Convencido de vivir en la fase terminal del tiempo humano y dedicado a dar testimonio de este terrible ocaso.


 Tiempo de mujeres, Margarita García Alonso, 2013

De hoy para mañana

Viernes 20 de octubre de 202320:19h
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FERNANDO MUÑOZ

Doctor en Filosofía y Sociología

No sé con exactitud cuándo empezó. Nunca he sido optimista, aunque soy de natural alegre. Sigo siéndolo, bajo la máscara. Pongamos que empezó hace ya veinte años o quizá más. La primera comprensión de la tormenta en la que estamos envueltos comenzó como un silencioso malestar físico, con una nostalgia que juzgué efecto directo del paso de los años. La percepción del fracaso universal se fue haciendo más intensa desde el cambio de siglo. No me sería difícil rastrear los acontecimientos históricos que explican la inflexión catastrófica, pero es el último tramo de un proceso de larga duración. Estuve mucho tiempo dedicado a la comprensión de ese curso trágico.

Arrojé una serie de textos que apenas encontraron algún lector, trabajos académicos en el seno de una universidad corrupta cuyo aliento insalubre ha contribuido radicalmente a la descomposición de la escuela y de la sociedad en su conjunto. Multitudes de titulados saturados de ideología en un orden bien orientado a la destrucción de las Humanidades, en nombre de la industria cultural.

Hoy ya no es fácil encontrar las obras, pero albergo la suficiente cantidad de libros silenciados y recojo cuanto aparece. Al borde del abismo hay quien hace sonar todavía la voz de alarma. Son escasos, como siempre, insuficientes. Traté de mantener vivo el aliento de la revuelta, la llama de una reacción improbable. Mi escritura no encontró espacio en el mercado editorial, pero el mismo mercado ofrece hoy vías de difusión individuales y, aunque precarias, capaces de alcanzar al corto número de insólitos eremitas del presente.

Nada ha podido detener este proceso de inmersión. Lentamente siguió creciendo la fosa que me separa del orden actual del mundo. Permanezco callado, en medio de las supersticiones y prejuicios de nuestro tiempo, sólidamente asumidos por la multitud como verdades: evidencias para ciegos.

Convencido de vivir en la fase terminal del tiempo humano y dedicado a dar testimonio de este terrible ocaso. Me sostiene la familia inmediata y la presencia invisible de los muertos. El sentido de este esfuerzo, además de prolongar mi vida, se funda en la esperanza frágil de fijar la huella que puedan leer algunos. A partir de mi diagnóstico, se entenderá que ese pronóstico se estime improbable, pero no imposible.

No sé con exactitud cuándo empezó este viaje hacia la luz abrasiva de la verdad. Aterrorizado, pero incesante, con una paciencia cuyo agotamiento será signo de mi final. Un día y otro, ganándome una vida que sabía perdida, alimentando la fuente de un porvenir que no contemplo, fundando sobre cenizas la vida de los míos. Con una fe desesperada, si es posible algo tan monstruoso. Envuelto en una desolación que no desmiente mi natural alegre. Me pregunto de dónde procede esa luz natural, esa cálida voz que aún me acompaña, esa potencia impasible en mitad del huracán que va a desarraigar la historia. No sé con exactitud cuándo empezó este tiempo de la desolación y de la sombra, pero albergo el eco de esa voz que no es la mía y que me inspira confianza. Me dice que sabré atravesar mañana la cortina de fuego que amenaza nuestros días.

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