La pasión de la reina era más grande que el cuadro, novela de Margarita García Alonso- 0001
Fue en el 2019, en un Templo de brasileños, uno tras otro, los oficiantes repetían que sentían en mi alma 'a una niña corriendo en el campo tras mariposas' y me enfadé, qué saben de mi vida, voy a arriesgarme, iré a las pasiones, sobreviví a la guerra, he resistido a la dictadura, he flotado en el exilio. Asumí el reto de la máscara de adulta.
En diciembre último, 'anónimo' me rompió el corazón. No es metáfora, lo estrechó, hizo trizas, ripiado como un trapillo de mecánico sucio, engrasado, denso.
He tenido que
marearme, dar vueltas para rescatar la inocencia que con celo protege mi
neurodivergencia.
Mi himen mental se deshilachó: la crueldad es cierta. ¿Cómo hacer para que mi tambor del pecho retumbe nuevamente? Estaba atorado de mentiras y comencé a girar y giro, tres meses en voltereta. Hoy recordé este fragmento visceral de mi novela, siento profunda pena por la maldad gratuita, pero agradezco, lo había escrito, solo me faltaba hincar pie a tierra y recoger cadáveres de mariposas.
No sé si me alcance el tiempo para recomponer el Tun tun, al fin sin ‘cabo’, para mí no es nada nuevo morir a cada rato y regresar a la escritura.
La pasión de la reina era más grande que el cuadro, novela de Margarita García Alonso
0001
Gracia Dediox leyó un libro de pensamientos positivos, y estaba convencida que podía sanar al planeta y dar consuelo a los feligreses de las redes sociales, escandalosamente impúdicos en manifestaciones de querer, e interpretaciones pasionales con interlocutores que desconocen.
Le interesaba como perdían horas
vendiendo candelillas de una vida opaca,
pasmada en trabajos come-jornada,
matrimonios asentados en la fuerza bancaria o la procreación de una tribu
perturbada por el portátil y la toma de fotos para Facebook, rellenando
basureros virtuales de imágenes alegres.
Ella no, Gracia Dediox no tiene cercanos, nadie a quien hablar, o que testimonie su
tristeza. Solo un reinado ficticio, tan real como la corte de fantasmas que la
visita con recuerdos de infancia o del tiempo en que se consideraba
lo suficientemente joven y fuerte para conquistar el universo.
Ha heredado un reinado,
donde puede ocuparse de la ligereza y
de los buenos modales y rodearse de
súbitos, sin necesidad de juzgar, sin
interferir en sus decisiones. Sentirse acompañada de una humanidad
paralela a la realidad, que la libera de
la pesada carga de prestar servicios. Un
entretenimiento enorme para los días de tormenta, un vicio que ha mutado
en enfermedad, semejante a un diálogo
con D.ios.
Gracia había llegado a
la certitud que la condición humana
le reservaba más traiciones que alegres momentos y se puso a estudiar ciencias del
comportamiento, psicología aplicada y matemáticas puras, ampliando conocimientos, sin que ninguno le
aliviara la pobreza.
La lectura la asomaba. Desde las primeras páginas de
cualquier libro, descubría la trama y debía refugiarse en re-lecturas de poetas
visionarios, alterados por un destino
trágico, para escapar de la vanidad hiriente de los escritores, que adulteraban
la poesía pegando en la red textos escritos diez minutos antes; afirmándose
en sillas con palabras falsas, convertidos en entidades sagradas de tanto anunciar que habían llegado a la
inmensa, irrevocable y adulona fama.
Estos contemporáneos con
quienes deseaba estrechar amistad, adornaban sus muros con premios y
publicaciones pagadas por ellos mismos, comentadas por otros caballeros que en
lugar de establecer orden, enturbiaban
el cielo pegando con cintas adhesivas las estrellas al firmamento.
Estrellas muertas,
sangrantes, sin luz, despiadados astros
que recorren los sitios web robando frases, pensamientos, vulgarizando ideas al
hacerlas suyas, con mandarrias de escasa
genialidad, obligaron a Gracia a pasarse de tal frecuentación.
Poco hablaba a la Reina la tropelía por aparecer en su muro de Facebook.
Molesta suprimió el permiso de publicación a terceros, lo cual le costó la
retirada masiva de doscientas personas afiliadas a la enorme pancarta que
constituía la entrada del Palacio virtual de su majestad. Se fue quedando con
aquellos, que estando en el mismo caso, se preguntaban hasta dónde podría
llegar la vanidad.
La infinidad de mundos
le impedía adentrarse en la selva intrincada de su verdadera existencia. Podía
salvarse si aprendía en la enciclopedia médica la ubicación exacta de los
órganos del cuerpo humano. Despejarse de mentiras y de la envidia que le provocaban
esas fotos de seres en eterna fiesta, que la obligaban a recostarse sobre el
lado izquierdo para apaciguar el corazón alborotado.
Mentalmente había adquirido destreza en recorrer su
hígado complicado con los éxitos de esa humanidad; de tiempo en tiempo bajaba a
las tripas perforadas por ulceras de
tanto recibir cariños y « me gusta » sobre temas informativos, y
silencio total en entradas donde confesaba sus males de reina abandonada.
Una noche, la Reina Gracia decidió llamarse Margarita, y
aplicar como ley arrancarse los pétalos, uno a uno, cuestionando si valía o no
la pena enfrentarse a la popularidad. Alcanzó
la maestría en el arte de decir frases a destiempo, en soltar improperios
cuando le dolía la espina de la mediocridad. No fueron muchos los amigos, pero
lleno su estancia virtual de enemigos al acecho de que perdiera un zapato para
comerle el pie. Ella lo sabía y sin consultar a los santos y deidades, se
sometió al florecimiento; como si estuviese en plena primavera, fue perdiendo
el miedo a comentar lo que sentía y por
efecto mágico de la verdad, creció la admiración en los visitantes.
Pudo entonces,
propulsada por el ego, visualizar los
riñones y efectuar un recorrido por su pecho;
sumergirse en la corriente de las venas,
destrabar los nudos linfáticos
y, llena de coraje, extraer su
corazón.
Con extrema delicadeza
lo subió a la garganta, forzó la
estrecha cavidad de la boca con una
patadita de la lengua y lo posó en la almohada. Durante horas lo contempló. Era
violeta, venoso, y latía despiadado, tratando de pasarse del humo de los
cigarrillos que fumaba la reina en la más total cadencia con los elementos.
Sorprendida frente al
músculo, se complacía en descubrir los arañazos que tatuaban los
ventrículos, hasta que desmayó en un charco de sangre. Al despertar,
las manchas como si fuesen de café, configuraban paisajes de su pasado.
Claramente identificaba figuras, lugares, rupturas, encuentros. De un golpe, el
corazón había arrojado sus culpas, sus pecados, sus ardores ensuciaban el
rostro pálido de la reina.
Atemorizada, decidió devolverlo a su plaza, a
su encierro, pero le costó mucho trabajo. La boca se negaba a tragar esa masa
en forma de pera que se debatía histérica
y la garganta seca no facilitó la devolución al pecho de ese corazón
que, a falta de oscuridad, se tensaba y volvía de piedra. Como un ciego que
recobra la vista, el pobre batallaba con las sensaciones que se acumulaban en
los ojos de la mujer.
La reina es una mujer
insistente y, con esfuerzo sobrehumano,
lo apresó en la caja torácica, pero terminó escupiendo sangre. Repitió
la operación durante semanas, hasta que
decidió bordar un cojín de deseos y dejar al bravo órgano en lo alto del
librero, lejos de la voracidad de la gata negra. De todas formas, nada extraído
ocupa el mismo lugar, ni es el mismo. La traza del acto le quemaba, como una
cirugía entre los senos.
Desde el teclado lo
tiene a la vista. Le observa ennegrecerse,
azularse, y le vierte agua
azucarada, le da palmadas y continúa escribiendo como si toda la vida fuese inventar plegarias, la
frase justa, y reanimarlo fuese
el acto más valiente, razonable e inteligente que le haya sido concedido como
don al nacimiento.
La reina Margarita ha
podido agrandar el espacio vital de su
corazón y consolarlo, pero nada calma sus angustias mientras se
intoxica con el aire enrarecido
que escapa de las redes sociales. Sabe
que cada minuto que dedica a responder
boberas, suprime una hora a su estancia en la tierra, pero continúa masoquista,
entregada a la causa de la comunicación humana, desfallecida en las
interpretaciones, invirtiendo en una leyenda a la cual es ajena. Ella sola, en
su polo de soledad, muere de mil razones hipotéticas, sin la posibilidad de
hacer eterna una pasión.
« Tienes el corazón
de poeta, hija, gritó quejumbroso
el órgano, ¿qué profesión es esa que me aterra, no podías ser otra cosa que
poeta?
A QUIENES GUSTE COMO ESCRIBO, aquí pueden adquirir el libro:
aunque es mejor utilizar el AMAZON del país en que residen pues sale màs barato.
Commentaires