una sociedad fracturada en virtud del veneno disgregador que la ideología ha introducido en su seno
Al final, nos encontramos con una sociedad fracturada en virtud del veneno disgregador que la ideología ha introducido en su seno. El sentido común desaparece. Las cosas dejan de verse como son. La iniciativa personal se asfixia en un clima de mediocridad estratégicamente auspiciado por el poder. Las personas se aíslan. Cada cual busca salvarse por su cuenta. Se propaga una desmoralizadora impresión de ruina colectiva que encuentra su plasmación real en la losa del endeudamiento atroz que nos lastra hoy y que heredarán las generaciones futuras. El pesimismo se generaliza y la demografía toca suelo. La confusión campa a sus anchas porque los fundamentos antropológicos de la especie y hasta las evidencias biológicas más palmarias son puestos en tela de juicio. Consumir —experiencias o bienes materiales, tanto da— es el recurso al que acude la sociedad como narcótico con el que sustraerse a la desolación espiritual y a la dramática ausencia de expectativas... Mientras, la vida, la vida real con toda su ineludible problemática, y también la vida como proyecto de trabajo, familia y vivienda propia, adquiere unos tintes tan sumamente precarios que para una parte considerable de los jóvenes se acaba convirtiendo en la realización de un imposible.
Para qué sirve hoy el Estado
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