Fayad Jamís había venido
mucho a Matanzas cuando,
en 1987, Jesús Calaña
curó para la Galería de
Arte de la ciudad
aquella mítica
exposición Fayad
Jamís sí tiene quien le
escriba. Dibujos,
acuarelas, temperas,
tintas, sobre los sobres
de la correspondencia
que recibió durante gran
parte de su vida y, más
aún de su estancia como
diplomático en México.
Andaba Fayad en los
trajines de aquella
exposición cuando
descubrió que en la
casona de al lado unos
poetas jóvenes hacíamos
libros artesanales que
tanto tenían que ver con
la poética de su muestra
y aquella vocación de
“editor alternativo” que
siempre le acompañó.
Hacía dos años ya que
había surgido Ediciones
Vigía. Sueltos impresos
en un viejo mimeógrafos,
pequeños cuadernillos
amarrados con un cordel
de yute, pergaminos
anillados con algún otro
papel de estraza, y
hasta un librito,
Bajo el hongo, de
Digdora Alonso, —aquella
muchacha que lo acompañó
en sus primeras
incursiones poéticas, en
un lejano 1947, en El
País Gráfico, y a
quien siempre visitaba
con especial admiración
en sus viajes a la
ciudad.
Fayad quedó tan
entusiasmado que perdió
su habitual parquedad.
Le obsequié algunos de
aquellos impresos
rasgados e iluminados a
mano, numerados uno por
uno, con dibujos
originales de pintores
jóvenes y textos
nuestros, de Vallejo o
canciones de Marta
Valdés.
Margarita García Alonso,
la marga, poeta y
periodista matancera,
tan cercana a Vigía, era
su noviecita y fue su
último gran amor.
Entonces vivían un
intenso romance que
contagiaba a todos.
Quizá ese estado de
gracia propició una
inesperada propuesta:
Fayad Jamís quería
publicar en Vigía.
Fayad no sabía que era
nuestro paradigma. Era
el poeta de La
pedrada, de “El
ahorcado del Café
Bonaparte” y de Abrí
la verja de hierro.
Pero también el editor e
ilustrador de aquellas
pequeñas ediciones de La
tertulia; conservaba,
aún conservo como un
tesoro, un minúsculo y
raro impreso con poemas
de Cintio Vitier editado
e ilustrado por él con
finas viñetas. Su diseño
del Muestrario o
Libro de las maravillas
de Boloña, de
Eliseo, era una Biblia.
Yo atesoraba unas
bellísimas ediciones
artesanales que me
regalara cuando
compartimos el jurado
del Concurso Milanés de
poesía.
El poeta, pintor,
diseñador, editor que
tanto admirábamos iba a
publicar con nosotros.
Fue el poeta y artesano
José Artiles, que ya lo
conocía de antes, quien
coordinaría aquella
edición.
Tuve entonces el
desenfado —a los
veintitantos uno es así
de arrogante— de
decirle:
-Maestro, yo quisiera
que fueran poemas
inéditos.
Él ni siquiera se viró
para mirarme:
-Yo no escribo poemas
inéditos —me dijo
secamente.
Me río cada vez que
recuerdo aquella
respuesta, pero en aquel
momento pensé que todo
había acabo allí. Hubo
de pasar mucho tiempo
para que comprendiera
que nadie escribe poemas
inéditos. Pero nada
terminó.
Fayad escribió en su
propia máquina,
directamente sobre los
esténcils, los poemas
—una selección hecha por
él mismo bajo el título
Con tantos palos que
te dio la vida y otras
canciones, y diseñó
varios recuadros para
cada página, realizó los
dibujos y la caligrafía
de la cubierta. Luego de
que imprimimos en papel
de estraza cada texto y
en un cartucho de bodega
corriente la cubierta,
Fayad firmó, numeró e
iluminó a mano cada uno
de los 200 ejemplares.
La edición se presentó
en la propia apertura de
la exposición.
Aquella noche, Ediciones
Vigía, que ya había
cumplido dos años (fue
fundada en abril de
1985), comenzó a ser
vista de otra forma.
Éramos hasta entonces
“unos locos que hacían
libros con papelitos
ripiaos”. Luego vinieron
Eliseo Diego, Fina
García Marruz, Cintio
Vitier, Roberto
Fernández Retamar,
Carilda Oliver, Antón
Arrufat, Gastón Baquero,
José Kozer, Nancy
Morejón y más; pero fue
Fayad el primer gran
escritor reconocido que
publicó en Vigía.
Hace poco me contaron
que Margarita García
Alonso, que vive hace
mucho tiempo en París,
comentó en un bar de
Madrid, ante un grupo de
amigos que conocen muy
bien la historia, —quizá
con ese habitual deseo
de provocar que le es
propio, y que siempre me
gustó—, que Vigía era de
Fayad Jamís. Sé que
alguien le ripostó. Pero
la Marga lleva razón.
Vigía es de Fayad, solo
que él nunca lo supo.
Aquellos sobres sobre
los que pintó, sus
libros de El mendrugo,
hechos en México con
cajas de embalaje, todos
sus plaquettes,
los múltiples impresos
que diseñó e imprimió en
papeles desechables y
cartones reciclados, son
Vigía. O mejor, Vigía es
todo eso.
Años después de su
muerte, la Unión
Nacional de Escritores y
Artistas de Cuba
(UNEAC), convocó a un
concurso de diseño del
libro —creo que tuvo una
única edición— con el
nombre de Fayad. El
conjunto de libros
presentados por Vigía
obtuvo el Premio
Especial del Jurado. El
Fayad premiaba a Fayad.
Cierta vez, en México,
cuando acompañamos a
Eliseo a recibir el
Premio Rulfo, al
comentar las ediciones
que le habíamos hecho,
refiriéndose a Vigía,
oímos al poeta decir:
“una editorial que hizo
Fayad Jamís en
Matanzas”.
No quedan dudas. Muchos
lo aseguran. Fayad Jamís
nunca supo que fundó
Ediciones Vigía.
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