otoño, Margarita García Alonso, #animation
Cae la lluvia, la
temperatura. Caen los días, las sombras, las hojas, las horas, los misiles, y
otra vez la lluvia.
Cae la civilización, último
otoño antes del Imperio islamista y la barbarie sobre Occidente.
otoño, Margarita García Alonso, #animation
SERGUEI ESENIN
Cae la lluvia, la
temperatura. Caen los días, las sombras, las hojas, las horas, los misiles, y
otra vez la lluvia.
Cae la civilización, último
otoño antes del Imperio islamista y la barbarie sobre Occidente.
LAS HOJAS CAEN…
Las hojas caen… Las hojas caen…
El viento gime lento y sordo…
¿Quién alegrará mi corazón?
¿Quién lo calmará, amigo mío?
Con párpados pesados
miro y miro la luna.
De nuevo cantan los gallos
en la quietud sombría.
El amanecer. Lo azul. Lo matinal.
Y de las estrellas fugaces la felicidad.
¿Formularme un deseo cualquiera?
Pero, no sé que desear.
Qué desear bajo la carga de la vida
maldiciendo mi destino y mi hogar.
Quisiera ver ahora una buena muchacha
bajo la ventana.
Muchacha de ojos azules
—sólo para mí; para nadie más—
que calme mi corazón
con palabras y sentimientos nuevos.
Que bajo esta blancura de luna,
aceptando mi suerte dichosa,
no sufra yo con la canción ajena,
y al ver en otros juventud alegre,
no me lamente de la mía jamás.
Las hojas caen… Las hojas caen…
El viento gime lento y sordo…
¿Quién alegrará mi corazón?
¿Quién lo calmará, amigo mío?
Con párpados pesados
miro y miro la luna.
De nuevo cantan los gallos
en la quietud sombría.
El amanecer. Lo azul. Lo matinal.
Y de las estrellas fugaces la felicidad.
¿Formularme un deseo cualquiera?
Pero, no sé que desear.
Qué desear bajo la carga de la vida
maldiciendo mi destino y mi hogar.
Quisiera ver ahora una buena muchacha
bajo la ventana.
Muchacha de ojos azules
—sólo para mí; para nadie más—
que calme mi corazón
con palabras y sentimientos nuevos.
Que bajo esta blancura de luna,
aceptando mi suerte dichosa,
no sufra yo con la canción ajena,
y al ver en otros juventud alegre,
no me lamente de la mía jamás.
ARDE, ESTRELLA MÍA…
Arde, estrella mía, no caigas.
Derrama tus rayos fríos.
Tras la muralla del cementerio
ya no late ningún corazón.
Luces con el agosto y el centeno
y llenas la quietud de los campos
con el temblor sollozante
de las grullas que aún no partieron.
Me alcanza viniendo de lejos,
quizás del bosque o del cerro,
otra vez aquella canción
de mi país, y de mi casa natal.
Y el otoño dorado
reduciendo la savia de los abedules
llora sus hojas sobre la arena
por todos los seres que amé.
Lo sé. Lo sé. Dentro de poco,
ni por mi culpa ni por la ajena
tendré que tenderme también
detrás de la negra muralla.
Se apagará la llama cariñosa
y se convertirá en polvo el corazón.
Los amigos pondrán una piedra gris
con una alegre inscripción.
Mas yo, pensando en la triste muerte
así la compondría para mí:
“Amó a su patria y a su suelo
como un borracho a su taberna”.
Arde, estrella mía, no caigas.
Derrama tus rayos fríos.
Tras la muralla del cementerio
ya no late ningún corazón.
Luces con el agosto y el centeno
y llenas la quietud de los campos
con el temblor sollozante
de las grullas que aún no partieron.
Me alcanza viniendo de lejos,
quizás del bosque o del cerro,
otra vez aquella canción
de mi país, y de mi casa natal.
Y el otoño dorado
reduciendo la savia de los abedules
llora sus hojas sobre la arena
por todos los seres que amé.
Lo sé. Lo sé. Dentro de poco,
ni por mi culpa ni por la ajena
tendré que tenderme también
detrás de la negra muralla.
Se apagará la llama cariñosa
y se convertirá en polvo el corazón.
Los amigos pondrán una piedra gris
con una alegre inscripción.
Mas yo, pensando en la triste muerte
así la compondría para mí:
“Amó a su patria y a su suelo
como un borracho a su taberna”.
HASTA LA VISTA…
Hasta la vista, amigo mío, hasta la vista.
Querido mío, estás en mi pecho.
La predestinada separación
promete una cita en el porvenir.
Hasta la vista, amigo mío, sin dar la mano, sin palabras.
No te afijas; no pongas tan triste el ceño.
En esta vida el morir no es cosa nueva;
pero el vivir —seguro— es menos novedad.
Hasta la vista, amigo mío, hasta la vista.
Querido mío, estás en mi pecho.
La predestinada separación
promete una cita en el porvenir.
Hasta la vista, amigo mío, sin dar la mano, sin palabras.
No te afijas; no pongas tan triste el ceño.
En esta vida el morir no es cosa nueva;
pero el vivir —seguro— es menos novedad.
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