Arthur Rimbaud
«... y la oración florece con expresiones selectas,
y la misticidad adquiere matices apremiantes
banales, sonrisas verdes, las Damas de los barrios
distinguidos, —¡oh Jesús!—, las enfermas del hígado,
dan a besar las pilas de agua bendita a sus largos dedos amarillos».
–Arthur Rimbaud, Los pobres en la iglesia
El dolor
Arthur Rimbaud
[Fragmento]
"Mientras los escupitajos rojos de la metralla
silban todo el día en el infinito del cielo azul;
mientras escarlatas o verdes, junto al rey burlón
se desploman en masa los batallones bajo el fuego
mientras una espantosa locura machaca
y hace de cien millares de hombres una pila humeante
─¡pobres muertos!, en el verano, en la yerba, en tu alegría,
¡oh Naturaleza!, tú que hiciste a estos hombres sanamente─,
hay un Dios que se ríe de las telas adamascadas
de los altares, del incienso, de los grandes cálices de oro;
un Dios que con el balanceo de los hossanas se duerme..."
-Arthur Rimbaud
Oración del atardecer
Arthur Rimbaud
Como un ángel sentado en manos de un barbero, vivo, alzando la jarra de profundos gallones, combados hipogastrio y cuello, con mi pipa, bajo un henchido viento de leves veladuras.
Como excrementos cálidos de viejos palomares mil sueños me producen suaves quemazones y mi corazón, triste, se parece a la albura que ensangrientan los oros ocres que el árbol llora.
Después, tras engullirme mis sueños con cuidado, me vuelvo y, tras beberme treinta o cuarenta jarras,
me concentro, soltando mis premuras acérrimas:
manso como el Señor del cedro y del hisopo meo hacia el pardo cielo, alto, alto, tan lejos... con el consentimiento de los heliotropos.
-Arthur Rimbaud
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Pensamientos
Arthur Rimbaud
Nunca he amado
al hombre,
solo amé
la sed que lo devora.
Túmulo
de arena y sangre
sin otro mandato
que el olvido.
No he visto otra cosa
que no sea desierto.
Una vez
tuve el improbable
anhelo de ser otro .
Amé también la sed
que penetra arrogante
las fauces de lo incierto.
En cada línea
de mis manos
ardió la llama del exilio.
Mi corazón
pústula herida
resistió detrás
de todos los adioses.
¿Quién impuso en mí
esta voluntad
de consumación y olvido ?
Muertos
tus bellos dones
juventud,
la tierra entera me fué inútil.
El mundo está herido
de finalidad.
Nadie ha resistido
como yo
la ardiente desmesura
de sus últimos límites.
Allí dónde la vida
acomete
y se agita sin tregua
y sin afanes.
Después
he malvivido.
Y me agoté sin piedad
en el vientre de todas las furias.
-Arthur Rimbaud
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El barco borracho
Arthur Rimbaud
«Mientras descendía por Ríos impasibles,
sentí que los remolcadores dejaban de guiarme:
Los Pieles Rojas gritones los tomaron por blancos,
clavándolos desnudos en postes de colores.
No me importaba el cargamento,
fuera trigo flamenco o algodón inglés.
Cuando terminó el lío de los remolcadores,
los Ríos me dejaron descender donde quisiera.
En los furiosos chapoteos de las mareas,
yo, el otro invierno, más sordo que los cerebros de los niños,
¡corrí! y las Penínsulas desamarradas
jamás han tolerado juicio más triunfal.
La tempestad bendijo mis desvelos marítimos,
más liviano que un corcho dancé sobre las olas
llamadas eternas arrolladoras de víctimas,
¡diez noches, sin extrañar el ojo idiota de los faros!
Más dulce que a los niños las manzanas ácidas,
el agua verde penetró mi casco de abeto
y las manchas de vinos azules y de vómitos
me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.
Y desde entonces, me bañé en el poema
de la mar, lleno de estrellas, y latescente,
devorando los azules verdosos; donde, flotando
pálido y satisfecho, un ahogado pensativo desciende;
¡donde, tiñendo de un golpe las azulidades, delirios
y ritmos lentos bajo los destellos del día,
más fuertes que el alcohol, más amplios que nuestras liras,
fermentaban las amargas rojeces del amor!
Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas
y de las resacas y de las corrientes:
¡yo sé de la tarde, del alba exaltada como un pueblo de palomas,
y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver!
¡Yo he visto el sol caído, manchado de místicos horrores.
iluminando los largos flecos violetas,
parecidas a los actores de dramas muy antiguos
las olas meciendo a lo lejos sus temblores de moaré!
¡Yo soñé la noche verde de las nieves deslumbrantes,
besos que suben de los ojos de los mares con lentitud,
la circulación de las savias inauditas,
y el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores!
¡Yo seguí, durante meses, imitando a los ganados
enloquecidos, las olas en el asalto de los arrecifes,
sin pensar que los pies luminosos de las Marías
pudiesen frenar el morro de los Océanos asmáticos!
¡Yo embestí, sabed, las increíbles Floridas
mezclando las flores de los ojos de las panteras con la piel
de los hombres! ¡Los arcos iris tendidos como riendas
bajo el horizonte de los mares, en los glaucos rebaños!
¡Yo he visto fermentar los enormes pantanos, trampas
en las que se pudre en los juncos todo un Leviatán;
los derrumbes de las aguas en medio de la calma,
y las lejanías abismales caer en cataratas!
¡Glaciares, soles de plata, olas perladas, cielos de brasas!
naufragios odiosos en el fondo de golfos oscuros
donde serpientes gigantes devoradas por alimañas
caen, de los árboles torcidos, con negros perfumes!
Yo hubiera querido enseñar a los niños esos dorados
de la ola azul, los peces de oro, los peces cantores.
Las espumas de las flores han bendecido mis vagabundeos
y vientos inefables me dieron sus alas por un momento.
A veces, mártir cansada de polos y de zonas,
la mar cuyo sollozo hizo mi balanceo más dulce
elevó hacia mí sus flores de sombra de ventosas amarillas
y yo permanecía, al igual que una mujer, de rodillas...
Casi isla, quitando de mis bordas las querellas
y los excrementos de los pájaros cantores de ojos rubios.
¡Y yo bogué, mientras atravesando mis frágiles cordajes
los ahogados descendían a dormir, reculando!
O yo, barco perdido bajo los cabellos de las algas,
arrojado por el huracán contra el éter sin pájaros,
yo, a quien los Monitores y los veleros del Hansa
no hubieran salvado la carcasa borracha de agua;
Libre, humeante, montado de brumas violetas,
yo, que agujereaba el cielo rojeante como una pared
que lleva, confitura exquisita para los buenos poetas,
líquenes de sol y flemas de azur;
Yo que corría, manchado de lúnulas eléctricas,
tabla loca, escoltada por hipocampos negros,
cuando los julios hacían caer a golpes de bastón
los cielos ultramarinos de las ardientes tolvas;
¡Yo que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas
el celo de los Behemots y los Maelstroms espesos,
eterno hilandero de las inmovilidades azules,
yo extraño la Europa de los viejos parapetos!
¡Yo he visto los archipiélagos siderales! y las islas
donde los cielos delirantes están abiertos al viajero:
¿Es en estas noches sin fondo en las que te duermes y te exilas,
millón de pájaros de oro, oh Vigor futuro?
¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado! Las Albas son desoladoras,
toda luna es atroz y todo sol amargo:
El acre amor me ha hinchado de torpezas embriagadoras.
¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar!
Si yo deseo un agua de Europa, es el charco
negro y frío donde, en el crepúsculo embalsamado
un niño en cuclillas colmado de tristezas, suelta
un barco frágil como una mariposa de mayo.
Yo no puedo más, bañado por vuestras languideces, oh olas,
arrancar su estela a los portadores de algodones,
ni atravesar el orgullo de las banderas y estandartes,
ni nadar bajo los ojos horribles de los pontones».
–Arthur Rimbaud



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