de la naturaleza humana

Dalmacio Negro describe en El mito del hombre nuevo el proceso de politización de la naturaleza humana como accesorio a un fenómeno histórico y filosófico de mayor calado, como es la sustitución de la religión por la política. La naturaleza humana solía ser un hecho dado, una premisa, pero la modernidad ha arrasado también con esta última frontera frente al poder estatal, caracterizado por su artificialismo.

Hobbes llamó a lo Stato de Maquiavelo el Gran Artificio mediante el cual se podría imponer el consenso social, fuente del êthos

Sin el concepto de naturaleza humana, continúa el profesor, los derechos humanos carecen de sentido. Entre los muchos factores que cita como coadyuvantes para disolver la creencia en una naturaleza humana universal, el último es el darwinismo, que juzga como la guinda que faltaba en el pastel preparado por Augusto Comte para culminar la politización completa de la naturaleza humana.

Comte ya había apuntado la necesidad de dominar la naturaleza, incluida la naturaleza humana, en el sentido del progreso, pero es Darwin (al que no llegó a leer) quien le proporciona la herramienta necesaria para terminar de armar su construcción ideológica, al superar la dualidad cuerpo-mente que fijó Descartes, quien todavía consideraba que la conciencia es parte del alma, de modo que no forma parte del mundo natural.

En palabras de Dalmacio Negro: «como el cerebro que produce el espíritu forma parte de la Naturaleza, el positivismo materialista considerará posible moldear la naturaleza humana».

Joseph Ratzinger ya lo advirtió en los años 60:

constatamos que la evolución ya ha alcanzado en el hombre una fase en la que ese mismo hombre puede impulsar su evolución, es decir, en la que él mismo puede manipularse y, más aún, que a partir de ahora es capaz también de definir de un modo grandilocuente lo que significa ser hombre para los demás y para aquellos aún por venir.

El transhumanismo asoma desde hace tiempo por varias esquinas del pensamiento ilustrado, pero son sus bases morales las que todavía no están del todo fijadas. En cambio, la posibilidad material de llevarlo a cabo, la técnica, ya está disponible.

En ese proceso de fundamentación moral de la necesidad (si no la bondad) de moldear la naturaleza humana a placer es donde encajan, a mi juicio, todos los enfoques modernos de la psiquiatría, que no persiguen otra cosa que eliminar la naturaleza humana de la ecuación, aunque a veces el método empleado sea el mismo que para arruinar instituciones políticas desde dentro: una supuesta defensa que introduce cargas explosivas en la estructura de aquello que se afirma querer preservar.

Como describe con acierto John Searle aquí, esta es una vieja batalla también con el concepto de conciencia humana, molesto para varias corrientes teóricas, desde el conductismo hasta el computacionalismo (en la base de la psicología evolucionista), pasando por la sociobiología o la llamada ciencia cognitiva.

En palabras de John B. Watson, uno de los fundadores del conductismo: «…ha llegado el tiempo de que la psicología descarte toda referencia a la conciencia… no es un concepto ni definible ni útil, es simplemente otro término para el ‘alma’ de los viejos tiempos…» (1925).

Lo peligroso de todas estas aproximaciones teóricas es que coinciden en no contar con ningún impedimento teórico que les frene a la hora de moldear la naturaleza humana, ya sea bajo la disculpa de mejorarla, librarla de padecimientos, etc.

No es difícil comprender por qué a los poderes públicos y económicos, a las oligarquías comprometidas con un programa de ingeniería social concreto, pueden resultarle interesantes unos postulados teóricos que permiten operar sobre los sometidos a su voluntad como los dioses mayas con el barro y la madera con la que creaban los hombres, antes de dar con la fórmula definitiva a base de maíz.

Hace poco Tucker Carlson caracterizaba el conflicto presente lisa y llanamente como una lucha entre el bien y el mal, elocuentes palabras que podrían haber sido determinantes para su despido inmediatamente posterior.

Tampoco exige esfuerzo entender que una sociedad exenta de responsabilidad, infantilizada, sobre la que ya se ha ensayado al menos una vez la privación de derechos injustificada con éxito, es preferible para cualquiera que tenga ambiciones totalitarias.

El psicólogo Mattias Desmet considera que hemos sido víctimas de un proceso que denomina formación de masas, que permite que un relato se convierta en creencia generalizada con independencia de su veracidad debido a la presión de pertenencia al grupo y la voluntad de fortalecer el vínculo entre sus miembros.

En un estado de atomización social como el actual, las personas padecen un estado de falta de propósito en la vida, y también un tipo específico de ansiedad, depresión y agresividad que luego es muy fácil de dirigir contra un grupo concreto: los chivos expiatorios de Girard, algo que ya hemos visto ensayado también para el caso de los no vacunados (antivacunas en la jerga luzdegasística).

El proceso de sustitución de la mente por el cerebro, en mi opinión el final teórico del camino de la supuesta preocupación pública por la salud mental, culmina apropiándose del último resto metafísico que queda del hombre actual para liberarlo así de su naturaleza humana. ¿Y qué queda entonces de él? Su material biológico y su condición animal.

La manera dulce de presentar esta sustitución consiste en rebajar la importancia de los problemas mentales, desdibujando sus causas y generalizándolos como algo que le sucede a casi todo el mundo en algún momento de su vida, como las paperas o el acné juvenil. Aquí entra el papel que desempeñan los famosos contando lo suyo.

La multiplicación de las enfermedades mentales, por su parte, contribuye a diluir los verdaderos problemas de una sociedad enferma entre un mar de diagnósticos, al tiempo que proporciona argumentos morales (que hoy son sustituidos por los argumentos científicos) para la medicalización de la sociedad, mientras el ritmo de las transformaciones sociales no para de aumentar.

Existe un paralelismo entre castrar a tu gato por su bien y fomentar la amputación de los genitales de tu hijo o el de otro para dar rienda suelta a la libre expresión de su ¿ser?

Si la naturaleza humana es el último reducto ontológico del hombre, la insistencia en desproveerle de ella le deja a expensas de un tratamiento similar al que se dispensa a los animales destinados a servirnos de alimento, cuyo régimen legal vamos camino de compartir, y que muy ilustrativamente lleva el rótulo de Bienestar Animal.

Un bienestar, huelga decir, previo al sacrificio.


[1] Quien aprovecha el crimen es el que lo ha cometido.


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