Dar la espalda al ruido incesante

 


"Dar la espalda al ruido incesante es el primer paso para poder, quizás mañana, romper los muros de la actualidad, atravesar la faramalla de los expertos y escuchar el mundo, si no intacto al menos no manoseado". Magnífico

Del fuego sin calor de la mentira

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Sólo es posible luchar contra la melancolía que desprende la actualidad buscando amparo en la eternidad. La materia efímera de la que está hecha toda novedad deja un regusto a nada: a sombra y a ceniza. Sobreponerse a la atracción que ejerce el brillo súbito de la noticia sólo es posible sabiendo que nace gastada, que es humo toda la barahúnda de los fenómenos del día.

Girar el rostro no en un gesto de huida, sino de quietud. Cerrar los ojos a la estridencia sin eco de la mentira diaria, para fijar la vista en el orden tácito de la realidad. No es una actitud evasiva sino una preparación profunda para la batalla radical, pero sosegada, que hemos de emprender cada mañana.

No sirve de nada mantener los ojos de par en par ante la ruidosa multitud de opiniones desastradas. La miseria diaria puede, por el contrario, conducir a la inacción. Podríamos creer que todo está perdido si nos dejamos engañar por los rostros sonrientes de la vicepresidenta y el fugitivo, podríamos pensar que vivimos en el inframundo si vemos el arrobo con el que se escucha a la folclórica que dice cantar con el coño, pero conocemos el castigo al gañán que se toca la entrepierna para afirmar su victoria. La subversión se ha extendido a cada palabra y cada gesto, la contradicción rige hoy el razonamiento, de la canalla se hacen hoy sus señorías, de la dama el proxeneta y de la noche eterna se hace la luz del día. Si dejamos que la atención quede cautiva del monstruo de los mil ojos y de sus escamas electrónicas se nos caerá el belfo de los idiotas y compondremos el gesto del ciudadano informado: el majadero que sabe lo que tiene que saber y decide en la dirección del viento que más fuerte sopla.

Dar la espalda al ruido incesante es el primer paso para poder, quizás mañana, romper los muros de la actualidad, atravesar la faramalla de los expertos y escuchar el mundo, si no intacto al menos no manoseado. Hay que sentir el sol que se retira de este septiembre del año de Dios de dos mil veintitrés, hay que acariciar el agua lustral que nos empapa y renueva el mundo, hay que mirar a los ojos buscando allí el latido de un alma que aún respira. Alentar al prójimo a vencer su esclavitud, sabiendo que su victoria es la mía, que no puedo romper yo solo la espesa podredumbre que cubre ojos y oídos, que hacen falta otras manos que tiren de las mías para que juntos reconstruyamos la casa del hombre. Juntos mandaremos callar a la gran jauría, a la muchedumbre de los ególatras y haremos un silencio en cuyo seno hablar vuelva a tener sentido.

Si alguien se niega a multiplicar el clamor masivo, el estertor de fondo de esta sociedad que declina, si alguien decide tomarse el tiempo que precisa la construcción de una mirada limpia, si alguien se niega a someter su criterio al del viento electrónico de las pantallas, si alguien se detiene en silencio y advierte que sus labios pronuncian voces que no son suyas o que escucha únicamente en una frecuencia preestablecida, si queda alguien que reconoce el exceso y la desidia: el pánico aprendido ante un fin del mundo que no termina y una mansedumbre servil que acepta todo insulto a su condición racional, si alguien encuentra aquí el espejo de su preocupación, el dolor por la memoria de una sociedad viva, ha de saber que no está solo y que – en la escombrera de presente – habitan todavía sus semejantes.

El primer paso consiste en el mutuo reconocimiento. Por entre los gestos de pasmo y la voz sonora de los necios, se trata de ir juntándonos. Para la comunicación libre o real, el reconocimiento es el primer paso. Abriremos en el fragor de la mentira una brecha luminosa con el fuego ardiente de la verdad. Sereno el rostro, el corazón paciente, veremos a distancia a este enemigo sin forma, ni consistencia, sabiendo que no puede prevalecer el fuego sin calor de la mentira. Dejemos que la palabra valga la pena, que deje su cicatriz – dolorosa, pero indeleble – sobre la piel capaz de soportarla. El resto, los de la piel de plástico y los signos efímeros, no pueden contarse hoy entre los nuestros.




ILYA REPIN

Pintor Ruso
1844-1930
Óleo s/ Lienzo - 61,5 x 48 cm
"En el Límite" - 1879

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