rango de la izquierda

 


"En toda comunidad bien ordenada debe existir una capa de rango más bajo que contenga todo lo que no pueda mantenerse por sí mismo en un nivel más elevado; no obstante, de esa misma clase surgirá la fuerza rejuvenecedora y revitalizante de cada nación...

Hace mucho tiempo, Aristóteles definió la posición de esa clase en el interior del Estado con palabras en esencia ciertas, aunque matizadas con la dureza de la Antigüedad: "están satisfechas", dijo, "cuando se les permite ocuparse ellos mismos de sus propios asuntos".

Heinrich Gothard von Treitschke


algunas fuentes fascistas que sustentan el programa de la izquierda internacional que ha creado una "élite libertadora de artistas", supuestamente influyentes, contra la dictadura, similar al que existe en La Habana.

LA POLÍTICA DE TREITSCHKE, HEINRICH VON TREITSCHKE



[Die Politik]. Tratado teôrico político en cinco libros de Heinrich von Treitschke (1834-1896), pu­blicado póstumamente en 1897. En la intro­ducción el autor rechaza enérgicamente la posibilidad de una política como ciencia exacta, al estilo de las ciencias naturales; la política es arte, en el sentido de que trabaja sobre un material continuamente vivo y variable, como la libertad y la indi­vidualidad humanas.

Sin embargo, en el ámbito de las ciencias históricas y morales, es lícito fijar algunas verdades generales, determinadas por el proceso histórico de la civilización, y deducir algunas fórmulas científicas de la vida e historia de los esta­dos: el Estado es potencia; toda sociedad civil es ordenación de clases, etc. En el primer libro, que tiene como tema «La esen­cia del Estado», el autor define a éste como «el pueblo independiente, legítima­mente unido como potencia independiente».

El Estado no es, pues, un mal necesario que surge de un contrato para eliminar mayo­res males, sino un medio indispensable de perfeccionamiento humano y el índice de las capacidades morales de un pueblo. Es persona jurídica en cuanto posee una volun­tad real; es persona eticohistórica en cuan­to está dotado de características propias y personales, que hacen de él un ser respon­sable; finalmente, es potencia, y como tal debe tener frente a sí otras potencias: en esta competición de potencias consiste la historia.

La potencia del Estado no está en la cultura, sino en el «carácter»; su atributo fundamental es la soberanía, pues el Estado no comporta un poder más alto, y este con­cepto implica dos funciones esenciales: la posibilidad del Estado de determinar él mismo la extensión del propio derecho so­berano y el derecho a las armas. El Estado puede limitar con tratados su propia sobe­ranía, pero nunca vincularse incondicional­mente, porque con la declaración de guerra — que es un hecho suyo — anula todos los tratados. Otro elemento esencial del Estado es la «autarquía», es decir, la capacidad de bastarse a sí mismo.

Sobre este punto el autor desarrolla consideraciones originales y personales en torno a las ventajas de los grandes Estados frente a los pequeños, por cuanto en los primeros puede desarrollarse un orgullo nacional, muestra de «valentía moral» de un pueblo y pueden prosperar mejor las artes y las ciencias. En cuanto al concepto de sociedad civil, el autor consi­dera necesario que en una sociedad haya ricos y pobres, intelectuales y manuales, pues cada uno desarrolla una función útil; pero sólo al Estado le corresponde disci­plinar y coordinar las luchas que surgen de las pasiones sociales, permaneciendo a su vez independiente.

De la concepción del Estado como persona se sigue una relación de derechos y obligaciones recíprocas con los particulares: el Estado no es la fina­lidad del individuo, ni el individuo la finali­dad del Estado. El Estado moderno, además, tiene entre sus finalidades la elevación espi­ritual y económica del pueblo; por su mis­ma naturaleza no puede descuidar las nor­mas morales; los conflictos entre política y moral son, en la mayoría de los casos, conflictos entre política y derecho positivo. La ley moral que el Estado debe observar es la cristiana, que impone la potenciación de la propia personalidad.

Aplicado al Estado, este principio se formula así: «El supremo deber moral del Estado es el de proveer a su fuerza». La revolución de suyo es siem­pre ilegítima; sin embargo, cuando las ins­tituciones de un Estado no responden ya al cambio de las condiciones sociales, la revo­lución se presenta como «una necesaria infracción del derecho». El libro segundo trata de los fundamentos sociales del Estado: el país y sus habitantes, la familia, la raza, la estirpe, la nación, la casta, el rango, la clase, la religión, la educación popular y la economía pública. El libro tercero está dedicado a la constitución del Estado. Aquí el autor anticipa algunas consideraciones generales, seguidas de un amplio tratado particular.

La división de poderes es un absurdo: lo que caracteriza al Estado es precisamente la unidad. La única distin­ción posible es entre constitución y admi­nistración. En cuanto a las formas del Es­tado, la distinción aristotélica es puramente extrínseca; el criterio distintivo reposa so­bre el principio de toda forma estatal, que es «el pensamiento político para cuya eje­cución ha sido creada». Y a base de dicho criterio el autor distingue entre monarquía, democracia y teocracia. Cualquier forma de Estado es la mejor, cuando responde a la índole del pueblo. El libro cuarto versa sobre la administración del Estado y trata ampliamente del ejército, de la justicia, de las finanzas, etc.; el quinto se enfrenta con el tema crucial de la materia, es decir: «El Estado en las relaciones entre las- na­ciones».

La solución que ofrece el autor es crudamente realista: el derecho internacio­nal existe, pero como derecho positivo im­perfecto, sin posibilidad de coacción. La existencia del derecho internacional está condicionada al hecho de la existencia de una pluralidad de Estados, ninguno de los cuales es «bastante poderoso para estar en condiciones, sin riesgo y peligro, de per­mitírselo todo». De todos modos, cuando con los tratados no sea posible regular las rela­ciones internacionales, existe siempre el derecho supremo de todo Estado: la guerra. Con su obra y con sus enseñanzas, Treits­chke alimentó con fuego vivo y animador el gran movimiento de la «Kulturkampf», que había de crear la conciencia imperia­lista, pangermánica, racista y sobre todo unitaria del pueblo alemán.




Un fenómeno histórico pura y simplemente conocido,
reducido a fenómeno cognoscitivo es, para el que así lo ha
estudiado, algo muerto, porque a la vez ha reconocido allí
la ilusión, la injusticia, la pasión ciega y, en general, todo
el horizonte terrenamente oscurecido de ese fenómeno, y
precisamente en ello su poder histórico. Este poder queda
ahora, para aquel que lo ha conocido, sin fuerza, pero tal
vez no queda sin fuerza para aquel que vive.

Friedrich Nietzsche
Sobre la utilidad y los perjuicios
de la historia para la vida

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