Anne Sexton on her honeymoon- Anne Sexton en su luna de miel

 


CIGARRILLOS, WHISKEY Y MUJERES SALVAJES


Quizá nací de rodillas,
Nací tosiendo en el largo invierno,
Nací esperando el beso de la misericordia,
Nací con una pasión por la rapidez
Y aún así, al ir progresando las cosas,
Aprendí temprano sobre la estocada
O sacarla, el vapor del enema.
A los dos o tres aprendí a no arrodillarme,
A no esperar, a plantar mis fuegos bajo tierra
Donde a nadie más que las muñecas, perfectas y terribles,
Se puede susurrar y dejar morir.

Ahora que he escrito tantas palabras,
Y dejado tantos amores, para tantos,
Y he sido completamente lo que siempre fui –
Una mujer de excesos, de celos y codicia,
El esfuerzo me parece inútil.
¿Acaso no me miro al espejo,
Estos días,
Y veo una rata borracha voltear la vista?
¿Acaso no siento un hambre tan aguda
Que preferiría morir antes
Que mirarla a la cara?
Me arrodillo nuevamente,
En caso de que la misericordia llegue

En el último minuto.



JOVEN

Hace mil puertas
cuando yo era una chiquilla solitaria
en una gran casa con cuatro
garajes y era verano
según creo recordar,
yacía por la noche sobre la hierba,
los tréboles cedían bajo mi peso,
las estrellas sabias fijas por encima de mí,
la ventana de mi madre un embudo
por el que escapaba un calor amarillo,
la ventana de mi padre, a medio cerrar,
un ojo por donde pasaban durmientes,
y las tablas de la casa,
suaves y blancas como la cera
y probablemente un millón de hojas
se mecían sobre sus extraños tallos
mientras los grillos cantaban al unísono
y yo, en mi cuerpo recién estrenado,
que aún no era el de una mujer,
interrogaba a las estrellas
y pensaba que Dios realmente podía ver
el calor y la luz pintada,
codos, rodillas, sueños, buenas noches.


HOY ESTOY FELIZ CON LAS SÁBANAS DE LA VIDA

Lavé las sábanas.
Tendí las sábanas y las vi
agitarse y elevarse como gaviotas.
Cuando estuvieron secas las destendí
y hundí mi cabeza en ellas.
Todo el oxígeno de la tierra en ellas.
Todos los pies de todos los bebés del mundo en ellas.
Todos los calzones de todos los ángeles del mundo en ellas.
Todos los besos mañaneros de Filadelfia en ellas.
Todos los juegos de saltar pintados sobre todas las aceras en ellas.
Todos los caballitos hechos de tela en ellas.

Así que esto es la felicidad,
el viajante.




NOCHE ESTRELLADA

El pueblo no existe
excepto donde un árbol de negra cabellera
se desliza como una mujer ahogada en el cálido cielo.
El pueblo permanece en silencio. La noche hierve con once estrellas.
¡Oh noche estrellada! Así es como
quiero morir.

Se mueve. Todas están vivas.
Incluso la luna se abulta en sus aceros anaranjados
para expulsar hijos, como un dios, de su ojo.
La vieja serpiente oculta se traga las estrellas.
¡Oh noche estrellada estrellada! Así es como
quiero morir:

dentro de esa bestia impetuosa de la noche,
succionada por el gran dragón, para escindirme
de mi vida sin bandera,
sin vientre,
sin llanto.


PALABRAS

Ten cuidado con las palabras,
incluso con aquellas milagrosas.
Para las milagrosas hacemos lo mejor posible,
a veces se enjambran como insectos
y dejan no una picadura sino un beso.
Pueden ser tan buenas como los dedos.
Pueden ser tan confiables como la roca
sobre la que apoyas tu trasero.
Pero también pueden ser tanto margaritas como moratones.

Aún así, estoy enamorada de las palabras.
Son palomas que caen del techo.
Son seis naranjas sagradas posadas en mi regazo.
Son los árboles, las piernas del verano,
y el sol, su apasionado rostro.

Aún así, me fallan a menudo.
Tengo tanto de lo que quiero decir,
tantas historias, imágenes, proverbios, etc.
Pero las palabras no son lo suficientemente buenas,
las equivocadas me besan.
A veces vuelo como un águila,
pero con las alas de un gorrión.


NADANDO AL DESNUDO

En el sudoeste de Capri
encontramos una pequeña gruta desconocida
donde no había nadie y
la penetramos completamente
y dejamos que nuestros cuerpos perdieran toda
su soledad.

Todo lo que hay de pez en nosotros
escapó por un minuto.
A los peces reales no les importó.
No perturbamos su vida personal.
Nos deslizamos tranquilamente sobre ellos
y debajo de ellos, soltando
burbujas de aire, pequeños
globos blancos que ascendían
hasta el sol junto al bote
donde el botero italiano dormía
con el sombrero sobre la cara.

Un agua tan clara que se podía
leer un libro a través de ella.
Un agua tan viva y tan densa que se podía
flotar apoyando el codo en ella.
Me tendí allí como en un diván.
Me tendí allí como si fuera
la Odalisca roja de Matisse.
El agua era mi extraña flor.
Hay que imaginarse una mujer
sin toga ni faja
tendida sobre un sofá profundo
como una tumba.

Las paredes de esa gruta
eran de todos los azules y
dijiste: “¡Mira! Tus ojos son color mar. ¡Mira! Tus ojos
son color cielo”. Y mis ojos se cerraron como si sintieran
una súbita vergüenza.



DESCALZA


Amarme sin zapatos

significa amar mis piernas largas y bronceadas,
queridas mías, buenas como cucharas;
y mis pies, estos dos chicos
que se escaparon a jugar desnudos. Intrincados nudos,
mis dedos. Libres ya de sujeción.
Y todavía más, miren las uñas y
cada una de las diez etapas, tubérculo a tubérculo.
Vehementes y alocados, todos ellos, este cerdito
fue al mercado y este otro se
quedó. Largas piernas bronceadas, y largos y bronceados dedos.
Más arriba, cariño, la mujer
confiesa sus secretos, pequeñas casas
y pequeñas lenguas que te lo cuentan todo.

No hay nadie más que tú y yo
en esta casa de la península.
El mar lleva un cencerro en el ombligo
y yo soy tu sirvienta descalza
por una semana entera. ¿Quieres un poco de salame?
No. ¿Quieres un whisky, a lo mejor?
Tampoco. Tú no eres de beber. Tú
me bebes a mí. Las gaviotas persiguen a los peces
gritando como chicos de tres años.
Las olas son narcóticas, me llaman
Yo soy, yo soy, yo soy
toda la noche. Descalza
te camino por la espalda.
A la mañana corro por la cabaña,
de una puerta a otra, jugando a perseguirnos.
Ahora me agarras por los tobillos.
Ahora vas trepando por mis piernas
hasta que atraviesas la marca de mi anhelo.



EL TOQUE

Meses permaneció mi mano aislada
en una lata. No había nada allí salvo rejas de metro.
Quizá esté magullada, pensé,
y es por eso que la han encerrado.
Pero cuando miré yacía en silencio.
Se podría medir con esto el tiempo, pensé,
como con un reloj, por sus cinco nudillos
y las finas venas subterráneas.
Allí yacía, como una mujer inconsciente,
alimentada por tubos que no conoce.

La mano se había colapsado,
diminuta paloma salvaje
entrada en reclusión.
Le di la vuelta y la palma era vieja,
con líneas finamente bordadas
y puntadas subiendo por los dedos.
Era gruesa y blanda y ciega en algunos sitios.
Tan solo vulnerable.

Y todo esto es metáfora.
Una mano corriente, sólo que añorando
tocar algo que pueda devolver
el toque.
La perra no lo hará.
Mueve el rabo en la ciénaga mientras busca una rana.
No soy mejor que una lata de comida de perro.
Ella es dueña de su propia hambre.
No lo harán mis hermanas.
Viven en la escuela, salvo para botones
y lágrimas que corren como la limonada.
Mi padre no lo hará.
Él viene con la casa e incluso de noche
habita una máquina que fabricó mi madre
y bien engrasada por su trabajo, su trabajo.

El problema es
que dejé que mis gestos se congelaran.
El problema no estaba
en la cocina ni en los tulipanes,
tan sólo en mi cabeza, mi cabeza.

Después todo fue historia.
Tu mano se encontró la mía.
La vida corrió hasta mis dedos como un coágulo.
Oh, carpintero mío,
ya están reconstruidos esos dedos.
Bailan junto a los tuyos.
Danzan ya en el desván y en Viena.
Mi mano vive sobre toda América.
No podrá detenerla ni la muerte,
la muerte derramando su sangre.
Nada la detendrá, pues es éste el reino
y el juicio final.




EL ASESINO

La muerte correcta está escrita.
Colmaré la necesidad.
Mi arco está tenso.
Mi arco está listo.
Soy la bala y el garfio.
Estoy armada y lista
Desde mi mira, lo tallo
como un escultor. Moldeo
su última mirada a todos.
Cambio sus ojos y su cráneo
constantemente de posición.
Conozco su sexo de macho
y lo recorro con mi dedo índice.
Su boca y su ano son uno.
Estoy en el centro de la sensación.
Un tren subterráneo
viaja a través de mi ballesta.
Tengo un cerrojo de sangre
y lo he hecho mío.
Con este hombre tomo en mis manos
su destino y con este revólver
tomo en mis manos el periódico y
con mi ardor tomaré posesión de él.
Se inclinará ante mí
y sus venas saldrán en desorden
como niños… Dame
su bandera y sus ojos.
Dame su duro caparazón y su labio.
Él es mi mal y mi manzana y
lo acompañaré a casa.



AMA DE CASA

Algunas mujeres se casan con casas.
Es otra especie de piel; tiene un corazón,
una boca, un hígado y movimiento de intestinos.
Las paredes son estables y rosadas.
Mirad cómo se pasa el día hincada de rodillas,
lavándose fielmente.
Los hombres penetran a la fuerza, retrocediendo como Jonás
dentro de sus gordas madres.
Una mujer es su madre.
Eso es lo más importante.




LA VERDAD QUE LOS MUERTOS 
CONOCEN

Se acabó, digo, y me alejo de la iglesia,

rehusando la rígida procesión hacia la sepultura,
dejando a los muertos viajar solos en el coche fúnebre.
Es junio. Estoy cansada de ser valiente.
Conducimos hasta el Cabo. Crezco
por donde el sol se derrama desde el cielo,
por donde el mar se mece como una cancela
y nos emocionamos. Es en otro país donde muere la gente.
Querido, el viento se desploma como piedras
desde la bondadosa agua y cuando nos tocamos
nos penetramos por completo. Nadie está solo.
Los hombres matan por ello, o por cosas así.
¿Y qué ocurre con los muertos? Yacen sin zapatos
en sus barcas de piedra. Son más parecidos a la piedra
de lo que lo sería el mar si se detuviera. Rehusan
ser bendecidos, garganta, ojo y nudillo.



BONDADOSO SEÑOR, ESTE BOSQUE

Bondadoso señor: le voy a contar un juego antiguo
que jugábamos a los ocho y a los diez.
A veces, en La Isla, al sur de Maine,
a finales de agosto, cuando desde alta mar
llegaba la niebla fría, el bosque entre Dingley Dell
y la cabaña del abuelo se ponía blanco, raro.
Era como si cada pino fuera un poste desconocido;
como si el día se convirtiera en noche y los murciélagos
volaran hacia el sol. Nos divertía
dar una vuelta y, ¡ya!, saber que estabas perdida;
saber que el cuerno del cuervo sonaba en la oscuridad,
saber que nunca llegaría la cena,
que el alarido maldito de la lejana sirena decía
tu tata se ha marchado para siempre. Oh, señorita,
la barca ha volcado. Y entonces estabas muerta.
Gira una vez, los ojos apretados, pensando en eso.
Bondadoso señor: perdida y de su misma naturaleza,
he dado dos vueltas, con los ojos bien cerrados,
y los bosques estaban blancos y mi mente nocturna
vio cosas tan raras... innombradas, irreales.
Y al abrirlos, me da miedo mirar
(con esta mirada interior mía que tanto desprecia la sociedad).
Aun así, busco en estos bosques y no encuentro nada peor
que mi imagen, atrapada entre la uvas y las zarzas.



CERDO

Oh tú máquina de tocino marrón,
cuán dulcemente yaces,
engordando una libra y media por día,
tú, par de calcetines enrollados,
tú, pesadilla de perro,
tú, con el hocico aplastado
pero las orejas extendidas,
tus ojos blandos como huevos,
cerdo, grande como un cañón,
cuán dulcemente yaces.
Por la noche estoy tendida en mi cama
en el armario de mi mente
y cuento cerdos en un corral,
marrones, moteados, blancos, rosados, negros,
avanzan por la lanzadera hacia la muerte
del mismo modo en que mi mente avanza
buscando su propia pequeña muerte.


 

EL BESO


Mi boca florece como una herida.

He estado equivocada todo el año, tediosas
noches, nada sino ásperos codos en ellos
y delicadas cajas de Kleenex, llamando llora bebé
¡llora bebé, tonto!

Antes de ayer mi cuerpo estaba inútil.
Ahora está desgarrándose en sus rincones cuadrados.
Está desgarrando los vestidos de la Vieja Mary, nudo anudo
y mira, ahora está bombardeada con esos eléctricos cerrojos.
¡Zing! ¡Una resurrección!

Una vez fue un bote, bastante madera
y sin trabajo, sin agua salada debajo
y necesitando un poco de pintura. No había más
que un conjunto de tablas. Pero la elevaste, la encordaste.
Ella ha sido elegida.

Mis nervios están encendidos. Los oigo como
instrumentos musicales. Donde había silencio
los tambores, las cuerdas están tocando irremediablemente. Tú hiciste esto.
Puro genio trabajando. Querido, el compositor ha entrado
al fuego.


LOS BOMBARDEROS

Nosotros somos América.
Somos los que rellenan los ataúdes.
Somos los tenderos de la muerte.
Los envolvemos como si fuesen coliflores
La bomba se abre como una caja de zapatos.
¿Y el niño?
El niño decididamente no bosteza.
¿Y la mujer?
La mujer lava su corazón.
Se lo han arrancado
y se lo han quemado
y como último acto
lo enjuaga en el río.
Este es el mercado de la muerte.
¿Dónde están tus méritos,
América


DE ESAS


He salido al mundo, una bruja poseída,
rondando el aire negro, más valiente por ello;
soñando el mal, he sobrevolado
las casas planas, de luz en luz:
pobre solitaria, con mis doce dedos, enajenada.
Una mujer así no es una mujer, lo sé.
Yo he sido de ésas.
He encontrado las cuevas tibias del bosque,
las he llenado de sartenes, tallas, estantes,
de armarios, sedas, de incontables bienes;
he preparado la cena para los gusanos y los elfos:
llorando, aullando, ordenando lo que estaba mal.
A una mujer así no se la comprende.
Yo he sido de ésas.
He viajado contigo, carretero, saludando
con los brazos desnudos a los pueblos que dejábamos atrás,
aprendiéndome las últimas rutas de la claridad, superviviente
allí donde tus llamas aún muerden mis muslos
y crujen mis costillas bajo la presión de tu carreta.
Una mujer así no se avergüenza de morir.
Yo he sido de ésas




DESEANDO MORIR


Ahora que lo preguntas, la mayor parte de los días no puedo recordar.

Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Luego la casi innombrable lascivia regresa.
Ni siquiera entonces tengo nada contra la vida.
Conozco bien las hojas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto al sol.
Pero los suicidas poseen un lenguaje especial.
Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.
En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez,
he poseído al enemigo, comido al enemigo,
he aceptado su destreza, su magia.
De este modo, grave y pensativa,
más tibia que el aceite o el agua,
he descansado, babeando por el agujero de mi boca.
No se me ocurrió exponer mi cuerpo a la aguja.
Hasta la córnea y la orina sobrante se perdieron.
Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.
Nacidos sin vida, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían con una sonrisa.
¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!
que, por sí misma, se convierte en pasión.
La muerte es un hueso triste, lleno de golpes, dirías,
y a pesar de todo ella me espera, año tras año,
para reparar delicadamente una vieja herida,
para liberar mi aliento de su dañina prisión.
Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,
rabiosos ante el fruto, una luna inflada,
Dejando el pan que confundieron con un beso
Dejando la página del libro abierto descuidadamente
Algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.





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