florecillas Camino de la nada

 

Paula Modersohn-Becker - Jeune Fille Tenant des Fleurs Jaunes dans un Verre, 1902, tempera on cardboard, 52 × 53 cm

Camino de la nada

Hace unos meses fue noticia el descubrimiento de que un cuadro de Piet Mondrian llevaba 77 años colgado del revés. Como la mayor parte de las obras del pintor holandés, el cuadro está compuesto por una serie de trazos de distintos colores que se entrecruzan formando ángulos rectos. Se entiende por tanto que, en ausencia de cualquier indicio orientativo, resultara imposible determinar si el cuadro se estaba exhibiendo de la forma adecuada. Sólo el hallazgo de una fotografía fechada en 1944, donde la obra aparecía en lo que se supone que es su sentido original, indujo a modificar su orientación.

La noticia desfiló rauda por los titulares de los periódicos y apenas sirvió para propiciar alguna que otra reseña jocosa. Pero lo cierto es que, al margen de su cariz hilarante, la anécdota sugiere un trasfondo en el que merece la pena detenerse. A partir de las décadas iniciales del pasado siglo, el arte experimenta una transformación radical. Rompe con la tradición, abjura de los convencionalismo y se convierte en un ejercicio de exploración de aquellas facetas del individuo que, a juicio de los nuevos creadores, el arte anterior había ignorado. Esta rebelión contra los cánones le empuja a alejarse de la realidad, es decir, de los referentes materiales en cuya fidedigna reproducción se había esmerado el arte clásico. De ahí la aparición de movimientos que, como el cubismo, se dedican a deformar sus modelos, paso previo para desembocar en la completa abstracción. 

Para sorpresa de los propios vanguardistas, que conciben mayoritariamente su audacia iconoclasta como una broma provocativa, una parodia de la tradición y un juego carente de toda afán de trascendencia, las clases dominantes deciden tomárselos en serio. Poemas ininteligibles y cuadros de factura imposible, indescifrables a los ojos de la inmensa mayoría del público, pasan a ser catalogados, por obra y gracia del mandarinato crítico, como creaciones dotadas de un alto valor estético. En un mundo dominado por el dinero, esta nueva consideración no tarda en traducirse en términos de mercado. Traicionando su espíritu antiburgués, el arte de vanguardia deviene un medio de enriquecimiento. Entretanto, sus creaciones siguen alejándose de la realidad, forjando un universo hermético, negando la posibilidad de que exista un sentido accesible al común de los mortales.

En realidad, lo que las vanguardias ilustran es el triunfo del espíritu nihilista que por aquellos años se estaba adueñando de Occidente. Al distanciarse de la realidad, se desentienden también de los contenidos específicamente humanos, y la genialidad visionaria de estos artistas de la contestación queda acreditada en su talento para comprender que, tras la hecatombe que supuso para Europa la I Guerra Mundial, nuestro mundo había entrado en un proceso de disolución para cuya expresión ya no bastaban los cauces estéticos habituales.

Que el cuadro de Mondrian permaneciera durante 77 años colgado del revés sin que nadie se percatara de ello (circunstancia inimaginable en el caso de cualquier obra figurativa) supone la constatación definitiva de que el vínculo entre arte y realidad se ha roto por completo. Por otra parte, el hecho de que para su interpretación resultara indiferente que se estuviera exponiendo del derecho o del revés da idea de hasta qué punto, cuando el público se sitúa ante este tipo de creaciones, a lo que atiende no es tanto al contenido de la obra en sí como al prestigio en que le llega envuelto el nombre del autor.

Cuando en 1925 Ortega y Gasset dedicó uno de sus ensayos más conocidos, La deshumanización del arte, a dilucidar las características de las nuevas corrientes de vanguardia, se dio cuenta de que había en ellas un elemento de subversión irónica y de cuestionamiento de las jerarquías imperantes que podía actuar como revulsivo en una sociedad que se había dejado infectar por un tedio mortecino. Pero acertó a captar también el peligro inmenso que acechaba tras la posibilidad de que este espíritu irreverente y en última instancia corrosivo se propagara al resto de las esferas de la realidad de su tiempo. De ahí que introdujese esta sagaz advertencia: «Es un síntoma de pulcritud mental querer que las fronteras entre las cosas estén bien demarcadas. Vida es una cosa, poesía es otra. No las mezclemos». 

Pues bien, la pérdida de sentido común, que es la seña distintiva del tiempo que vivimos, ha venido a corroborar los temores de Ortega. No hay ámbito que, en mayor o menor medida, no se haya dejado contaminar por una corriente de absurdo. El ansia por llegar más allá de los límites que son inherentes a nuestra naturaleza se ha convertido en una competición por la que estamos pagando un precio desorbitado. Por otra parte, la idolatría del progreso, con la consecuente obsesión por una dinámica de cambios extenuantes, ha disuelto los fundamentos mismos de una convivencia que en adelante se vuelve inviable. Y más que inviable, incomprensible.

Confieso que no alcancé a valorar adecuadamente la vigencia del fenómeno hasta que hace unos días escuché en la grabación de un acto público el fragmento de un discurso que paso a transcribir: «Necesitamos una nueva normativa de los usos del tiempo que como se ha dicho aquí ha de ser corresponsable en el más sentido extenso y social en el uso de la palabra». Quien así se expresaba no era ningún ciudadano anónimo afectado por alguna clase de disfunción afásica, sino toda una ministra del Gobierno de España ante un auditorio que hasta es probable que la escuchara embelesado. Supe entonces, como si en el trance de una revelación se me hubiera manifestado el destino que nos aguarda, que la nada más escalofriante, el desolador vacío de pensamiento, el grado cero del lenguaje que hace más de un siglo habían anticipado los artistas de la vanguardia acababa de materializarse en el delirante parloteo de una mujer que aspira a la presidencia del gobierno de nuestra nación.


Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).

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