ONce años de la muerte de mi padre Heriberto García Peñate, en Matanzas, Cuba

 


Mi papá se fue el sábado 16 de marzo,2013, a las 2h 30 de la tarde, en la isla. Dicen que hacía frío que pidió ir al baño y de pronto abrazó a mi madre,se fue para atrás; robándole los ojos apagó los suyos, y hubo ayuda pero ya no estaba, su cerebro, desde el dos de enero había comenzado a estallar venilla tras venilla.


Poco a poco perdió
 el habla, perdió la locomoción, se enfrentó a logopedas, a ejercicios y volvían los estallidos, el de la semana útima fue mayor pero no perdía el conocimiento, reconocía a todos y lloraba al verse encerrado en el cuerpo.

Cuerpo hermoso, todo músculos de jugador de béisbol, equipo Henequeneros, pescador y constructor de barcos en el patio de casa, naves tan inmensas que nunca llegaron al mar. Cientos de lanchitas que diseñó y construyó con sus manos flotan en el San Juan, en el Yumurí y cada amanecer son perlas que atraviesan la bahía de Matanzas, con pescadores que traen en los jamoós el bien que alimentará a la familia, a la barriada.

Mi padre podía
 sentir d
ónde estaba una estrella, con los ojos cerrados. Nunca me dio la llave de casa, ponía radio reloj hasta que entrara en la madrugada, tocara dos veces en la ventana, entonces me entreabría bajo el minuto preciso, el que señalaba la hora en que se había preocupado de mi suerte de callejera nocturna.

Mi padre fue constructor de casas, de hornos para asar , de calderas a vapor para los centrales, de muebles en madera, de tira-piedras, carritos
 , títeres, de teléfonos con latas e hilos, de bates para jugar a la pelota, para todo el vecindario, sin hacer comercio.

Inventor y batidor de cercados para que no se espante el cochinito, de polleras, de tendederas, de la caseta de la letrina del fondo del patio, de circuitos para las improvisadas cocinas eléctricas, de canalizaciones para recoger agua, regar los sembrados, o ducharse en pleno patio con una manguera de suerte.

Yo trabajé con él, en dos ocasiones fue mi jefe, cuando fui hilandera, y en la procesadora de leche del Naranjal. Nunca me dio órdenes; hacía prácticas de la escuela taller y adivinaba como "chiquilla de su papá" cómo debía portarme; yo quería quedar bien, ser la más trabajadora, su orgullo.

NO siempre lo logré pero él admiraba en secreto que no hiciera lo que esperaba, que me metiera en problemas, porque él estaba, él, mis tres hermanos y mi abuelo materno, los hombres de casa, caballeros de cruzadas, presentes, machete en mano para espantar al vecino que falsamente me acusaba de comerme su caña o de robar guayabas.

Los perdí de vista cuando empezó el desierto, en el lejano 1992, ese fin de siglo pasado en que todo se fue a bolina con el maldito destierro.

Una vez se ganó una semana de vacaciones en Varadero y coincidió
 con un ciclón y nos fuimos a recoger los pinos cuando pasaron las ráfagas, porque si un padre puede trasmitir algún valor es el de no tener Miedo,que para eso él esta ahí, para los suyos.

Cuando tenía  siete u ocho años gané mi primer premio literario con un cuento. El premio consistía en una semana de vacaciones en Tarará, yo oculté que andaba en esas huevadas literarias, pero él se enteró pues no podía participar . Una hora antes, no podía partir a Tarará porque no tenía que ponerme, los zapatos estaban deshechos pero aún podían tirar, pero la bata que me habían confeccionado con restos de una sábana no soportaría el viaje. Entonces fue a su trabajo y arrancó una cortina de un amarillo espantoso,de tejido burdo y con ella me hicieron a la carrera un shorcito y una blusita sin mangas y me llevó. Cuando llegamos, el ómnibus de los premiados se había ido y regresamos a casa, nunca cabizbajos, simplemente no me tocaban esas vacaciones, y nos pusimos a mover tierra, a levantar una enorme piedra del fondo del patio donde cuentan que existe un tesoro.

Mi pap
á hizo trincheras y un bunker al lado de la cocina, cuando decían que los americanos iban a atacar la isla y me alentó a fabricar quinqués para alumbrar la casa en los grandes apagones. Nos íbamos al valle a casa de sus hermanos, uno era florista y me confeccionaría mi ramo de boda, otro ganadero y dado a plantaciones y fui aprendiendo los nombres de las plantas, la técnica para ordeñar una vaca, o como acercarme a una chiva sin espantarla. Nunca he conocido dos hombres que me miren de esa forma: mi abuelo con tanta bondad, mi padre con tanta piedad hacia mi destino.

A tal punto vi amor en sus actos, que solo me he enamorado de tres hombres, dos mayores y un jovenzuelo, los primeros porque no podían
 hacerle competencia, el último porque se le parecía en algo, en definitiva,  ninguno tuvo la entereza de permanecer vivo o la protección « enorme » masculina que buscaba, y pasaron a historia.

Mi padre ten
ía macaos, una cueva entera para el cultivo de macaos y me enseñó por donde hay que agarrarlos para que no piquen, y como recoger las caracolas tras las mudas, o engancharlos para la pesca. Nada mejor para un pez espada que un macao. Tenía conejos, de todas las razas, inmensos, y nos permitió crear un laboratorio en la caseta de materiales, ahí podíamos darnos a experimentos científicos de cualquier índole, abrir ranas y conservar en alcohol cualquier bicho.Siempre en casa hubo una caseta porque acumulaba instrumentos de carpintero, de albañil, de soldar, de medir, de pulir, parece que naci
ó para cuidar y almacenar todo aquello que permita a la mano, transformar, reparar.

Mi padre pescaba, sal
ía siempre al amanecer y regresaba al alba, la noche le fue siempre larga y por el día dormía, mirando entre puertas la tv blanco y negra de la sala. 

Mi padre hizo la columna en vidrio, los mosaicos del portalón, e hizo portalones en el fondo de casa para que todos al abrigo pudiéramos
 comer, o ver, a su lado lo hice muchas veces, las goteronas de agua, los ciclones, los animales deambular sobre las redes que siempre había que entretejer, o los barcos varados, a medio construir que le ocupaban aquel tiempo de tanta magia. Las mayas de pesca, tejerlas desde el simple naylon hasta que fueran manto, zurcirlas, lavarlas, acicalarlas como a doncellas, esa era la parte femenina de mi padre, sentado con las piernas abiertas y dado a su labor.
Desde el 2006 a acá, se me fue mi abuelito Gerardo Sabas Alonso, mi abuelita Luisa Valero Valero.  No les vi viejitos, ni agonizantes, no los vi partir. A mi padre se le fue su papá cuando era chico, aún estaba en el vientre de mi madre; me llamó margarita por una novia que tuvo antes de mi abuelita Juana. Mi padre perdió a su madre, perdió a sus hermanos Onelia, Rosario, Nena, Lilo,Vitico, Aurora, Plácido, seguro falta alguien, yo no estaba allá, no pude abrazarlo. 

Mi padre fue muy hermoso, creo que lo fue siempre. Ten
ía car
ácter, mucho carácter justiciero, y un humor ligero, burlón, llegaba a cruel, pero era el cabecilla de casa, o te reías o escapabas por la ventana. Sabía tirar la cutara de palo a distancias increíbles. Era el más fuerte de la familia y se fue sin ver mis ojos en los que conservo la piedad que siempre me regaló. 

En el 1996 lo v
í por última vez, estaba roble; el año pasado, él que no gustaba hablar mucho, y menos al teléfono me respondió « hija » , nunca he sabido por qué siempre recuerdo las voces, entre todas las del universo, las voces de mis cercanos pueden estremecerme.

He seguido escribiendo huewadas y pintando huewadas desde aquella vez que no fui al premio, nunca fue importante, yo era la importante a su tiempo;   para mí es penoso que por dedicarme a estas mierdas del arte no sea rentable y no pudiera ayudarles económicamente, ya es tarde, crear tiene esa vaina que te sientes vago, una escoria social, de poca ayuda para el cercano.

También lamento haber perdido tiempo hablando de Cuba, con nombre y apellidos, para qué, a esta altura comprendo que en esa lucha solo gana el descarado que se de a la baba, y la gente que trabaja la tierra, y tiene decencia se va sin que le importe un pito a tanto murciélago cabeza abajo que no olvida de cagar al que no este en su show de vampiro.  Toda la vida de mi padre fue trabajo, pena, carencia, y no cuenta, no contamos.

Iré acordándome de mis huesos , una a una las células rasparé, a ratos lloraré, a ratos gritaré frente a las plantas que cultivo sin tierra, en conglomeros de raicillas truncas . Voy teniendo experiencia de huérfana y de dolores por este alejamiento sin derechos que mutila a los de la isla.

Mañana se cumple una semana y no sé qué hacer, es difícil perder la cabeza, no sé. Lo enterraron a las 10 de la mañana del domingo 17, yo sé lo que es estar sentada en un apartamento de la Normandía, frente a una vela, y mirar el reloj. Yo sé lo que es decirlo a mi hija, su nieta que vive en París y esperar que llegué en tren para un abrazo. Yo sé que mi padre se fue, minuto a minuto.

Me da miedo abrir un correo y leer millones de veces la noticia, pero él me enseñó a nadar en las oscuras aguas del San Juan y tengo que bracear por todos los astros que nos miran.

Mi madre, mi hija, mis hermanos estamos esperando unirnos, otra vez,  lo cuento para agradecer a todos los que no saben nada de nadie pero regalan bondad, palabras de consuelo en la virtualidad, agradecida. Por ahora tengo algo semejante al derrumbe, la ira, y la falta de recursos  para estrechar a los míos. 

'escrito una semana después de su muerte)



He escrito poemas en un papelucho,
he garabateado en el borde,
más estrellas que todas las de la vía láctea
y sigo 
como ciega
en la noche
en que murió mi padre.

He quedado ausente, como si me hubiesen
otorgado visa para la niebla.

Me queda pan, aceite, olivas y vino barato.
Puedo inventar  una vida de huérfana,
tengo tiempo, no llego y si llego
no pueden reconocerme.



Oficio paciencia 


Cuento los fósforos, 

he de entretenerme 

hasta que pase 

la nevada, 

con los que han perdido cabeza 

levanto palizadas 

contra la tormenta. 

Escucha, no son los elementos 

que golpean la ventana 

es esta furia que desata en mí 

la huida de mi isla, 

es esta furia la que me apaga 

Estoy contando fósforos 

voy por tres cajas 

dos con cabezas rojas, 

una de muertos, 

y no me equivoco.
































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