X-men #24 (1993) FINGIERON ESTAR LOCOS PARA DEMOSTRAR QUE LA LOCURA PUEDE FABRICARSE

 

FINGIERON ESTAR LOCOS PARA DEMOSTRAR QUE LA LOCURA PUEDE FABRICARSE
En 1973, el psicólogo estadounidense David Rosenhan realizó un experimento que marcaría un antes y un después en la historia de la psiquiatría. Su trabajo, titulado “Estar cuerdo en lugares de locura”, demostró que la frontera entre la cordura y la enfermedad mental puede ser, muchas veces, una construcción social más que una realidad clínica.
Rosenhan y un grupo de voluntarios fingieron un único síntoma, decían escuchar voces que pronunciaban palabras sin sentido como “vacío”, “ruido” o “golpe”. Todos fueron admitidos en hospitales psiquiátricos de Estados Unidos y diagnosticados con esquizofrenia o trastorno bipolar. Sin embargo, una vez internados, actuaron con total normalidad. Aun así, ningún profesional detectó su lucidez. Todo lo que hacían era interpretado como signo de enfermedad.
El propio Rosenhan escribió: “Una vez que una persona ha sido etiquetada como enferma mental, esa etiqueta tiñe todas las percepciones sobre ella. Lo que haga o diga se interpreta según el diagnóstico, no según su conducta real”, (Rosenhan, 1973, “Estar cuerdo en lugares de locura”).
Los resultados fueron alarmantes. Los falsos pacientes permanecieron internados entre siete y cincuenta y dos días. Ninguno fue declarado sano; solo les otorgaron el alta bajo la fórmula “en remisión”, como si su cordura fuese temporal o sospechosa. Rosenhan reveló así que LOS DIAGNÓSTICOS PSIQUIÁTRICOS DEPENDÍAN MÁS DEL CONTEXTO INSTITUCIONAL QUE DE LA REALIDAD PSICOLÓGICA DEL INDIVIDUO.
A partir de entonces, la crítica se dirigió hacia el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), considerado por muchos como la “Biblia” de la psiquiatría. Cada nueva edición multiplicaba los trastornos, y con ellos, los pacientes. Lo que antes era timidez pasó a llamarse “trastorno de ansiedad social”; la tristeza, “depresión clínica”; la inquietud infantil, “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”.
EL SUFRIMIENTO HUMANO, COMPLEJO, EXISTENCIAL, ESPIRITUAL, FUE REDUCIDO A UN CÓDIGO NUMÉRICO, A UN NOMBRE QUE JUSTIFICA UNA RECETA.
En consecuencia, la psiquiatría comenzó a fabricar locos. Los diagnósticos se volvieron herramientas de control. Las farmacéuticas, beneficiadas por esta tendencia, expandieron su poder y su influencia sobre la práctica clínica. Así, el sufrimiento se transformó en negocio, y la medicación, en silenciamiento. Rosenhan advirtió sobre este riesgo cuando afirmó: “El peligro no reside en la enfermedad mental, sino en la facilidad con que el sistema redefine lo humano como patológico”, (Rosenhan, 1984, “El experimento reconsiderado”).
Esta reflexión encuentra un eco histórico en la investigación de Nellie Bly, quien casi un siglo antes se infiltró en el manicomio de Blackwell’s Island Y DESCUBRIÓ MUJERES SANAS ENCERRADAS BAJO EL RÓTULO DE “LOCAS”. Lo que Bly denunció con valentía periodística, Rosenhan confirmó con el método científico, LA LOCURA PUEDE SER UNA CONSTRUCCIÓN DEL PODER.
Hoy, medio siglo después, el mensaje sigue vigente. No se trata de negar la existencia de las enfermedades mentales, sino de recordar que el diagnóstico no debe suplantar la humanidad del paciente. El sufrimiento no siempre necesita medicación, a veces necesita escucha activa, sentido, vínculo, comprensión. La verdadera salud mental no se logra a través del etiquetado, sino del reconocimiento del ser humano en su totalidad. Una ciencia sin alma, por más precisa que sea, deja de curar y empieza a encerrar. Rosenhan nos enseñó que la locura no está solo en quienes sufren, sino también en los sistemas que olvidan mirar con compasión.
Fuente : Estela Guilburd

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