SOL 14° le HAVRE POEMAS DE MARGARITA GARCÍA ALONSO By Joaquín Borges-Triana, en Miradas desde adentro
POEMAS DE MARGARITA GARCÍA ALONSO
By Joaquín Borges-Triana | | Comentarios2 Comentarios
Tengo el privilegio de poder decir que soy amigo de Margarita García Alonso. La conocí cuando ella trabajaba en la revista Somos Jóvenes, perteneciente a la Casa Editora Abril y yo era parte de Alma Máter. No sé cómo nos fuimos acercando, pero en un momento dado se convirtió en una de las personas con las que por aquella época, fines de los ochenta e inicios de los noventa, más gusto me daba en conversar.
Es que con esta colega de profesión se podía hablar de lo humano y lo divino. Todavía recuerdo nuestras largas charlas sobre filosofía, en las que la solidez conceptual de sus conocimientos siempre me maravillaba.
Empero, lo que más admiraba de Margarita García Alonso en esos lejanos años era la tan hermosa relación que mantenía con su hija Laura, una niña encantadora y que mi amiga llevaba con ella a cuanto sitio fuese, como las largas tertulias que celebrábamos en la vivienda de otra de las hermanas que me ha regalado la vida: Tania Chappi Docurro.
Me parece que fue ayer cuando en 1992 mi amiga Margarita se fue a vivir a Francia. Desde entonces no hemos vuelto a dialogar y nuestros intercambios han sido solo virtuales. Gracias a Internet, sé que esta poeta, periodista, pintora, grafista e ilustradora es Miembro de la Organización Internacional de Cyber Periodistas.
Igualmente, puedo escribir aquí que antes de su salida de Cuba había publicado los poemarios Sustos de muchacha, Ediciones Vigía, y Cuaderno del Moro, en la Editora Letras Cubanas. Al pasar a residir en Francia, ella ha ganado premios en diversos concursos literarios. Así, fue laureada en la Taberna de poetas francesa, y publicada por Yvelinesédition, en marzo 2006. También ha dado a la luz pública títulos como El centeno que corta el aire (Editorial Betania) y Maldicionario, Mar de la Mancha, La aguja en la manzana, La costurera de Malasaña, Cuaderno de la herborista, Breviario de margaritas, Cuaderno de la vieja negra y Zupia, (todos estos a través de su proyecto Ediciones Hoy no he visto el paraíso).
En otra arista de su intenso quehacer, en el 2005 ilustró el libro de teatro A ciegas, de Laura Ruiz; y el poemario Nouvelles de Dan Leuteneger, Collection Emeutes. Igualmente, ha intervenido en numerosas exposiciones en países como Francia, Polonia, España, Colombia y tradujo el libro Justo un poco de amor, de la poetisa Florence Isacc.
Para Miradas Desde Adentro resulta un placer reproducir algunos textos de esta poeta matancera, cubana y universal que, en lo personal, es amiga de quien esto escribe.
ALMAS PERDIDAS
Salud almas perdidas, ambiciosos
e impúdicos viajeros en la noche del caos.
Cuentas de paciencia trazan manantiales de dedos.
Los que partieron no ven la derrota
que provoca andar en razón, lucidamente loca,
en la esquina donde orinan los perros.
Ingrato maquillaje de situación extrema
acurrucada en un país increíblemente desierto.
El caballo tapizado de flechas,
con el ombligo presto a prolongar el tiempo.
Que visitantes de pasada, escupitajos
reiteración de hombre que va, de hombre que viene,
desesperado, por camino de no ser.
El alma perdida en el bosque, de ojos hacia fuera
de vientre y tripas hacia fuera
donde comen, tranquilamente, ciertos carroñeros
disfrazados de pájaros negros.
LOBA
He olvidado cerrar una casa lejana, una puerta.
La loba existe pues la miran
impaciente espera un bosque pequeñísimo,
las entrañas que nombran a la extranjera.
En mi cabeza, entre mallas tejidas por herreros de forja
verbos decadentes y un brutal estruendo que
me arranca la lengua.
Mi madre heredó el cepillo lacerante y trenza
la conversación que tenemos una vez cuando hay dinero
en un escalofriante teléfono de ocasión.
Están mis oídos con la letanía de un himno:
fetos inacabados de una tarde de carnaval
calcinan en el banquete a una isla.
Son como muertos animados de venganza.
En las costas de la Mancha, envuelta en un suave papel
la extranjera camina como barco en el horizonte.
Las brumas golpean un vestido en fino hilo bordado
por una anciana que recuerda cuando nací
en ese pueblo de la colina, de una isla perdida
jamás en la ausencia de mundo.
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