Zenobia, la brújula inédita de un Nobel. En El Mundo.

Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, recién casados. 

Entregó parte de su vida a la obra de su marido, el poeta y premio Nobel Juan Ramón Jiménez, pero Zenobia Camprubí fue más que la sombra de un creador genial y neurasténico.
Los diarios inéditos, relatos y traducciones que publica la Fundación José Manuel Lara buscan rebajar su leyenda de mujer eclipsada

Zenobia, la brújula inédita de un Nobel


"Yo soy la clase de mujer que no se casa (...) Todavía no he visto al hombre que me pudiera hacer más feliz de lo que creo poderlo ser siendo soltera". Zenobia Camprubí Aymar firmó al remate de estas líneas en una carta a su amiga María Martos. Era 1911. Cinco años después se casaba con un poeta neurasténico, sometido a los rigores de mil demonios juntos, ciclotímico, con lengua de hacha, extremado en odios y afectos, universal y monográfico: Juan Ramón Jiménez.

Aquella muchacha insistía: "Yo no estoy hecha para casar". Y más aún: "Odio decírtelo porque estás lejos y también porque me da vergüenza confesarlo: estoy rodeada, acechada y acorralada por gente que está intentando casarme". Se lo confiesa a un pretendiente norteamericano en 1913. Lo afirmaba con la certeza de quien cree ciegamente en sí misma. Pero ni un paso más allá. Porque Zenobia Camprubí fue algo más que la sombra de Juan Ramón Jiménez. Porque antes vivió con esa locura de boquitas pintadas y cabecita loca de las muchachas bien contorneadas en el arranque del siglo XX. Era hija de una puertorriqueña de economía fuerte y de un ingeniero de caminos catalán. La mayor de cuatro hermanos. Todos estudiantes en Harvard. Nació en 1887 en Malgrat de Mar (provincia de Barcelona), donde la familia veraneaba. En un clima vital de regaliz, la niña Zenobia navegaba en un río de dulzura donde las mujeres vestían pamelas con gasas anudadas a la barbilla y tenían el hablar mimoso.

Estaba dentro de una corriente que se distinguía por la educación, el cuidado de los modales y la lectura. Estudió en casa mientras escuchaba recitar los primeros versos de su vida. "Como fui educada en casa se me educó en una tradición americana de siete generaciones que databa de los colonos hugonotes franceses y holandeses establecidos en Nueva York. Por supuesto, tuve tradición española pero muy bien mezclada con la moralidad intransigente de mis ancestros neoyorquinos". En ese charco amniótico llegó a los nueve años, cuando la madre ordenó hacer los baúles para emprender con la pollada un viaje (sin boleto de regreso) a Nueva York. El padre, un tarambana dado al juego, se había arruinado entre noches de bacarrá y soplos sin futuro en la Bolsa. Y a partir de ahí aquella niña tomó conciencia de un mundo propio que tenía por primer mandamiento la independencia, el vivir con la sonrisa siempre encendida y dispuesta sin fatiga a la aventura que proporciona un viaje o un cóctel.

De aquella juventud aún se sabía poco. Zenobia no dio demasiadas claves de su biografía primera. Pero dejó diarios de juventud, relatos, poemas, conferencias, traducciones, papeles... Un material que alumbra y reescribe el contorno de aquella mujer que quedó fijada para la Historia como la sombra de Juan Ramón Jiménez. Su baranda vital. Su brújula necesaria. Su anulado costillar. Y no fue así. O no así siempre y del todo. La Fundación José Manuel Lara publica en un volumen de 600 páginas, 'Diario de juventud. Escritos. Traducciones', (en venta desde el 27 de octubre) un grupo de documentos reveladores para entender de dónde viene Zenobia Camprubí. Por qué Zenobia Camprubí. Hasta dónde Zenobia. Al cargo de la edición, la profesora Emilia Cortés, que ha pasado años buceando por los archivos de la pareja en colaboración con Carmen Hernández-Pinzón, heredera de Juan Ramón Jiménez.

"De Zenobia conocemos los tres diarios del exilio y el de 1916 (año en que se casa con Juan Ramón, a los 27), pero todo el rastro escrito de su juventud estaba inédito y ahora podemos decir que completamos por fin la línea viltal de esta escritora", sostiene Cortés. "Su vida en Norteamérica hizo que se relacionase con jóvenes de su edad (algo que había echado de menos en España). Resultó ser muy popular con sus amistades, con las que salía constantemente. También viajaba sola. Asistía a espectáculos, conferencias, fiestas, bailes, practicaba deportes... Todo ello aumentó su sentido de independencia, que chocó frontalmente con las actitudes de las jóvenes de su edad cuando regresó a España en 1909, con los padres reconciliados. En EEUU, además, despertó en ella una inquietud social que la acompañó hasta el final. Asumió algunas tesis feministas y consideró la educación como un valor esencial. Bajo este síntoma puso en marcha en La Rábida una escuela rural para la alfabetización de los niños de la zona". También conducía un Chevrolet.

Existen dos Zenobias (Pessoa ya advertía que somos un baúl lleno de gente): la Americanita risueña que zureaba por el mundo y la que entró en el laberinto de Juan Ramón Jiménez una tarde de 1913 en la Residencia de Estudiantes, cuando después de una conferencia el poeta la abordó intrigado por la sofisticación de esa damita como trasplantada de otra Vía Láctea. "Estoy tan encantada y tan entusiasmada con todo que no creo que haya una persona que disfrute la vida más que yo". Esta es una entrada del diario inédito, el 29 de marzo de 1909.

Señoritas y cultura

"Aprovechó todo lo que le ofrecía Madrid y se involucró en proyectos culturales e intelectuales: estudió en el Instituto Internacional para señoritas; fue la secretaria del Lyceum Club, al lado de mujeres como María de Maeztu; trabajó en la Residencia de Señoritas, fue secretaria del Comité de selección del Programa de Intercambio de Becas con Norteamérica, ayudaba a las estudiantes para esas becas", advierte Cortés... "Y eso no cambió del todo cuando se afianzó con Juan Ramón". Pero algo cambió.

Desde aquel momento, Zenobia Camprubí desarrolló una admiración devota por el poeta. Asumió el tormento de estar junto a Juan Ramón. Sus crisis nerviosas. Su aislamiento intermitente. No encontraba más pasión que la quietud. Pero Zenobia no sabía de más oxígeno que el movimiento. "Desde el momento en que se casa con Juan Ramón vuelca su vida en el proyecto lírico de él", sostiene Cortés. Ella es la que ingresa dinero y lo gestiona. La que organiza su obra. La que trabaja a pleno rendimiento en mil cosas, la que reúne los papeles dispersos que deja él. Ella lo es todo en esa galaxia descompensada. Trabajó en lo que salió al paso, desde los 22 volúmenes de traducción de Rabindranath Tagore y otros tantos autores a labores de agente inmobiliaria. Desde la universidad a las conferencias y los cursos militares (en 1944, en Maryland)... Sufrió el desamparo del exilio junto a Juan Ramón. Y el glaciar de demasiada soledad "mortal". Marcharon en 1936 y nunca regresaron a España: EEUU, Argentina, Cuba, Puerto Rico... Esas fueron las sedes de su trashumancia forzada. Ella fue el motor de explosión de la aventura. El eje de los momentos desolados. Lo amó con una fuerza insondable capaz de remontar cada una de las depresiones que arrasaban al poeta.

"Sus defectos principales son el no aceptar casi nunca la responsabilidad de su culpa, por muy insignificante que sea, y la suspicacia para dolerse de cosas insignificantes. Además es muy egoísta, pero a medida que pasan los años ha hecho un gran esfuerzo por recapacitar (...) En temporadas nerviosas, sin embargo, no hace el menor esfuerzo por dominarse y llega a una crueldad increíble en el egoísmo (...) Al lado de esto es también de una generosidad emocionante en que todo lo quiere dar. Y le genera una gran alegría porporcionarle satisfacción o gusto a cualquiera, aun cuando se trate de un desconocido". Lo dice Zenobia en Cómo es Juan Ramón, uno de los textos de este volumen.

La vejez de ambos fue amarga. Los rigores económicos lastraron sus nervios y su salud. Él vivía para su aventura interminable. Ella para hacerla posible. El cáncer (el zaratán decía Juan ramón) comenzó a tunelar a Zenobia. Él era ya un poeta universal (desde hacía muchos años). El poeta incalculable. El hombre batido por mil tormentas que van por dentro. "Ella, sin dejar de ser ella", insiste Emilia Cortés, "se entregó plenamente a él. Siempre se preocupó de que él no se aislase. Y cuando se sabe seriamente enferma, con la muerte ya encima, su obsesión es que será de Juan Ramón sin su único apoyo. De qué vivirá. Cómo". Dos días antes de que Zenobia diese el último vagido una llamada de la Academia sueca les anunciaba la concesión del Premio Nobel. Era el 26 de octubre de 1956. "El Nobel fue la gran obra de Zenobia", ataja Cortés.

Dos años después murió Juan Ramón Jiménez en Puerto Rico. En la sala Zenobia-Juan Ramón de la Universidad de Río Piedras quedó el legado de ambos. No sólo la ingente y luminosa papelería del autor de 'Dios deseado y deseante', también la obra literaria de su brújula necesaria, la que aceptó el eclipse, la que no se ha leído plenamente hasta ahora. Esta mujer que sonreía por vocación y por destino fue entrega, pero también tuvo su sitio, su vida, sus cosas. Su verdad: "Después de todo, yo soy en parte dueña de mi propia vida y Juan Ramón no puede vivir la suya aparte de la mía". Exactamente así.

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