Poemas de Luis Lorente
Robert Doisneau.
Tinguely, portrait de l'artiste devant la Tour Eiffel
1959 Paris
Luis Lorente hoy les compartimos estos hermosos textos.
HIPOTESIS
¿De qué año hoy es once de abril?
¿Cómo se llama Julia la que escucha
el rumor de las begonias?
¿Cómo se llama Julia cuando duerme?
¿Quién sigiloso toca fuerte, con ansias
en la puerta, urgente, tembloroso
reclamando el placer de la tristeza?
¿Quién no sabe que tú pudieras ser yo mismo,
disfrazado de ti y con tus manos en el laúd,
inesperadas, haciéndome pasar
por Mefistófeles, el que interpreta otro papel
anónimo cualquiera, palabras manuscritas
sin mucha cohesión?
¿Si hacíamos el amor y no la guerra,
cómo íbamos a ser libres o mártires,
cómo se tomaría el cielo por asalto
entonando los himnos, las consignas dogmáticas
y los pronunciamientos sobre la victoria y la fe?
¿De qué estabas hablando, a dónde fuiste,
qué ignoro si camino una circunferencia,
un remolino surgido en la campiña
por los alrededores de la tierra allá en Pinar del Río?
¿Qué quisimos decir cuando callamos,
mirándote nadar otros kilómetros
para hacer tu familia con delfines?
¿Todos somos distintos de la misma manera
en que somos iguales, aire de agua,
viento de cuaresma, nordeste preferido de las recordaciones?
¿De qué tarde sería esta tarde una hipótesis?
¿Ese muerto en la fiesta con la ropa tan limpia,
con tanto aburrimiento y afeitado, coherente,
como un hombre cabal, ese muerto es el mío,
imperfecto, el que incumple las leyes,
las costumbres, el decreto infalible?
¿Hago la voluntad del padre y no la mía?
¿Quién me busca y persigue y se impone
en voz alta y dirá que este nombre es ilógico,
anacrónico, no es verídico, es impropio, anticuado,
es un nombre de asmático? ¿Por qué no se pronuncia
en Crimen y Castigo ni en Una temporada en el infierno,
ni aparece en la lista de los condecorados?
¿Qué se dice en la calle, en la casa de otros,
entre los izquierdistas, qué se piensa de Julia?
¿Cuando no escampa lloras, te repliegas, te tapas
con las piedras preciosas, con gusanos de seda,
hojas de roble, con el fondo marino, con la espada
rebelde que te aplaca la ira?
¿O te cubres contigo solamente y te basta?
¿Es posible la vida entre tardes tediosas,
das un giro, otros pasos y flotas donde te has dado
cuenta de que careces de frío y de importancia?
¿Es servil mi silencio y por eso describo avergonzado,
a grandes trazos paisajes primitivos,
las horas tormentosas, permanentes?
¿A quién vieron los ojos ocultarse detrás de la mampara,
sería un alma cuidadosa y ubicua llevando un laúd cobijado en su brazo?
¿Era Julia quién iba?
¿Antiguos moradores viviendo en la vicisitud de la intemperie?
¿Era Julia que no había sido nunca encontrada, ni por azar,
ni pura coincidencia, ni porque la evocáramos?
¿No fue siempre un designio, un mandamiento, un deseo
impostergable y obsesivo que la conversación versara sobre Cuba?
¿Está echada la suerte, reina calma, todo tranquilo
con premeditaciones, expectantes en casa para ver
si algo ocurre que no sea la llegada crucial del gatopardo?
¿Vuelven las noches, las mañanas, los bellos años de la lucha
armada, desfilan militares, mujeres, adivinos, hombres como
nosotros, un ciego enamorado?
¿Acaso no fui yo quien te lo dijo?
¿O estaba habitualmente confundido y oyéndote decir
que evitarías la desaparición de tus dos caras?
¿Coinciden las dos caras?
¿Existe una supremacía, divergencias, pugnas, decepciones,
opiniones políticas contrarias?
¿Te has puesto un antifaz para esperarme?
¿Todo fue reducido y escaso, no hubo que lamentar
limitaciones, impedimentos, que se obstaculizaran los caminos?
¿Ni tú, ni yo, ni Julia? ¿Nadie?
¿Cuál fue la fecha exacta de su ausencia, la transfiguración,
lo que ocurrió, el milagro?
¿Alguna vez la dimos por perdida y guardamos sus trajes
de aristócratas y sus libros escritos en La Habana?
¿La despedida la consumó por fin en una epístola donde
se declaraba muerta hacía muchos años, muerta y culpable?
¿El dueño del laúd era un espectro que recibía dictados
de otro artífice, y establecían diálogos tocando sus laudes
y nosotros también nos convidábamos?
¿Cuántos éramos todos?, ¿cuántas personas vivas componían la tarde?
¿La señora como una quimera que había permanecido en una silla
incomodísima, acaso no era ella, no se llamaba Julia esa señora?
BAILEMOS
Bailemos esa música barroca
que el tiempo manuscribe veloz
en la pared, bailemos como dos
pelícanos agónicos, caricaturizados
huyendo de la tarde definitivamente.
Bailemos en voz baja, bailemos
otra vez un vals irreductible.
Que las manos carentes
de opulencia resbalen por los feudos
invictos de la espalda.
Bailemos esa música de circo,>
de andar por los trapecios, entre
fieras, bailemos sin decir una palabra,
dentro de un claroscuro donde brillan
insectos que aprenden a volar.
Bailemos un danzón melodramático,
entréguele la oreja a la lengua voraz
de Frank Sinatra, música incidental
para protagonistas de escenas de suspense.
Bailemos a capella, un aire huracanado,
canción de desamor, aunque no estemos
convencidos que estuvimos bailando en la taberna,
encima de una ola, debajo de un cerezo.
Bailemos un discurso sedicioso, el aria
de una ópera, un concierto de oboe,
ese violín sonando dentro de la excesiva carne
de su pecho, emoción, soledad, esquizofrenia
que se baila como una contradanza en el Liceo.
Bailemos monte adentro, profundo, inalcanzable,
en el palenque, acosados, en la aglomeración,
en la maraña, el manoseo, en el tapiz
de espacios transparentes.
Bailemos hoy afuera del tapiz, mañana
en los salones de su campo abierto.
Dioses que se erotizan al saber que el mar les queda cerca.
Bailemos descorazonamientos, ruinas de la tarde
geométrica, veleros que se acercan a interrumpir
la cópula con osadía en la saleta a la vista
de todos los ausentes.
Bailemos la ambición de los crepúsculos,
sus grandes actuaciones, la música irreal,
colgados de los puentes a punto de caer
como frutas maduras en la alfombra,
con una ventolera, flores secas, espadas antagónicas.
Bailemos como hacen las ballenas
dejándose llevar según sus corazones
intranquilos, pero siempre fastuosos,
las ballenas que cuidan de su alma
como la nuestra impía.
Bailemos poseídos, divinos pies de Aquiles,
un nido de serpientes enroscadas; fatuos,
indecorosos, sin comedirnos tanto, sin mutuas
atracciones, divergentes.
Bailemos como desesperados oriundos
de la noche, dando pasos a ciegas,
a la orilla del mar fucsia, escarlata,
vísperas de una tromba marina,
sin importarnos en absoluto nada.
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