TOCQUEVILLE EL FUTURÓLOGO





 «Si os parece útil desviar la actividad intelectual y moral del hombre hacia las necesidades de la vida material y producir el bienestar (…) si vuestro objetivo no es crear virtudes heroicas sino hábitos pacíficos (…) si en lugar de actuar en el seno de una sociedad brillante, os basta con vivir en medio de una sociedad próspera; si, en fin, el objetivo principal de un gobierno no es, según vosotros, el de dar al cuerpo entero de la nación la mayor fuerza o la mayor gloria posible, sino procurar a cada uno de los individuos que la componen el mayor bienestar, y evitarle lo más posible la miseria, entonces igualad las condiciones y constituid el gobierno de la democracia»...

Así nace La democracia en América. A partir de un viaje que realiza en 1831 con su amigo Gustave de Beaumont para estudiar el sistema penitenciario, Tocqueville recorre el país durante meses observando sus costumbres e instituciones. En 1835 publicará el primer volumen de su obra y en 1840 el segundo.

La democracia en América detecta las principales amenazas hacia la libertad en un régimen democrático. Digamos tres: 1) la expansión del poder hacia todas las esferas de la vida, 2) el «individualismo», el aislamiento de las personas respecto de la comunidad, y sobre todo 3) la «tiranía de la mayoría». A partir de aquí será el propio autor el que más hable.



TOCQUEVILLE EL FUTURÓLOGO



libertad por este poder anónimo y asfixiante. La burocracia genera un sistema de dominación impersonal y desapasionado, pero con un potencial infinitamente más opresivo que lo conocido hasta entonces. Este despotismo administrativo…

«no destruye las voluntades, pero las ablanda, las somete y las dirige; obliga raras veces a obrar, pero se opone incesantemente a que se obre; no destruye, pero impide crear; no tiraniza, pero oprime; mortifica, embrutece, extingue, debilita y reduce, en fin, a cada nación a un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobernante».

2) Si bien la democracia contribuye a priorizar las personas sobre la comunidad, y con ello a desarrollar los derechos humanos, el individualismo resultante tiene un reverso tenebroso: la ruptura de la cohesión social.

«A medida que las condiciones se igualan, se encuentra un mayor número de individuos que (…) han adquirido (…) o han conservado, bastantes luces y bienes para satisfacerse a ellos mismos. No deben nada a nadie; no esperan, por decirlo así, nada de nadie; se habitúan a considerarse siempre aisladamente y se figuran que su destino está en sus manos. Así, la democracia no solamente hace olvidar a cada hombre a sus abuelos; además, le oculta sus descendientes y lo separa de sus contemporáneos. Lo conduce sin cesar hacia sí mismo y amenaza con encerrarlo en la soledad de su propio corazón».

La ruptura de los lazos religiosos y comunitarios, y de los que unen el pasado con el futuro, priva a los ciudadanos de un relato integrador. El resultado es una sociedad civil atomizada frente a un Estado omnipotente. Además Tocqueville anticipa varios aspectos de lo que más tarde se denominará «sociedad de masas». Aisladas en su esfera individual, desprovistos de lazos comunitarios, las personas son muy vulnerables y propicias a ser moldeadas, manipuladas y encauzadas.

Los anticuerpos que, según Tocqueville, la sociedad americana desarrolla frente a estos dos primeros peligros son el vigor de la política municipal –en la que todos los vecinos participan activamente-, la tendencia de los americanos a agruparse en asociaciones de todo tipo, y la pervivencia de la religión. El primero contribuye a debilitar la centralización del poder, y todos ellos a atenuar el individualismo y a proporcionar un sentido de pertenencia cohesionador de la sociedad.

3) Cuando Tocqueville advierte de que si al poder despótico que la revolución ha pretendido eliminar…

«lo sustituyesen los pueblos democráticos por el poder absoluto de una mayoría, el mal no haría sino cambiar de carácter. Los hombres no habrían encontrado los medios de vivir independientes; solamente habrían descubierto, cosa singular, una nueva fisonomía de la esclavitud».

… se refiere a un peligro detectado por los federalistas norteamericanos: el poder despótico que se atribuye democráticamente a las «facciones» vencedoras en contiendas electorales cuando la única regla es la mayoría. En una sociedad de 51 lobos y 49 hombres, éstos se convertirán democráticamente en el menú de los primeros. «Dad todo el poder a los muchos y oprimirán a los pocos; dad todo el poder a los pocos y oprimirán a los muchos», había avisado Hamilton. No es gran consuelo saber que eres oprimido por una mayoría en vez de por una minoría, añade Tocqueville: «en cuanto siento que la mano del poder pesa sobre mí poco me importa saber quién me oprime; y por cierto que no me hallo más dispuesto a poner mi cuello bajo el yugo porque me lo presenten un millón de brazos».

El remedio está, sin duda, en no dar todo el poder a los pocos ni a los muchos. En dividirlo de manera que cada una de las partes resultantes controle y contrapese a las otras. Y en un escrupuloso respeto a las leyes vigilado por los jueces. Y también es imprescindible una prensa libre:

«Creo que los hombres que viven en las aristocracias pueden, en rigor, pasarse sin la libertad de prensa, pero no los que habitan los países democráticos. Para garantizar la independencia personal de éstos, no confío en las grandes asambleas políticas, en las prerrogativas parlamentarias, ni en que se proclame la soberanía del pueblo. Todas estas cosas se concilian hasta cierto punto con la servidumbre individual; mas esta esclavitud no puede ser completa, si la prensa es libre. La prensa es, por excelencia, el instrumento de la libertad».

Como ven, los ecos de las advertencias de Tocqueville resuenan en la actualidad.

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