JO
En el diván de la vergüenza histórica, ése que ha olvidado sistemáticamente a las mujeres y que hoy en día sólo podemos entender como un doloroso agravio comparativo, hay un importante hueco para Johanna van Gogh-Bonger (Ámsterdam, 1862). Relegada tradicionalmente al papel secundario de «cuñada de» o «esposa de», la figura de Jo es quizás la más importante para entender la resonancia del apellido Van Gogh en la Historia universal del arte.
Así al menos lo entiende Hans Luijten, comisario permanente del Museo Van Gogh de la capital holandesa y autor de Todo para Vincent, una extensa biografía fruto de cinco años de investigación sobre la mujer que puso en el mercado al autor de Calavera con un cigarrillo. «Trabajó estratégicamente para poder colocar los cuadros de Van Gogh, buscando a los mejores intermediarios por todos los Países Bajos y parte de Francia. De la misma manera, se puso en contacto con todos los escritores y críticos de arte con influencia para que se hablara de Vincent en los periódicos y revistas de la época», explica este profesor de literatura renacentista que lleva un cuarto de siglo investigando sobre el gran misterio del pintor brabante. Su trabajo, que se basa en el análisis pormenorizado de tres décadas de diarios de la esposa de Theo van Gogh y que ya ha visto la luz en holandés, será traducido al inglés antes de fin de año.
Según Luijten, la importancia de Jo con el legado Van Gogh se explica a través de dos grandes hitos. En primer lugar, la exposición que organizó junto al Museo Stedelijk de Ámsterdam en 1905, 15 años después de la muerte de Vincent y 14 de la muerte de su marido. En ella, además de exponer el trabajo más vivo del pintor de los meses de Arlés,se encargó de establecer contacto con los más acaudalados e importantes marchantes de arte de la época. Este paso, clave para que los cuadros se hicieran célebres por todo el Viejo Continente, quizá sea más importante pero menos conocido que su gran contribución a la mística torturada de Van Gogh: la publicación, en 1914, del primer tomo de la correspondencia que el artista mantenía con su hermano.
A través de más de 800 misivas, Johanna acondicionó, tradujo al inglés e hizo públicas las conversaciones fraternas en un período de tiempo que abarca desde agosto de 1872 hasta julio de 1890, unos meses antes de la muerte del pintor. La importancia de los documentos, que Theo legó a su mujer, no sólo ayuda a entender el complicado proceso creativo de Vincent, sino que también se convirtió de inmediato en la principal guía de estudio y bitácora de los estudiosos del creador de La noche estrellada.
Si bien en los albores de la I Guerra Mundial el arte de Van Gogh ya era algo en boga, «las cartas hicieron el resto, porque el escritor y el pintor van de la mano», afirma Luijten, que descarta el móvil monetario en las motivaciones de Johanna. «Es habitual asociar su situación de viudedad con la desesperación económica, pero la determinación de Jo por dar a conocer el arte de Vincent van Gogh tiene más que ver con las ideas de modernidad y trascendencia que le transmitía su marido», afirma el experto, mientras recuerda las infames críticas que recibieron sus primeras exposiciones: «Le achacaban que le asignara a Vincent la condición de Dios del arte».
Más allá de los números, que hablan de una mujer capaz de vender 192 cuadros y algunos, como Los girasoles, por 15.000 florines holandeses de la época (unos seis millones de euros ajustados a inflación), la biografía de Luijten descubre a una Jo inconformista para la que no era suficiente el papel de viuda sufrida y que, ni siquiera durante sus años de casada, dejó de implicarse socialmente. Ello se explica, en gran medida, por su temprana formación musical al nacer en el seno de una familia dedicada al piano y también a su extraordinaria habilidad para los idiomas, que la llevó a vivir en Londres durante su juventud.
En la capital del Imperio Británico tuvo su primer contacto con el arte, ya que visitó en numerosas ocasiones la National Gallery y el British Museum, donde trabajó varios meses como traductora puntual del alemán, el francés y el holandés. Allí conoció a muchos de los galeristas que luego la ayudarían a levantar el legado de Vincent, pero también a un grupo de mujeres de su edad que la involucraron en los incipientes movimientos sufragistas de la época.
Por obvio contagio, la joven Jo que había cruzado el Canal de la Mancha hizo suyos los preceptos de la izquierda internacionalista y los importó a su propio país. Además de reivindicar a pie de calle el derecho al voto de las mujeres, que pudo ver materializado en los Países Bajos tan pronto como acabó la Gran Guerra, la viuda de Theo se afilió al entonces recién nacido Partido Socialdemócrata de los Trabajadores (germen del actual Laborista) y luchó por un brazo político moderado del movimiento obrero. De hecho, y según cuenta su biógrafo, Jo llegó a acudir a un encuentro con León Trotski y ofrecía seminarios en su propia casa «sobre los derechos de la mujeres y cómo aspirar a una vida mejor», con el rango de fundadora de la sección femenina de propaganda.
Sobre su estancia en Londres, Luijten añade que «fue clave en el desarrollo de su conciencia social», porque su mayor empeño, como dejó escrito, siempre fue «conseguir vivir de manera noble». En Inglaterra, Jo también entró en contacto con las artes escénicas y la poesía, e indagó así en la figura del poeta Percy Bysshe Shelley, sobre el que escribió una disertación analizando su famoso Ozymandias.
Después de volver a Ámsterdam, casarse con Theo y enviudar, la vida no se detuvo para Jo. En 1901, diez años después de enterrar al mayor de los hermanos Van Gogh, se casó con el también artista Johan Cohen Gosschalk. Por desgracia, éste falleció unos años más tarde y, después de trasladar la tumba de Theo desde Utrecht a Auvers-sur-Oise para que reposara junto a Vincent, se marchó a Nueva York.
En 1925, a la edad de 62 años, rodeada por su hijo y sus cuatro nietos, Johanna van Gogh-Bonger fallecía con la gran meta de su vida cumplida, la de ver reconocido en todo el mundo el trabajo de Vincent van Gogh y sin desprenderse del cuadro que consideraba más valioso: Almendro en flor, el óleo sobre lienzo que el artista pintó para celebrar el nacimiento de su sobrino.
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