poemas de Raymond Carver

 

 

poemas de Raymond Carver


EL RELOJ DE KAFKA

A partir de una carta

Tengo un oficio con un diminuto salario de 80 coronas, y
unas infinitas 8 o 9 horas de trabajo.
Devoro el tiempo fuera de la oficina como una bestia salvaje.
Algún día espero sentarme en una silla en otro
país, frente a una ventana con vistas a campos de caña de azúcar
o cementerios mahometanos.
No me quejo tanto del trabajo como de
la lentitud del tiempo cenagoso. ¡Las horas de trabajo
no pueden dividirse! Siento la presión
de las ocho o nueve horas enteras incluso en la última
media hora del día. Es como un trayecto en tren
que durara noche y día. Al final te sientes completamente
abrumado. Ya no piensas en la tensión
del motor, o en las colinas o
los campos llanos, sino que atribuyes todo lo que ocurre
sólo a tu reloj. El reloj que sostienes todo el tiempo
en la palma de la mano. Y que sacudes. Y que te llevas,
incrédulo, lentamente a la oreja.

UN RELATO

Comenzó el poema en la mesa de la cocina,
con una pierna cruzada sobre la otra.
Escribió un rato, como si sólo
le interesara a medias el resultado. No era como
si no hubiera ya bastantes poemas en el mundo.
El mundo tenía suficientes poemas. Además,
llevaba meses fuera.
Hacía meses que ni siquiera había leído un poema.
¿Qué clase de vida era esta? ¿Una vida en la que alguien
estaba demasiado ocupado incluso para leer poemas?
Eso no era vida. Luego miró por la ventana,
colina abajo, a la casa de Frank.
Una bonita casa junto al río.
Se acordó de Frank abriendo la puerta
cada mañana a las nueve.
Dando sus paseos.
Se acercó más a la mesa y descruzó las piernas.

La noche anterior había escuchado el relato
de la muerte de Frank de boca de Ed, otro vecino.
Un hombre de la misma edad que Frank,
y un buen amigo de Frank. Frank
y su mujer veían la televisión. Canción triste de Hill Street.
La serie favorita de Frank. De repente jadea
dos veces, se echa hacia atrás en la silla,
“como si le hubieran electrocutado”. Así de rápido,
estaba muerto. Perdía el color.
Estaba gris, volviéndose negro. Betty sale
corriendo de la casa en camisón. Corre a
casa de un vecino donde hay una chica que sabe
algo de masajes cardiacos. ¡Ella estaba viendo
la misma serie! Vuelven corriendo
a casa de Frank. Frank está completamente negro ahora,
en su silla delante de la televisión.
Los policías y otros personajes desesperados
se mueven por la pantalla, elevan la voz,
se gritan entre ellos, mientras esta vecina
arrastra a Frank desde su silla hasta el suelo.
Le desgarra la camisa. Se pone a ello.
Frank es la primera víctima real
que ha tenido.

Coloca sus labios
sobre los labios helados de Frank. Los labios de un muerto. Labios negros.
Y negros su rostro y manos y brazos.
Negro también su pecho donde se ha roto la camisa,
dejando a la vista el escaso vello que allí crecía.
Ella continúa mucho más tiempo de lo que sabía razonable.
Presionando los labios contra sus
labios inertes. Luego parando para golpearle
con los puños apretados. Presionando sus labios de nuevo
y otra vez más. Incluso cuando ya era demasiado tarde y
era evidente que él no iba a volver, ella continuó.
Esta chica le golpeaba con sus puños, le llamaba
de todo. Estaba llorando
cuando se lo llevaron.
Y a alguien se le ocurrió apagar
las imágenes que palpitaban en la pantalla.

EL MINUÉ

Mañanas resplandecientes.
Días en los que deseo tanto que no deseo nada.
Sólo esta vida, y nada más. Aun así,
espero que no venga nadie.
Pero si viene alguien, ojalá sea ella.
La que tenía estrellitas de diamante
en las puntas de los zapatos.
La chica a la que vi bailar el minué.
Esa antigua danza. El minué. Lo bailaba
como había que bailarlo.
Y como ella quería.

MIEDO

Miedo de ver un coche de policía en la entrada de casa.
Miedo de quedarme dormido de noche.
Miedo de no quedarme dormido.
Miedo del pasado que resurge.
Miedo del futuro que despega.
Miedo del teléfono que suena en mitad de la noche.
Miedo de las tormentas eléctricas.
¡Miedo de la mujer de la limpieza con un grano en la mejilla!
Miedo de perros que me han dicho que no muerden.
¡Miedo de la ansiedad!
Miedo de tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo de quedarme sin dinero.
Miedo de tener demasiado, aunque la gente no se lo creerá.
Miedo de los perfiles psicológicos.
Miedo de llegar tarde y miedo de llegar antes que nadie.
Miedo de la letra de mis hijos en sobres.
Miedo de que mueran antes que yo y que me sienta culpable.
Miedo de tener que vivir con mi madre en su vejez y la mía.
Miedo de la confusión.
Miedo de que este día acabe de forma infeliz.
Miedo de despertarme y ver que te has ido.
Miedo de no amar y miedo de no amar lo suficiente.
Miedo de que lo que yo amo sea letal para quienes amo.
Miedo de la muerte.
Miedo de vivir demasiado.
Miedo de la muerte.
Eso ya lo he dicho.

AYER, LA NIEVE

Ayer nevaba y todo era caos.
Nunca sueño, pero por la noche soñé
que un hombre me ofrecía un poco de su whisky.
Limpié la boca de la botella
y me la llevé a los labios.
Era como uno de esos sueños de caerse
en los que, según dicen, si no te despiertas
antes de golpearte con el suelo,
te mueres. ¡Me desperté! Sudando.
Fuera ya no nevaba.
Pero Dios, tenía pinta de hacer frío. Terrible.
Las ventanas estaban heladas al tocarlas
cuando les pasé los dedos. Volví
a la cama y allí me quedé el resto de la noche,
con miedo de volver a dormirme. Y encontrarme
de nuevo en ese sueño…
Acercándome la botella a los labios.
Aquel hombre indiferente
esperando que bebiera y se la pasara otra vez.
Una luna desigual resiste hasta la mañana,
y un sol brillante.
Hasta ahora nunca había sabido qué quería decir
eso de “saltar de la cama”.
Todo el día la nieve resbalando de los tejados.
El crujir de neumáticos y el ruido de pasos.
En la puerta de al lado hay un tipo mayor con una pala.
De vez en cuando para y se apoya
en la pala y descansa, dejando
que fluyan sus pensamientos.
Calmando su corazón.
Luego asiente y agarra la pala.
Continúa, sí. Continúa.

LLUVIA

Me desperté esta mañana con
unas ganas terribles de quedarme en la cama
a leer. Me resistí durante un minuto.

Luego miré por la ventana la lluvia.
Y me rendí. Me puse por completo
a merced de esta lluviosa mañana.

¿Volvería a vivir de nuevo mi vida?
¿Cometería los mismos errores imperdonables?
Sí, a la menor oportunidad. Sí.

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