megalópolis
Lo fantástico de megalópolis como Nueva York es la concentración de la más extravagante fauna que uno pueda imaginar, sobre todo de buscavidas, pillos y bribones. Si no están locos, mienten y sonríen con total naturalidad, mientras se impulsan sobre tu muslo, tu hombro —sin olvidar una familiar palmadita, un abrazo—, antes de apoyar el zapato en tu cabeza, para escalar al piso superior. No les preocupa mentir, o lo hacen con toda naturalidad, porque saben que nada seduce como una mentira bien contada. Estas especies híbridas fluyen, porque lo que está de moda es el exotismo de la indeterminación. Mientras más cubista y poliédrica sea su identidad, mayor será el radio de alcance de su mentira, y más difícil será de desenmascarar. De pronto uno puede toparse con los especímes más inusitados, salen como de una grieta en la tierra y llegan con la arrogancia de los treinta años a vendernos la medicina de antier, escondiendo bajo su traje de sastre la jubba y la chaqueta maoísta, adornando el rictus de la barbarie colectivista con su mejor sonrisa de Bollywood. Porque esta vez sí saldrá bien el experimento de repartir migajas, convertirnos en súbditos de un estado “benefactor” y financiar la holgazanería con la riqueza del capitalismo. Nada perdemos con probar una vez más. A nadie le hace daño, prometen, una dosis reforzada de las más perversas ideologías en su versión placebo. Da pena ver como las masas aplauden entusiasmadas esta farsa pagada por las instituciones de la democracia y siguen hipnotizadas la música que los conduce, cuando menos, hacia ninguna parte, pero en el peor de los desenlaces hacia una catástrofe del principal baluarte liberal occidental. Y uno observa apenado con esta sensación de déjà vu, porque sabe, por experiencia propia, que es imposible rescatar a las pueblos de las utopías, los fanatismos y los suicidios colectivos. Y porque quiere confíar en esta ciudad hembra que termina siempre reventándole con el tacón la cabeza a las víboras y subreviviendo a veleidades de ególatras y hombrecitos caprichosos.
John Schoenherr for this 1961 cover #collector



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