El cartucho, Alfredo ZALDIVAR

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El cartucho de Fayad
Alfredo Zaldívar • Matanzas
Fayad Jamís había venido mucho a Matanzas cuando, en 1987, Jesús Calaña curó para la Galería de Arte de la ciudad aquella mítica exposición Fayad Jamís sí tiene quien le escriba. Dibujos, acuarelas, temperas, tintas, sobre los sobres de la correspondencia que recibió durante gran parte de su vida y, más aún de su estancia como diplomático en México. Andaba Fayad en los trajines de aquella exposición cuando descubrió que en la casona de al lado unos poetas jóvenes hacíamos libros artesanales que tanto tenían que ver con la poética de su muestra y aquella vocación de “editor alternativo” que siempre le acompañó.
Hacía dos años ya que había surgido Ediciones Vigía. Sueltos impresos en un viejo mimeógrafos, pequeños cuadernillos amarrados con un cordel de yute, pergaminos anillados con algún otro papel de estraza, y hasta un librito, Bajo el hongo, de Digdora Alonso, —aquella muchacha que lo acompañó en sus primeras incursiones poéticas, en un lejano 1947, en El País Gráfico, y a quien siempre visitaba con especial admiración en sus viajes a la ciudad.
Fayad quedó tan entusiasmado que perdió su habitual parquedad. Le obsequié algunos de aquellos impresos rasgados e iluminados a mano, numerados uno por uno, con dibujos originales de pintores jóvenes y textos nuestros, de Vallejo o canciones de Marta Valdés.
Margarita García Alonso, la marga, poeta y periodista matancera, tan cercana a Vigía, era su noviecita y fue su último gran amor. Entonces vivían un intenso romance que contagiaba a todos. Quizá ese estado de gracia propició una inesperada propuesta: Fayad Jamís quería publicar en Vigía. 
Fayad no sabía que era nuestro paradigma. Era el poeta de La pedrada, de “El ahorcado del Café Bonaparte” y de Abrí la verja de hierro. Pero también el editor e ilustrador de aquellas pequeñas ediciones de La tertulia; conservaba, aún conservo como un tesoro, un minúsculo y raro impreso con poemas de Cintio Vitier editado e ilustrado por él con finas viñetas. Su diseño del Muestrario o Libro de  las maravillas de Boloña, de Eliseo, era una Biblia. Yo atesoraba unas bellísimas ediciones artesanales que me regalara cuando compartimos el jurado del Concurso Milanés de poesía.
El poeta, pintor, diseñador, editor que tanto admirábamos iba a publicar con nosotros. Fue el poeta y artesano José Artiles, que ya lo conocía de antes, quien coordinaría aquella edición.
Tuve entonces el desenfado —a los veintitantos uno es así de arrogante— de decirle:
-Maestro, yo quisiera que fueran poemas inéditos.
Él ni siquiera se viró para mirarme:
-Yo no escribo poemas inéditos —me dijo secamente.
Me río cada vez que recuerdo aquella respuesta, pero en aquel momento  pensé que todo había acabo allí. Hubo de pasar mucho tiempo para que comprendiera que nadie escribe poemas inéditos. Pero nada terminó.
Fayad escribió en su propia máquina, directamente sobre los esténcils, los poemas —una selección hecha por él mismo bajo el título Con tantos palos que te dio la vida y otras canciones, y diseñó varios recuadros para cada página, realizó los dibujos y la caligrafía de la cubierta. Luego de que imprimimos en papel de estraza cada texto y en un cartucho de bodega corriente la cubierta, Fayad firmó, numeró e iluminó a mano cada uno de los 200 ejemplares. La edición se presentó en la propia apertura de la exposición.
Aquella noche, Ediciones Vigía, que ya había cumplido dos años (fue fundada en abril de 1985), comenzó a ser vista de otra forma. Éramos hasta entonces “unos  locos que hacían libros con papelitos ripiaos”. Luego vinieron Eliseo Diego, Fina García Marruz, Cintio Vitier, Roberto Fernández Retamar, Carilda Oliver, Antón Arrufat, Gastón Baquero, José Kozer, Nancy Morejón y más; pero fue Fayad el primer gran escritor reconocido que publicó en Vigía.
Hace poco me contaron que Margarita García Alonso, que vive hace mucho tiempo en París, comentó en un bar de Madrid, ante un grupo de amigos que conocen muy bien la historia, —quizá con ese habitual deseo de provocar que le es propio, y que siempre me gustó—, que Vigía era de Fayad Jamís. Sé que alguien le ripostó. Pero la Marga lleva razón. Vigía es de Fayad, solo que él nunca lo supo.
Aquellos sobres sobre los que pintó, sus libros de El mendrugo, hechos en México con cajas de embalaje, todos sus plaquettes, los múltiples impresos que diseñó e imprimió en papeles desechables y cartones reciclados, son Vigía. O mejor, Vigía es todo eso.
Años después de su muerte, la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), convocó a un concurso de diseño del libro —creo que tuvo una única edición— con el nombre de Fayad. El conjunto de libros presentados por Vigía obtuvo el Premio Especial del Jurado. El Fayad premiaba a Fayad.
Cierta vez, en México, cuando acompañamos a Eliseo a recibir el Premio Rulfo, al comentar las ediciones que le habíamos hecho, refiriéndose a Vigía, oímos al poeta decir: “una editorial que hizo Fayad Jamís en Matanzas”. 
No quedan dudas. Muchos lo aseguran. Fayad Jamís nunca supo que fundó Ediciones Vigía.  
EN LA jiribilla

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