los mejores están callados.
"La politización de los poetas no vale nada. Un poeta no ha de amar al público, sino a la humanidad "
LOS MEJORES ESTÁN CALLADOS,
por Herman Hesse
LOS MEJORES ESTÁN CALLADOS,
por Herman Hesse
“No
hay rectitud de ideas y de carácter que valga nada, que a la más ligera
manifestación no sea combatida en los editoriales, ridiculizada y
arrastrada por el fango por los héroes de la pluma, en nombre del amor a
la patria y a otros ideales. Cuando contemplo la poesía y la
espiritualidad de hoy no me asusta en absoluto su bajo nivel, porque sé:
los mejores están callados. Intuyen que no tiene ningún valor
intervenir escribiendo y chillando, o siquiera defender sus bienes.
Siguen los acontecimientos con el interés que exige a diario su triste
grandeza; pero la mayoría no tiene ya la ilusión de que un poeta, de
pronto politizado, vaya a mejorar esencialmente los asuntos públicos. La
politización de los poetas no vale nada. Un poeta no ha de amar al
público, sino a la humanidad (cuya parte mejor no lee sus obras, pero
las necesita). Un poeta no debe convertirse en periodista o en hombre de
partido por amor a la patria; ni debe mezclarse con los abastecedores
de material de guerra por muy seductor que pueda ser comercialmente. Ni
por él mismo ni por su pueblo está obligado a hacer cosas a las que nada
le obliga.”
* * * * * *
Cuando
usted pide a un poeta que dé noticias de sí mismo, no espera de él un
informe. Verdaderamente yo no tengo nada que informar. Mis líneas
podrían venir de Sirio o de Berna o de alguna lejana isla perdida.
NO
HAY RECTITUD DE IDEAS Y DE CARÁCTER QUE NO SEA COMBATIDA POR LOS HÉROES
DE LA PLUMA EN NOMBRE DEL AMOR A LA PATRIA Y A OTROS IDEALES
En
estas islas vivimos nosotros ahora, los poetas. No todo el mundo es
capaz de hacer oír sus poemas y pensamientos entre cañones y partes de
guerra.
A
esto se añade la experiencia que casi toda persona decente ha hecho
durante la guerra: no hay rectitud de ideas y de carácter que valga
nada, que a la más ligera manifestación no sea combatida en los
editoriales, ridiculizada y arrastrada por el fango por los héroes de la
pluma, en nombre del amor a la patria y a otros ideales. Durante algún
tiempo parecía que el odio era la fórmula prescrita, y el salvaje
fanatismo el comportamiento actualmente prescrito; quien no era capaz de
ambos estaba excluido.
Sé
que las cosas ya no son así, y si recuerdo aquellos tiempos de inaudita
falta de libertad de expresión y de pensamiento no es por razones
sentimentales. Por el contrario, lo poco que entonces arrojaron sobre mi
persona no sólo hace tiempo que ya no duele, sino que incluso fue
saludable y dio frutos.
Entre
ellos, que me deshabitué de la necesidad de hablar. Entre nosotros
estaba en boga sobrestimar a los poetas, en el sentido de que se les
pedía en todo tipo de ocasiones su apreciada opinión y se creía
necesario leer de cuando en cuando sus estimables nombres en los
periódicos. Hasta qué punto esta amabilidad correspondía por otra parte a
un completo desconocimiento y desprecio de la poesia por parte de la
mayoría de nuestros círculos cultos, lo sospechábamos todos un poco,
pero ninguno quería admitirlo.
En
vez de vivir en buhardillas, comer cortezas de pan y escupir sobre las
cabezas de los burgueses, los poetas nos habíamos convertido en señores
agradables que casi podían aparecer en sociedad y que formulaban frases
ingeniosas sobre las cuestiones del día, algún chiste y alguna leve y
graciosa ironía.
Si
algo me hubiese podido inducir jamás a participar durante un solo
instante en el ridículo y blasfemo sermoneo de los pedantes de
biblioteca sobre la grandeza de los tiempos de guerra, sería este
despertar, estos remordimientos, esta súbita escisión respecto al mundo
de los pedantes, con los que en general me había entendido pasablemente.
Esto
valía la pena, era vital y profunda experiencia: reconocer que no
habíamos sabido dónde estábamos, que habíamos desempeñado un papel, que
con toda inocencia nos habíamos puesto al servicio de una “cultura” que
en el fondo nos resultaba despreciable y negrera. Por ejemplo, nos
dejamos decir por críticos y redactores lo importante que era nuestra
misión de predicar al mundo de los lectores la naturaleza, y al hacerlo
apenas notábamos que no sólo éramos engañados, sino que también
estábamos a punto de engañar.
En
suma, también en nosotros se notaba la “paz podrida”. Pero ahora todo
eso está destruido. Cuando contemplo la poesía y la espiritualidad de
hoy no me asusta en absoluto su bajo nivel, porque sé: los mejores están
callados. Viven en islas perdidas, separados de las masas y del tono
del día por las distancias de siglos de desarrollo. Intuyen que no tiene
ningún valor intervenir escribiendo y chillando o siquiera defender sus
bienes. Siguen los acontecimientos con el interés que exige a diario su
triste grandeza; pero la mayoría no tiene ya la ilusión de que un
poeta, de pronto politizado, vaya a mejorar esencialmente los asuntos
públicos.
La politización de los poetas no vale nada. Al contrario, estamos más ávidos que nunca de islas lejanísimas de Robinson, donde florezcan nuestros sueños y pueda desplegarse nuestro amor a los hombres en vez de ser maltratado, en vez de trabajar a medias en otros terrenos, en vez de digerir para el querido lector las experiencias del día vividas. No interesa el querido lector. No interesan los poetas como charlistas amablemente tolerados o como figuras paternales que aleccionan noblemente: son una invención del público.
UN POETA NO HA DE AMAR AL PÚBLICO, SINO A LA HUMANIDAD, Y NO PUEDE CONVERTIRSE EN PERIODISTA U HOMBRE DE PARTIDO
Un
poeta no ha de amar al público, sino a la humanidad (cuya parte mejor
no lee sus obras, pero las necesita). Un poeta no debe convertirse en
periodista o en hombre de partido por amor a la patria; ni debe
mezclarse con los abastecedores de material de guerra por muy seductor
que pueda ser comercialmente. El poeta debe vivir su época, no intentar
explotarla sin haberla vivido aún; ni por él mismo ni por su pueblo está
obligado a hacer cosas a las que nada le obliga.
Mientras
fuera se suceden las ofensivas, en los países neutrales se celebra un
certamen implacable, pero pacífico, cuya meta consiste en ganar
simpatías y demostrar la superioridad de la patria. Orquestas y
compañías de teatro, directoras de orquesta y actores alemanes y
franceses, ballets rusos, exposiciones de pintura y de artesanía son
utilizados para impresionar al extranjero.
Si
la música alemana que dirige Strauss y los textos que monta Reinhardt
en el extranjero no se encontraran muy por encima del nivel de la guerra
y de la época, podrían volverse a casa, cubiertos de ridículo. Las
cosas buenas que podemos mostrar en el arte y la poesía no han nacido de
una capacidad de adaptación barata, ni de un feliz sentido de la
oportunidad, sino del carácter y de la necesidad, en su mayor parte en
la resistencia y la guerra contra el presente y sus exigencias
niveladoras.
Ustedes
quizá me escuchen asombrados y por fin pregunten: “Bueno, muy bien,
pero ¿por qué decir todo eso? ¿Para qué escribir un artículo literario?
¿Por qué no callar?”
Tienen
ustedes razón. Sin embargo, estamos en guerra, y si hoy emprendo alguna
cosa pública, siempre estará relacionada con la guerra. Si como poeta
rechazo someterme a las exigencias de una época con escasos vuelos
intelectuales, puedo a pesar de todo hacer mi trabajo como persona, como
número y como soldado. Y este trabajo me importa mucho, no sólo porque
es patriótico, sino porque es necesario y vital.
Así
como un predicador ambulante, en cada ocasión que reúne gente a su
alrededor, repite sus sermones y pasa su hucha, así tengo yo que
recordar, en cada ocasión que se me ofrece, el trabajo que me ha
impuesto la guerra. Es un trabajo muy pequeño, como la última rama en un
gran árbol. Pero es necesario, hace bien y ayuda a salvar hombres.
¡Ayudadnos
en esta tarea! Dadnos dinero, dadnos buenos libros… Día a día nos
llegan deseos acuciantes de prisioneros, a los que no podemos hacer
frente con nuestros medios… Muchos han colaborado y a muchos les estamos
agradecidos. También a aquel que sólo mete un par de buenos libros en
un paquete y nos lo manda. Pero tienen que colaborar aún más, la
necesidad crece…
Y
si este ruego logra atraer nueva participación activa, mi saludo desde
Berna no habrá sido escrito en vano. El poeta movilizado para el
servicio de prisioneros intenta movilizar en la patria nuevos corazones,
nuevas bolsas de dinero para sus protegidos. Y así el poeta ha vuelto a
establecer una relación intachable con la opinión pública.
* * *
HERMANN HESSE, Saludos desde Berna, 1917. Biblioteca Hesse, Alianza Editorial, 2004.
Traductor: Anton Dietrich.
Traductor: Anton Dietrich.
Tomado de Filosofía Digital
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