La visión cuántica de Margarita (apuntes breves sobre Mouche), por Tino Díaz

La visión cuántica de Margarita (apuntes breves sobre Mouche)
Leía "El largo viaje" de Jorge Semprum en contrapunto con "Sodoma y Gomorra" de Proust, cuando recibí la novela "Mouche" de Margarita García Alonso. Como en la corte de la retórica el afecto es cortesano, pospongo la "relectura" Senprum y continúo el viaje con Proust y Margarita. De acuerdo a la cuántica todos los sistemas albergan diferentes estados físicos que pueden describirse a partir de ecuaciones, esa teoría se centra en el comportamiento de la energía y la materia en diferentes entornos, o estados físicos, y esos diferentes entornos o estados físicos están presente a lo largo de la novela.
Sin embargo, la impresión que tuve a ojo de águila en relación a "Mouche" durante la lectura de los 10 primeros capítulos fue la hegemonía de lo vertiginoso lo cual me llevó a establecer una analogía con el existencialismo de "Hambre" y "La Náusea" en cuanto a ritmo. Aunque, esa impresión agarra un sentido distinto, o sea bifurca de la analogía proferida a partir del capítulo 11 donde la autora inserta "El Golem" como sustentáculo, lo cual me catapulta al romanticismo de Achim Von Arnim en su "Isabel de Egipto, o primer amor de Carlos V" (1812).
Antes de adentrarnos más en "Mouche", sería conveniente abrir un paréntesis: después de compartir y debatir mis impresiones tempranas con Margarita mientras navegaba hacia el crepúsculo de su novela, percibo que Margarita había emprendido este viaje ubicuo antes de comenzar a escribirlo, lo cual me lleva al primer poema que leí de la autora de "Mouche"; "El gato de Schrödinger", donde comienza diciendo: "Cuando falta la cola o la crin, el caballo enferma y trota sin la posibilidad espiritual del viento". Sería recomendable que el futuro lector comenzara por ese texto antes de abordar la novela.)
¿Dónde nos quedamos? Hablábamos del capítulo 11 donde se introduce "El Golem" como sustentáculo (lo cual nos recuerda a la novela de Gustav Meyrink,1915) a través del texto de Borges, ---recurso que, a la vez establece un puente con "Isabel de Egipto, o primer amor de Carlos V" donde Achim Von Arnim dejándose llevar por su afición al folkore inserta un cuentecillo popular alemán en medio de la historia que cuenta el origen del hombre de la piel de oso y de un alraune o mandrágora llamado Cornelius, que surge ,según el cuento, de esas raíces que crecen bajo el cuerpo de un ahorcado y que se convierten en una especie de homúculo.
Esos elementos mágicos de personajes místicos, de pociones y conjuros eclosionan también en la novela de Margarita, por un lado tenemos al druida (de los celtas), por el otro, está la mística muchacha que puede introducirse en el interior de las personas y ver el alma, en el capítulo 50 sale a relucir el mundo sacro -mágico del candomblé (santería brasileña) con sus posesiones mediúnicas, y sus depuraraciones con yerbas esotéricas, así como las transformaciones del personaje central cual si tuviera una oración en la boca que le permitiese transfomarse en mosca, en lince, en lobo, en caballo, en putrefacto coágulo, hacia el ocaso del capítulo 55 nos sorprende con la siguiente confesión poética: "soy el río que ahogaron en mi infancia y viajo dentro de los hombres, y canto ante sus tumbas cubierta de palomas"
La novela, per se, es rara, de repente enloquecida, pero lo es también "Isabel de Egipto" la cual tiende a dar la impresión de encontrarnos ante un galimatías, aunque genial, sin embargo, ambas novelas se amigan en el desenfado con que se teje la trama, desde luego mientras Von Arnim se aferra al romanticismo con respecto al lenguaje, Margarita se acerca al Céline de "Viaje al final de la noche", y es Céline, y no Zola quien logra que este tipo de lenguaje se vuelva tangible al paladar literario. Aquí florece incluso lo "erótico" donde el órgano de Príapo cuelga del cuerno de la abundancia. Volvemos al último verso de "El gato de Schrödinger": "toda ecuación del mundo está en el sexo", lo cual es una alusión a la ecuación cuántica que describe los diferentes estados físicos de la materia, la posible ubicuidad. Aquí florece incluso la condición del extranjero, sus vicisitudes en extranjeras tierras.
He sostenido siempre que un autor es su obra, he insistido siempre en lo cosmogónico, en lo empírico, y aunque la intención de Margarita, o lo que más bien le deja ver al lector no brota de acontecimientos con exactitud encajados en la evocación, sino en experiencias que ha venido acumulando mediante la observación, de repente las experiencias pasadas, las pérdidas, los amores sepultados resurgen a menudo, en forma inconsciente, aunque muchas veces el puño se cierra ante tales situaciones e insistimos en suprimirlas, en mantenerlas en lo más profundo de nuestras entrañas, a veces nos vemos y nos encontramos en los avatares de quienes nos rodean. Soy de los que piensan que la literatura es un perenne regreso, un perenne reencuentro con uno mismo, en el capítulo 57 la novelista nos dice: "mi riachuelo de la infancia es la causa común de la humanidad", más adelante en el mismo capítulo (por cierto, el último) añade: "la buena noticia de mi regreso puede matar a abuela, pero ya está muerta", la alusión a la abuela es simbólica, pero se impone lo afectivo y la posible reacción de la abuela si hubiera estado viva, de manera que aquí se aplica la paradoja del gato de Schrödinger: ¿está la abuela realmente muerta, o viva?, ¿está el personaje de Margarita, vivo, o realmente muerto? Ya en el ocaso de Mouche, eclosiona una vez más el regresar eterno de quien está afuera mirando su pasado, mirando su sentir en la esfera de los otros: "Estoy de regreso, sentada entre mi gente, como si fuese la mosca de la repisa". La mosca a modo de símbolo es ese insecto que se posa sobre los desechos, sobre las inmundicias, pero también sobre los muertos, sobre nuestros muertos, sobre aquello que murió y de lo cual no podemos desprendernos. Ella ha estado ahí por décadas, en su aislamiento, con la escafandra que le coloca el silencio ---cual si fuera como ella misma dice, un buzo intemporal, tan presente como ausente, maulla el gato de Schrödinger una vez más; pero ¿estará viva, o muerta? Y sin embargo está...
Tino Díaz

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