Les Bavardes
Por Gonzalo Naranjo
Para Francesco M. Cataluccio, el s. XX marcó el culto radical a la infancia: se indujo a los adultos a conservar la juventud, a “pensar como jóvenes” y se impuso al niño como paradigma del ser ideal. Comparto algunos párrafos de 'Inmadurez. La enfermedad de nuestro tiempo'
Es a partir del siglo XVIII cuando se manifiesta ese fenómeno que el historiador francés Philippe Ariès ha descrito como «el descubrimiento del niño»: un niño que no es un adulto pequeño, sino algo diferente de un adulto. Esta actitud llevará, en el Romanticismo, a un gran movimiento de fervor juvenil, admirablemente representado por Goethe en 'Los sufrimientos del joven Werther' (1774), que surge del hundimiento del viejo mundo y anuncia las aspiraciones del nuevo.
Unas aspiraciones que serán políticamente derrotadas todas ellas pero que perviven en el papel, incluyendo el de las partituras musicales, como energía, ímpetu, juventud, naturalidad. En Europa nacen movimientos políticos y culturales que se denominan «Joven Alemania», «Joven Italia», «Joven Polonia». [...] El Romanticismo, bajo la influencia del pensamiento de Jean Jacques Rousseau y de su concepción del buen salvaje, radicalizó el «descubrimiento del niño», llegando incluso a la convicción de que es un hombre auténtico, mientras que el hacerse adulto, puesto que supone la pérdida de la infancia, sería una degeneración de la condición de hombre. Exactamente como la moderna civilización del progreso representa la destrucción del hombre «auténtico».
El niño representa el estado originario de la existencia y de la esperanza de su retorno (o el dolor por la imposibilidad de su recuperación). Nos hallamos ante un mito «nuevo». El niño surge como elemento de contraste con la escasez y finitud del tiempo presente, capaz de poner al desnudo, en el haz de luz de su fuerza utópica, el punto en el cual se cruzan el yo y el mundo. Los poetas románticos no intentan ocultar en absoluto este carácter sustancialmente mítico de la imagen del niño.
Antes bien la subrayan con gran fuerza, y en el consciente uso de una «sintaxis» figurativa propia del discurso mítico demuestran hasta qué punto esta búsqueda tocaba el nervio de la época. La verdadera infancia es considerada románticamente como un estado ontológico que se extiende más allá de sus límites puramente biológicos. Ésta se convierte en un modo de vivir el arte y la vida, un modo más en sintonía con la verdad superior en tanto más que inmediatamente guiada por el amor, en tanto que espontáneamente cercana a las directas expresiones del amor divino". [...] En la edad moderna, con la mejora de las condiciones económicas e higiénico-sanitarias de sectores cada vez más amplios de la población europea, la salud y la juventud se convierten en un binomio de gran solidez.
La salud y la exuberancia física empiezan a ser ensalzadas como valores morales. Pero es arriesgado considerar, por ejemplo, al Sigfrido de Wagner como el primer adolescente moderno, como hace Gianni Borgna cuando dice: «La música de Sigfrido es la primera expresión de esa mezcla de pureza, fuerza física, naturalismo, espontaneidad y alegría de vivir que hará del adolescente el héroe de nuestro siglo XX, que es precisamente el siglo de la adolescencia». Los niños se han convertido ahora en una idea (un mito).
En el año 1900 la feminista sueca Ellen Key publicó un libro que se convirtió en poco tiempo en un éxito mundial; en él proclamaba que el siglo que estaba a punto de empezar iba a ser «el siglo del niño». Ellen Key estaba convencida de que el futuro está determinado por la manera en que se educa a los niños y achacaba al fracaso pedagógico las que para ella eran las tres cicatrices del mundo moderno: el capitalismo, la guerra y el cristianismo.
La receta educativa que proponía era que, para educar acertadamente a un niño, era preciso que el adulto se transformase él mismo en un niño. Y aquí se vislumbra ya cómo este equívoco niños-bien/adultos-mal se había adueñado también del movimiento denominado progresista.
El infantilismo ha convertido en un tragicómico juego de niños el socialismo, incluso haciendo de él, en el caso del «socialismo real», un monstruoso aparato de reinfantilización de los adultos, nutrido por una empalagosa retórica de exaltación de la juventud.
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