Nos mintieron

 


Nos mintieron.

Me mintieron. Durante años me mintieron. Nos mintieron a todos. Nos juraron que “nunca más” los judíos tendríamos que esconder nuestros símbolos ni vivir con el temor a la persecución. Nos mintieron; el siglo XXI revive el espectro de 1939 con una precisión despiadada. Nos mintieron. Hoy, mientras europeos arrancan las mezuzot de sus puertas y guardan la estrella de David en un cajón, no puedo evitar pensar en mis abuelos, que hicieron lo mismo para escapar de las miradas de odio y las manos asesinas. ¿No era que nunca más? Ayer, en Ámsterdam, el miedo se manifestó en jóvenes tirados en el suelo, cubriéndose la cabeza con las manos para amortiguar el dolor de los golpes, al grito desesperado de: “¡No soy judío!”. La ilusión de creer que estamos frente a seres civilizados y que las palabras dichas entre el miedo y el dolor pudieran salvarnos de las llamas de un odio que creíamos extinto. Duele, da miedo y da bronca. Una combinación compleja. Las estatuas de algunas ciudades del mundo están cubiertas de grafitis antisemitas, señales silenciosas de una advertencia que algunos eligen ignorar. Lápidas destrozadas, monumentos vandalizados: la consigna parece ser no respetar a ningún judío, ni siquiera al que ya está muerto. En las calles, la gente observa en silencio, con la misma indiferencia con la que miraban los trenes hacia Auschwitz, ignorando el sufrimiento que sienten que no les pertenece. En Nueva York, en trenes que recorren la ciudad, vuelven a preguntar, como en 1939, “¿quién es judío?”. Y los judíos callan, y los antisemitas ríen. Me mintieron. Nos mintieron a todos. Nos dijeron que los “nunca más” eran promesas inquebrantables, pero aquí estamos, viendo cómo la historia se repite y las sombras de nuestros abuelos se mezclan con las nuestras en un espiral de traición y olvido. Nos prometieron que la humanidad había aprendido de sus errores. Pero queman nuestras banderas porque no pueden quemarnos a nosotros. Hoy, como en 1939, el mundo vuelve a ser cómplice de nuestro miedo, mientras escondemos nuestros símbolos y cerramos nuestras puertas, esperando que el silencio sea suficiente para sobrevivir. Y también me mintieron cuando me juraron que el tiempo cura las heridas. Las mías siguen abiertas, sangrando y en carne viva. Gabriela Keselman Lob 8 de noviembre 2024

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