Yo soñaba con París desde niño


Por Jacobo Machover

París es para mí, antes que nada, una urbe literaria, no sólo la ciudad de las revoluciones sangrientas, del « Terror » de 1792 y años ulteriores, ni de los movimientos que quisieran degenerar en insurrección. Tampoco la ciudad del amor que, con tanta candidez, los turistas del mundo entero vienen a visitar, dejando sus candados colgados en unos puentes tan románticos como el Pont des Arts, cuyas rejas se derrumban por el peso de las declaraciones grabados.
Escribo esto a raíz de la relectura del libro de mi admirada amiga Pascale Casanova, recientemente fallecida, « La république mondiale des lettres ». Hay un fragmento titulado « Paris, ville-littérature », no « ville-lumière », en que hace un recuento de algunos de los escritores fascinados por lo que consideraban el centro de su mundo.
Pascale cita, naturalmente, el texto de referencia de Walter Benjamin sobre los « pasajes » del siglo XIX, pero también a algunos de los poetas y novelistas latinoamericanos que escribieron textos parisinos memorables.
Algunos ejemplos :
Rubén Darío : « Yo soñaba con París desde niño, a punto de que cuando hacía mis oraciones rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París. París era para mí como un paraíso en donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la tierra. Era la Ciudad del Arte, de la Belleza y de la Gloria; y, sobre todo, era la capital del Amor, el reino del Ensueño. E iba yo a conocer París, a realizar la mayor ansia de mi vida. Y cuando en la estación de Saint Lazare, pisé tierra parisiense, creí hallar suelo sagrado.
Comía yo generalmente en el café Larue, situado enfrente de la Magdalena. Allí me inicié en aventuras de alta y fácil galantería. Ello no tiene importancia; mas he de recordar a quien me diese la primera ilusión de costoso amor parisién. Y vaya una grata memoria a la gallarda Marión Delorme, de victorhuguesco nombre, de guerra, y que habitaba entonces en la avenida Víctor Hugo. Era la cortesana de los más bellos hombros. Hoy vive en su casa de campo y da de comer a sus finas aves de corral. »
Octavio Paz : « París: sólida sin pesadez, grande sin gigantismo, atada a la tierra pero con voluntad de vuelo. »
Podía haber mencionado, naturalmente, a César Vallejo, “Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande”, sin olvidar el macabro « Me moriré en París con aguacero ».
O también a Julio Cortázar, cuya novela experimental « Rayuela » ha envejecido tanto pero no para los nostálgicos del « boom » latinoamericano : «Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos. »
Pascale Casanova ve París como lugar de refugio para todos los exiliados, que siempre vieron y siguen viendo el país como la « patrie des droits de l’homme », una denominación bastante exagerada. Y, como ejemplo, pone una de las publicaciones del exilio cubano durante la lucha por la independencia en el siglo XIX, « La República cubana », editada en versión bilingüe entre enero de 1896 y septiembre de 1897.
La literatura, a veces cursi, mayormente poéticamente evocadora, me sirve para reconciliarme por un tiempo, que espero prolongado, con mi ciudad de exilio que se ha vuelto la de mi corazón.

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