«Repite!, repite!, por la repetición se crea la mitología» (Gombrowicz 1947).
Cuando llegué al final de «El Desenfrenamiento Pedal» y el «Nuevo Atrapamiento» se apoderó de mí una risa profunda que me acompañaba a todas partes. Para que se comprenda mejor el menudo lío en el que me metí yo defendiendo la traducción legendaria de Ferdydurke voy a transcribir algunos párrafos de un testimonio de Virgilio Piñera. De la misma se han dicho muchas cosas, dice Piñera. Tengo a la vista una carta de Gombrowicz en la que me hace saber ciertos reparos de Sábato: Acabo de recibir una carta de Ernesto. Entre otras cosas me dice: La traducción es a juicio de Lida, absolutamente mala y habría que rehacerla toda. Por otra parte, el amigo Ernesto, cuando en mi presencia leía un fragmento objetaba algunas frases y, a pesar de mis aclaraciones, decía que de ningún modo esas frases eran aceptables (criticaba, por ejemplo, la palabra «tal» en vez de «cómo», la palabra «carro» en vez de «coche», etc.). Confieso no poder comprender, Piñera, cómo entre dos buenos estilistas como usted y Ernesto, pueden existir tales divergencias. Usted es el Presidente del Comité de Traducción y juez supremo, pero, ¿no sería conveniente que se reuniera con Ernesto para saber qué seriedad tiene sus objeciones? ¿O que esas páginas se discutan, por ejemplo, con Martínez Estrada, Borges o Gómez de la Serna, o algún otro buen estilista? Considero que esto le permitiría a usted entrar en relación con ellos, lo que ya es importante. Así sabremos al menos qué es lo que critican Lida y Ernesto, y, a lo mejor, habría que dar más fuerza a sus aclaraciones o tomar alguna otra medida. Le sugiero eso, Piñera, para bien suyo. Yo, por Dios, no me achico, ni le aconsejo achicarse a usted, y si la traducción suena bien no me importan los tristes puristas, pero ya sabe que la batalla será dura, así que hay que conocer la actitud del enemigo, y, además, puede ser que en tal o cual detalle tengan razón porque tienen el oído más fresco?”. (Sábato en Gómez 2008)
En un artículo que trata específicamente de las «Cartas», Juan Carlos Gómez, quien ha dedicado muchas páginas a analizar la producción literaria de Gombrowicz, expresa la siguiente opinión:
Desde el año 46’ al 64’ habían pasado dieciocho años y Sábato seguía pensando lo mismo, la traducción de Ferdydurke había sido mala. Yo no conocía esta historia que cuenta Piñera, de haberla conocido quién sabe si me hubiera atrevido a defenderla con tanto entusiasmo, en todo caso queda claro que el único que estuvo de acuerdo con la traducción sin ponerle casi ningún reparo, fui yo. Hasta el mismo Gombrowicz tenía dudas, pero yo lo convencí a él, y él lo convenció a Sábato. Ahora bien, a mí me parece que Sábato quería dejar su impronta en la reedición de Ferdydurke y, a pesar de mi oposición, le metió la mano a la traducción legendaria que se había realizado en el café Rex aprovechándose de que Gombrowicz estaba lejos y no lo podía controlar. (Gómez 2004: 14-16)
En cambio, en el «Prefacio» a la edición argentina de la obra, de 1964, a la que se refiere Gómez, Ernesto Sábato parece replantearse su juicio anterior y advierte al lector del calibre de la tarea que tuvo ante sí el equipo de traductores liderados por Piñera. Dice así:
Creo que fue en 1939 cuando por primera vez leí algo de Gombrowicz. Fue por entonces cuando me llegó la revista Papeles de Buenos Aires, que dirigía Adolfo de Obieta. Con estupor leí el cuento titulado «Filidor forrado de niño», de un desconocido de nombre polaco: Witold Gombrowicz. [...] Supe entonces que «Filidor» formaba parte de una novela llamada Ferdydurke, que ardía por leer. Pero su autor no estaba en condiciones de hacerla traducir ni editar. [...] Nadie o casi nadie adivinaba en aquel sujeto a un formidable artista; más bien la gente se inclinaba a considerarlo como a un mistificador o a un mitómano. Hasta que una mujer, Cecilia Debenedetti, decidió e hizo posible la edición castellana del libro, que empezó a ser traducido por un grupo de creyentes. Cuando en 1947 apareció con el sello de Argos, el escritor cubano Virgilio Piñera, que por aquel tiempo vivía en Buenos Aires, escribió en la solapa: «Resulta difícil prever la suerte de este mensaje, sobre todo cuando no nos llega de París. Creo, sin embargo, que con estas breves líneas no hago otra cosa que disparar el primer tiro en la batalla que tarde o temprano van a librar los ferdydurkistas de Hispanoamérica». Las palabras de Piñera fueron lamentablemente proféticas. Por otra parte, es cierto que la obra no era de fácil acceso, sobre todo en 1946. Especie de grotesco sueño de un clown, con páginas de irresistible comicidad, con una fuerza de pronto rabelesiana, el reinado al parecer del puro absurdo, ¿cómo adivinar que en el fondo era algo así como una payasada metafísica, en que delirantemente estaban en juego los más graves dilemas de la existencia del hombre?
El autor previó y temió la incomprensión. Por lo cual juzgó conveniente un prólogo en que intentaba explicar al lector las ideas básicas de su visión del mundo. No creo, sin embargo, que el prólogo ayudara mucho. En estas condiciones, sería inconsecuente todo intento de reemplazar la lectura de Ferdydurke con una serie de explicaciones. Pero, se le puede advertir al lector de este libro de choque que trate de ver, en esta novela en apariencia tan descabellada, las ideas básicas que son las típicas del existencialismo: la angustia, la nada, la libertad, la autenticidad, el absurdo. Y, sobre todo, o debajo de todo, el problema típico de Gombrowicz, la categoría que es esencial en su concepción del mundo: la Inmadurez; categoría íntimamente vinculada a otra que le es obsesiva: la de la Forma. (Sábato 1964)
imagen/Town of Tombs 墓の町 by Shigeru Mizuki
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