21 de enero, Blaise Cendrars
Blaise Cendrars murió en París, el 21 de enero de 1961.
Dijo de él Henry Miller: "Él fue una especie de Brahmán
à rebours, como decía de sí mismo, un Brahmán que es el
enviado plenipotenciario del principio activo mismo. Él es
el hombre del sueño que él está soñando, y será eso hasta
que el sueño termine."
Pascua en Nueva York
Para Agnes
Flecte ramos, arbor alta, tensa laxa viscera
Et rigor lentescat ille quem dedit nativitas
Ut superni membra Regis miti yendas stipite…
Fortunat, Pange lingua.
Doblega tus ramas, árbol gigante, baja un poco la tensión
de tus entrañas,
Y que se aplaque tu rigor natural,
No descuartices con rudeza los miembros del Rey supremo.
Remy de Gourmont, El latín místico
SEÑOR, HOY ES EL DÍA DE VUESTRO NOMBRE,
LEÍ EN UN VIEJO LIBRO LA GESTA DE TU PASIÓN,
Y tu angustia y esfuerzos y palabras bondadosas
Que suavemente monótonas lloraban en ese libro.
Un monje de viejos tiempos me habló de tu muerte.
Él hizo un recorrido por tu historia con letras de oro
Con un misal, y puesto de rodillas, el monje se
explayaba piadosamente inspirándose en Ti.
En el refugio del altar, sentado, con su hábito blanco,
De lunes a domingo, él, suavemente ejercía su labor.
Las horas se detenían en el umbral de su retiro.
Él caía en el olvido inclinado ante tu imagen.
En la víspera las campanas salmodian en la torre y
El buen hermano no sabe si se trata de su amor
O si se trata del Tuyo, Señor, o del de tu Padre,
Lo que con ardor golpea la puerta del monasterio.
Yo estoy como ese buen monje, inquieto, esta noche.
En la celda vecina soy un ser triste y enmudecido.
¡Aguarda tras la puerta, aguarda que te llamaré!
Eres Tú, es Dios, soy yo, — es el Ser Supremo.
No te había conocido antes, — ni en este momento.
Yo nunca estuve en oración desde que fui un infante.
Por eso es que en esta noche, con temor, pienso en Ti.
Mi alma es una viuda en duelo al pie de Vuestra Cruz;
Mi alma es una viuda vestida de negro, —Tu Madre
Sin lágrimas ni esperanza, como Carrière la pintó.
Conocí a todos los Cristos colgados en los museos;
Pero esta noche Tú caminas, Señor, junto conmigo.
A grandes pasos voy hacia la parte baja de la ciudad,
Mi espalda encorvada y corazón herido, espíritu febril.
Vuestro costado tan abierto es un grandísimo sol
Y alrededor de Vuestras manos retozan las centellas.
Los vidrios en ventanas de casas están llenos de sangre,
Y tras ellos las mujeres se ven como flores que sangran.
Extrañas malditas marchitadas flores, son las orquídeas,
Cálices trastornados sobre tus tres heridas, se abren.
Con Tu sangre en esos cálices, no se embriagaron ellas,
Que se pintan los labios de rojo y usan encajes en el culo.
Blancas igual que cirios son las Flores de la Pasión,
Las más dulces en el Jardín de la Virgen de Bondad.
Es en esta hora precisa, alrededor de la hora novena,
Cuando tu Cabeza, Señor, se inclinó hacia tu corazón.
Estoy sentado a la orilla del Océano y me acuerdo
De un cántico de Alemania que canta con palabras
Muy suaves, sumamente sencillas y muy purificadas
La belleza de Vuestro Rostro en la tortura.
En el subterráneo de un templo de Siena yo vi,
Detrás de cortinas, sobre el muro, ese mismo Rostro.
Y en la ermita de Bourrié-Wladislaz se puede
Ver dentro de en una urna rebosante en oro.
Turbias piedras preciosas han puesto en tus ojos
Que los campesinos, arrodillados, besan.
En el manto de la Verónica ella está impresa
Y es por eso que Santa Verónica es Tu santa.
Es la mejor reliquia que pasa por los campos
Es refugio para todos los enfermos y pecadores.
Hace también miles y miles de otros milagros,
Aunque a esos acontecimientos yo no he asistido.
Tal vez me hace falta la fe y la bondad, Señor,
Para poder ver la irradiación de Tu Belleza.
No obstante, Señor, he viajado entre peligros
Para contemplar Tu imagen en una esmeralda.
Señor, haz que mis manos, que cubren mi cara,
arranquen la máscara de angustia que me oprime.
Señor, haz que mi boca cubierta con mis manos
Deje de lamer la espuma de la cruel desesperanza.
Estoy triste y enfermo. (Puede ser por Tu causa,
O por cualquier otra. Puede ser por causa Tuya).
Señor, los pobres por quienes te sacrificaste están
Enclaustrados, ganado amontonado, en hospicios.
En inmensos barcos negros vienen de lontananza,
Y en revoltijo, son desembarcados sobre pangas.
Ahí están los italianos, los griegos, los españoles,
Los rusos, los búlgaros, los persas, los mongoles.
Son las bestias del circo que brincan meridianos.
Como a los perros, les arrojan trozos de carne negra.
Para ellos es la felicidad esa sucia pitanza.
Señor, ten piedad de los pueblos que sufren.
Señor, en los ghetos la turba de los judíos bulle,
Ellos vienen desde Polonia, todos son fugitivos.
Lo sé muy bien, ellos te procesaron, pero yo puedo
Asegurarte que no todos están dispuestos a la maldad.
En sus estanquillos, bajo la luz de sus quinqués,
tienen a la venta ropa vieja, armas y libros.
Rembrandt gustaba de pintarlos con sus ropas pobres.
Esta misma noche yo les he regateado un microscopio.
Ay!, Señor, ¡después de Pascua ya no estarás aquí!
Señor, ten piedad de los judíos que viven en barracas.
Señor, las mujeres humildes que te siguieron al Gólgota
Se ocultan detrás de inmundos canapés en los tugurios,
Y están contaminadas por la miseria de los hombres,
Los perros roen sus huesos y bebiendo el ron ocultan
El endurecido vicio que como una concha las envuelve.
Cuando una de ellas me habla, Señor, yo desfallezco.
Yo quisiera ser como Tú para amar a las prostitutas.
Señor, ten misericordia de las prostitutas.
Señor, ahora estoy en el barrio de los ladrones buenos,
De los vagabundos, los desarrapados, los encubridores.
Pienso en los dos ladrones a tus lados durante Tu
Sacrificio. Sé que tú sonreías de sus malas suertes.
Señor, quisiera un cordón con un nudo en el extremo
Pero ese cordón no es gratis, cuesta veinte centavos.
Razonaba como un filósofo, aquel bandido viejo, con el
Que compartí el opio para que pronto llegara al Paraíso.
También pienso en los músicos callejeros, el violinista
Ciego, el manco que sin saber música toca el órgano,
El cantor con un viejo sombrero y adornado con flores
De papel. Son quienes cantan durante toda la eternidad.
Señor, otórgales tu caridad, no el resplandor engañoso.
Entrégales, Señor, una limosna con dinero de verdad.
En el momento de tu muerte, Señor, la corina se rompió,
Y nadie dijo nada de lo que detrás de ella había.
En las noches las calles son como desgarramientos.
Se llenan de oro y de sangre, de desperdicios y fuego.
Aquéllos que arrojaste del templo a latigazos, ahora
Flagelan a los caminantes con fechorías que punzan.
La Estrella que entonces desapareció de tabernáculo
Ahora brilla sobre los muros del espectáculo chocante.
Señor, el Banco iluminado es como una caja fuerte
Donde la sangre de Vuestra muerte se está coagulando.
Las calles se vuelven desiertos cada vez más negros.
Yo zigzagueo como un borracho por las aceras.
Me atemorizan los sombras que las casa proyectan.
Tengo miedo. Me siguen. No me atrevo a voltear.
Un paso renqueante brinca, cada vez se acerca más
Tengo miedo. Tengo vértigo. Me detengo adrede.
Un espantoso granuja me lanzó su filosa mirada,
Luego, maloso como un puñal, pasó a mi lado.
Señor, nada ha cambiado desde que ya no eres Rey.
El Mal, con el madero de tu Cruz, se hizo una muleta.
Yo bajo por los malos escalones de una cafetería,
Y he aquí que me siento a beber una taza de té.
Estoy en un lugar de chinos que a mis espaldas sonríen,
Hacen caravanas, son atentos, parecen de porcelana.
El local es muy pequeño y está pintado de color rojo,
Se adorna con curiosos cromos en marcos de bambú.
Hokusai pintó una montaña de cien formas diferentes.
¿Cómo se vería Vuestro Rostro pintado por un chino?…
Esta última ocurrencia, Señor, primero me hizo sonreír.
Imaginé verte en escorzo durante Tu martirio.
El pintor chino habría mostrado tu tormento con mayor
Crueldad de cómo lo han hecho los pintores de Occidente.
Las dagas onduladas habrían aserrado Vuestras carnes,
Tenazas y espátulas habrían raspado Tus nervios.
Un dogal habría sido puesto alrededor de Tu cuello.
Las uñas y los dientes te habrían sido arrancados.
Han de haberte arrojado inmensos dragones negros
Que con sus llamas en soplete lastimarían tu cuello.
Te habrían extirpado tanto la lengua como los ojos
Y te habrían ampalado en una lanza.
De ese modo , Señor, habrías sufrido toda la infamia,
Porque no existe mayor crueldad que la imaginada.
Después te habrían arrojado entre los puercos
Que te habrían carcomido el vientre y las tripas.
En este momento estoy solo, los demás se han ido,
Me acosté sobre una banca pegada a la pared.
Yo habría preferido, Señor, estar dentro de un templo;
Pero en esta ciudad, Señor, no he escuchado campanas.
Pienso en campanas mudas —¿Dónde están esas de la
Antigüedad? ¿Dónde las letanías y dulces antífonas?
¿Dónde las ceremonias de larga duración y los cánticos
Hermosos? ¿Dónde están las liturgias y las músicas?
¿Dónde los altivos abades, Señor, dónde tus monjitas?
¿Dónde el alba pura, el escapulario de santas y santos?
El deleite del Paraíso se oscurece entre la polvareda.
Los fuegos míticos ya no brillan en los vitrales.
El alba se tarda en llegar y en el tugurio estrecho
Las sombras crucificadas agonizan sobren paredes.
Es como un Gólgota de noche ante un espejo
Que se le mira, entre el rojo al negro, tembeleque.
El humo sobre la lámpara es como trapo desteñido
Que rodea, se enreda, alrededor de tus caderas.
Por arriba de la pálida lámpara, suspenso, ese humo
Está como Tu Cabeza, triste, muerto, exangüe.
Reflejos insólitos parpadean en vidrios de ventanas.
Tengo miedo —y estoy triste, Señor, de estar triste
—”Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?”
—La luz tiritando, humilde, en el amanecer.
—”Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?”
—La blacura delirante que tiembla, como manos.
—”Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?”
—El augurio de la primavera vibrando en mi pecho
Señor, el alba como un sudario, se deslizó, fría,
Y ha desnudado a los rascacielos como al aire libre.
Ahora un inmenso ruido resuena sobre la ciudad.
Ahora los trenes van desfilando, brincan y rugen.
Los trenes subterráneos bajo tierra ruedan bramando.
Los puentes se sacuden por la vías férreas.
La ciudad tiembla. Hay gritos, fuego, humaredas,
Las sirenas a vapor estruendan sus aullidos.
El gentío se enfebrece tras los sudores del oro
Por los largos pasillos se precipitan y atropellan.
Trastornado, en un mare magnum sobre techos,
El sol es Tu Rostro, por escupitajos mancillado.
Señor, regreso fatigado, solo, con mi melancolía.
Mi cuarto, como si fuera una tumba, está escueto.
Señor, estoy completamente solo y tengo fiebre.
Mi lecho, como un féretro, es la frialdad misma.
Señor, cierro mis ojos y mis dientes castañetean.
Estoy completamente solo. Tengo frío. Te llamo.
Cien mil trompos giran ante mis ojos… No,
Son cien mil mujeres… No, cien mil violines.
Pienso en mis horas de desdichas, Señor…
Pienso, Señor, en mis horas que han pasado.
Ya no pienso en Ti, Señor. Ya no pienso en Ti.
Nueva York, abril de 1912.
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