el lobo
PARA DELEITARTE
Para deleitarte haré pasadores para tu pelo y juguetes
como canciones de pájaros en la mañana, brillantes como las estrellas en la noche.
Levantaré un palacio sólo para nosotros
de días verdes como los bosques y azules como el mar.
Yo prepararé mi comida y tú arreglarás tu cuarto
donde fluye blanco el río y brillante ondea la retama
y lavarás tus enaguas y mantendrás tu cuerpo blanco
con la lluvia de la mañana y el rocío de la noche.
Y tendremos por música cuando nadie esté cerca
una hermosa canción que cantar, una preciosa canción que escuchar
que sólo yo recuerdo, que sólo admiras tú,
la del ancho camino que avanza y el fuego del sendero.
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LA INOLVIDABLE
Junto al arroyo quebrado ella se recostó,
y del pozo cansado bebió,
y entonces desapareció de mi vista
¿hacia dónde? ¡Quién lo sabe!
Vino, y se fue. En otras tierras,
o quizá en mejores cielos,
sus manos han de enlazarse con otras manos
y sus ojos con otros ojos.
Se ha desvanecido. Entre el bullicio de la ciudad donde ahora viva,
¿recordará ella también aquel momento?
¿Pensará alguna vez en unos ojos castaños
como yo recuerdo los suyos azulísimos?
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DEDICATORIA
Lo primero que te regalo —y acaso lo último—:
este racimo de canciones.
No tengo otras riquezas,
pero valgan lo que valgan, tuyas son.
Escucha lo que te dice mi sentir:
prefiero ver brillar tus limpios ojos
y escuchar la emoción
que te provoque esta alegría de mi corazón
que tener el unánime aplauso
del coro del mundo
ya de acuerdo en alabar mis versos
como el que paga una deuda con su alabanza.
Al escribirlos pongo a mi amor punto final.
Ellos serán tu tumba y tu epitafio.
Ahora el camino se bifurca, y yo
debo ir por mi lado, tan lejos, ay, del tuyo.
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Stevenson, Robert Louis. Cantos de viaje (Trad. Txaro Santoro y José María Álvarez). Madrid; Ed. Mondadori, 1998.
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