CARTA A LOS MÉDICOS DIRECTORES DE MANICOMIOS por ANTONIN ARTAUD


 CARTA A LOS MÉDICOS DIRECTORES DE MANICOMIOS por ANTONIN ARTAUD

Señores:
Las leyes, las costumbres, les conceden el derecho de medir el
espíritu. Esta jurisdicción soberana, temible, ustedes la ejercen con el
entendimiento. No nos hagan reír. La credulidad de los pueblos
civilizados, de los sabios, de los gobernantes, adornan a la psiquiatría
de no se sabe que luces sobrenaturales. El proceso hecho a la
profesión que ustedes ejercen está juzgado de antemano. NO
pensamos discutir aquí el valor de esa ciencia ni la dudosa existencia
de las enfermedades mentales. Pero, por cada cien patogenias
presuntuosas en las que se desencadena la confusión de la materia
del espíritu, por cada cien calificaciones de las cuales las más vagas
son todavía las únicas utilizables, ¿cuántas tentativas nobles se han
hecho por aproximarse al mundo cerebral en el que viven tantos de
los que tienen prisioneros? ¿Cuantos hay entre ustedes, por ejemplo,
para quienes el sueño del demente precoz, las imágenes de las que
es presa, no sean otra cosa que una ensalada de palabras?
No nos asombramos de encontrarlos inferiores a una tarea para
la cual no hay sino pocos predestinados. Pero nos levantamos
contra el derecho atribuido a ciertos hombres, limitados o no,
a sancionar, mediante la encarcelación perpetua, sus
investigaciones en el dominio del espíritu.
¡Y qué encarcelación! Se sabe -no se lo sabe lo suficiente- que los
asilos, lejos de ser asilos, son cárceles terribles, en las que los
detenidos proporcionan mano de obra gratuita y cómoda y donde la
sevicia es la regla, y esto es tolerado por ustedes. El asilo de
alienados, bajo la cobertura de la ciencia y de la justicia, es
comparable a la caserna, a la prisión, a la cárcel.
No nos referiremos aquí a la cuestión de las internaciones
arbitrarias para evitarles el trabajo de las fáciles negaciones.
Afirmamos que un gran número de asilados, perfectamente locos
según la definición oficial, están, también ellos, arbitrariamente
internados. No admitimos que se impida el libre desenvolvimiento de
un delirio tan legítimo, tan lógico como toda otra sucesión de ideas o
de actos humanos. La represión de las reacciones antisociales es tan
quimérica como inaceptable en su principio. Todos los actos
individuales por excelencia de la dictadura social; en nombre de esa
individualidad que es lo propio del hombre, reclamamos que se libere
a esos forzados de la sensibilidad, puesto que tampoco está en el
poder de las leyes encerrar a todos los hombres que piensan y
actúan.
Sin insistir sobre el carácter perfectamente genial de las
manifestaciones de ciertos locos, en la medida en que somos aptos
para apreciarlas, afirmamos la legitimidad absoluta de su concepción
de la realidad y de todos los actos que derivan de ella.
Esperamos que mañana por la mañana a la hora de la visita
puedan recordar esto, cuando intenten, sin léxico, conversar con esos
hombres sobre los cuales, reconózcanlo, no tienen otra superioridad
que la de la fuerza.

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