Cartas a una madre - Vasili Grossman

 


Cielos de papel: Cartas a una madre - Vasili Grossman "Yo soy tú, querida madre, y mientras viva también tú estarás viva. Y cuando yo muera tú vivirás en el libro que te he dedicado y cuyo destino es tan parecido al tuyo.




Cartas a una madre - Vasili Grossman


«Durante toda la vida he creído que todo lo que había de bueno en mí, todo lo honesto, todo lo bondadoso, mi amor por los otros, todo venía de ti. Todo lo que hay de malo en mí no viene de ti. Pero tú, mamá, me amas, a pesar de todo lo malo que tengo»



Podría haber hecho una entrada sobre el testimonio El infierno de Treblinka o el relato El viejo profesor para hablaros de la figura de Vasili Semiónovich Grossman. Ambos títulos se encuentran reunidos junto con otras crónicas y relatos en el ejemplar publicado por Galaxia Gutenberg: Años de guerra.
Vasili Grossman es sobre todo conocido por su obra Vida y destino, cuya lectura es una de mis asignaturas pendientes. Sin embargo, esta entrada no está dedicada a su obra. Está dedicada a él, un personaje de lo más interesante.

Judío, ucraniano y corresponsal de guerra durante casi tres años para el periódico del Ejército rojo, Estrella roja, destacó por ser una de las voces más veraces y comprometidas sobre los hechos de los que fue testigo: desde sus crónicas sobre los campos de concentración y exterminio nazis hasta sus textos dejando constancia de los crímenes del propio Ejército Rojo, y especialmente sobre la violación en masa de las mujeres alemanas.

Lo que me fascina de Grossman es que, con todo ese bagaje, sus escritos destilan confianza en la humanidad. Con minúsculas y en el sentido que da la RAE: Fragilidad o flaqueza propia del ser humano. Sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas.

Las transcripciones que os dejo a continuación son dos cartas que escribió a su madre. Su valor está en que fueron escritas en 1950 y 1961, sabiendo que su madre -asesinada en una de las grandes matanzas de judíos en septiembre de 1941- nunca podría leerlas. Vasili quiso llevársela con él y con su segunda esposa a Moscú pero carecían de espacio en su apartamento. Cuando entendió la gravedad y el inminente avance alemán no pudo hacer nada para sacarla de Berdichev. Nunca se lo perdonó. Quizá por eso el personaje de Anna Shtrum, de Vida y destino, está inspirado en su madre, a la que le dedicó la novela.

«A la memoria de mi madre, Yekaterina Savelievna Grossman»

Y por si todo esto no fuera suficiente, la entrega para su publicación del manuscrito en 1960 de Vida y destino supuso el registro de su apartamento por el KGB y el secuestro de los originales, de los borradores e incluso de las cintas de máquina de escribir utilizadas en su redacción. El autor falleció en 1964, a sus cincuenta y ocho años, víctima de un cáncer, sin saber que su obra se publicaría por primera vez en Suiza en 1980 y de que sería comparado con la Guerra y paz de Tolstoi.

«(...) Le ruego poner en libertad a mi libro. No hay sentido ni verdad en mi actual situación, en mi libertad física, mientras el libro al que he dado mi vida se encuentra encarcelado. Por fin, lo he escrito, no me he distanciado de él y no lo haré. Hace doce años empecé a trabajar en este libro. Sigo creyendo que he escrito la verdad, por amor y compasión, porque creo en los hombres. Le ruego una vez más poner en libertad a mi libro (..) »
Extracto de la carta enviada por Grossman a Jruschov con objeto de conseguir que finalizara el secuestro de su obra.

A veces, cuando salen a la luz documentos privados, cartas, diarios..., me surge la duda de si de veras tenemos derecho a conocerlos, a tener acceso a esta privacidad. Leyendo las cartas de Vasili Grossman y conociendo los detalles de su vida, pienso que sí y  que su obra y su vida no deberían ser leídas y conocidas la una sin la otra.

Primera carta. 1950.

«Querida mamá:

Me enteré de tu muerte en el invierno de 1944. Cuando llegué a Berdichev entré en la casa donde vivías y que la tía Aniuta, el tío David y Natasha habían abandonado, y comprendí que habías muerto. Pero desde septiembre de 1941 mi corazón ya sentía que habías muerto. Una noche en el frente tuve un sueño: entraba en tu habitación -sabía con seguridad que era tu habitación-, veía un sillón vacío, y sabía que habías dormido en él. Del sillón colgaba una mantilla con la que habías cubierto tus piernas. Lo miré durante largo tiempo y cuando me desperté sabía que ya no estabas entre los vivos. Pero no conocía entonces la terrible muerte que habías sufrido. Sólo lo supe cuando llegué a Berdichev y hablé con la gente que sabía de la ejecución en masa que tuvo lugar el 15 de septiembre de 1941.

He tratado docenas o quizá cientos de veces de imaginarme cómo moriste, cómo caminaste hasta encontrar tu muerte. He tratado de imaginar a la persona que te mató. Fue la última persona que te vio viva. Sé que estarías pensando en mí en aquel momento.

Ahora han pasado más de nueve años desde que dejé de escribirte cartas, contándote mi vida y mis trabajos, y he acumulado tantas cosas en mi alma durante estos nueve años que he decidido escribirte para contártelo, y por supuesto para que conozcas mis penas, nadie más está particularmente interesado en ellas. Tú eras la única que te interesabas siempre por mis aflicciones.


Puedo sentirte hoy tan viva como estabas el día en que te vi por última vez, y tan viva como cuando me leías de pequeño. Y mi dolor es todavía el mismo que aquel día cuando tu vecino de la calle Uchilishchnaya me dijo que habías muerto, que no había esperanza de encontrarte entre los vivos. Y pienso que mi amor por ti y esta terrible pena no se alterará hasta el día de mi muerte» 



Segunda carta. 1961.

«Querida madre:

Han pasado veinte años desde el día de tu muerte. Te quiero, te recuerdo todos los días de mi vida y mi dolor nunca me ha abandonado durante estos veinte años.

La última vez que te escribí fue hace diez años, y en mi corazón eres todavía la misma que hace veinte años... Yo soy tú, querida madre, y mientras viva también tú estarás viva. Y cuando yo muera tú vivirás en el libro que te he dedicado y cuyo destino es tan parecido al tuyo. Me parece ahora que mi amor por ti se está haciendo más grande y más responsable porque quedan muy pocos corazones en los que vivas todavía. Estos últimos diez años, mientras trabajaba (en Vida y destino), he pensado en ti sin interrupción; mi novela está dedicada a mi amor y devoción hacia la gente, y ése es el motivo por el que está dedicada a ti. Representas para mí lo humano por excelencia, y tu terrible destino es el destino de la humanidad en estos tiempos inhumanos.

He estado releyendo hoy, como lo he hecho durante todos estos años, las pocas cartas que conservo de los cientos que me escribiste, y también he leído tus cartas a papá, y he vuelto a llorar leyendo tus cartas. Lloraba cuando leía: "Zema, yo tampoco sé si viviré mucho tiempo. Todo el tiempo espero que alguna enfermedad me lleve. Temo estar enferma durante mucho tiempo. ¿Qué hará el pobre chico conmigo entonces? Sería demasiado trastorno para él."

Lloré cuando tú -tú, tan sola, cuyo único sueño en la vida habría sido vivir bajo un mismo techo conmigo- le escribiste a papá: "Me parece razonable que te vayas a vivir con Vasia si consigue un piso. Te lo digo de nuevo, porque ahora estoy bien, y no tienes que preocuparte por mi vida espiritual: sé cómo proteger mi mundo interno de las cosas que me rodean." He llorado sobre tus cartas, porque tú estás en ellas: con tu amabilidad, tu pureza, tu vida tan amarga, tu equidad, tu generosidad, tu amor por mí, tu preocupación por la gente, tu mente maravillosa. No temo a nada, porque tu amor está conmigo y porque mi amor está contigo siempre.»

(Un escritor en Guerra. Antony Beevor y Luba Vinogradova, 2006: págs. 321-323).

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