Oriana Fallaci: «La próxima guerra no estallará entre ricos y pobres: estallará entre los que comen carne de cerdo y los que no la comen»
Dicen a menudo que leer y viajar es prácticamente lo mismo, pero que quien
consigue hacer las dos cosas obtiene una perspectiva mejorada de todo cuanto le
rodea. Como una terrible premonición, hay libros que parecen ir adelantados a
su tiempo. Ocurrió con las novelas de Julio Verne, que imaginó antes que nadie
el uso del helicóptero y el submarino, y ocurrió con «Inshallah», una novela de
Oriana Fallaci que vaticinó los peligros del fundamentalismo religioso.
En 1983, dos camiones cargados de explosivos y conducidos por suicidas islámicos
mataron cerca de 300 soldados franceses mientras dormían. Fue en Beirut
(Líbano), donde también había un contingente de soldados italianos con los que
Fallaci se entrevistó poco después del atentado. Las reflexiones de sus
compatriotas, que vivían bajo la amenaza de ser los siguientes, terminaron de
horrorizarla. Aún así, la periodista volvió a Beirut en varias ocasiones y la
violencia que allí presenció sentó las bases psicológicas de su libro
«Inshallah», publicado en 1990.
Aunque llevaba tiempo retirada en su apartamento de Nueva York, Fallaci
seguía muy de cerca la información internacional. Vivía con un ojo en las
noticias y otro en su novela de 800 páginas, donde puso en boca de uno de los
personajes la siguiente reflexión:
«¡Pero qué rusos y qué americanos, qué comunistas y capitalistas ni qué
ocho cuartos! ¡La próxima guerra no estallará entre ricos y pobres: estallará
entre güelfos y guibelinos, es decir, entre los que comen carne de cerdo y los
que no la comen, entre los que beben vino y los que no lo beben, entre los que
susurran el paternóster y los que gritán “¡Alá es grande!”». Corría el año 1990
(no existía por ejemplo Charlie Hebdo) y el odio ya era tangible.
Encontronazo con Jomeini
A lo largo de su carrera, la corresponsal conoció de primera mano el
conflicto árabe-israelí y se entrevistó, entre otros, con el Ayatolá Jomeini
(1979) y Muamar el Gadafi (1979). Esta primera dio la vuelta al mundo por cómo
prescindió del velo delante del ayatolá: «En 1973 había entrevistado al sha y había
escrito que era una hijo de perra —escribió Fallaci—. Así que Jomeini me
concedió la entrevista creyendo que iba a escribir maravillas sobre él».
Para la entrevista, Fallaci aceptó acudir con el chador, pero hubo un
momento en que, harto de tanta pregunta sobre el trato a la mujer en Irán, el
ayatolá sugirió: «Si no le gusta el vestido islámico, no está obligado a
llevarlo. El chador es para las mujeres jóvenes y respetables».
Ni una palabra más en lo alto de la mesa. La periodista se descubrió la cabeza
«con un ademán rabioso», según su biografía no autorizada, y Jomeini abandonó
la sala, pues no aceptaba estar en presencia de una mujer que tuviera la cabeza
descubierta. Al día siguiente Fallaci pudo terminar la entrevista pero se
encontró con una versión más prudente y lacónica del ayatolá, que prefirió no
entrar al trapo de las preguntas que le hizo sobre la represión en Irán.
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