De codos en el puente, José Jacinto Milanés y Fuentes


 De codos en el puente


Le poéte en des jouds impies 
vient preparer des jours meilleures, 
il est l'homme des utopies: 
les pieds ici, les yeux ailleurs. 
V. Hugo, Les rayons et les ombres.

San Juan murmurante, que corres ligero 
llevando tus ondas en grato vaivén, 
tus ondas de plata que bate y sacude 
moviendo sus remos con gran rapidez, 
(monstruoso cetáceo que nada a flor de agua) 
la lancha atestada de pipas de miel: 
San Juan, ¡cuántas veces parado en tu puente 
al rayo de luna que empieza a nacer, 
y al soplo amoroso de brisas fugaces 
frescura he pedido, que halague mi sien!

Entonces un aura, la más apacible 
que en ondas marinas se sabe mecer, 
que empapa sus alas en ámbar suave, 
y a aquel que la implora le besa fiel, 
haciendo en las olas que mansas voltean, 
un pliegue de espuma, deshecho después, 
llegaba a mis voces, cercábame en torno, 
bañando mi frente de calma y placer: 
y yo silencioso y a par sonriendo, 
a Dios daba gracias del hálito aquél, 
del beso del aura que casi es tan dulce 
como es el de amores que da una mujer.

Mas siempre que pongo, San Juan murmurante, 
el codo en el puente, la mano en la sien, 
y siempre que miro los rayos de luna 
que van con tus ondas jugando tal vez, 
cavilo que fuiste, cavilo lo que eres: 
y allá en las edades que están por nacer, 
medito si acaso serás este río 
que surca la industria con tanto batel, 
o acaso un arroyo sin nombre, sin linfa, 
que al pie de un peñasco, sin ser menester, 
estéril filtrando, te juzgue el que pase 
vil hijo de un monte sin nombre también. 
que al paso que llevan los varios sucesos 
que nunca atrás vuelven el rápido pie, 
no extrañan los ojos ver llanos mañana 
los cerros cargados de quintas ayer.

Asáltame a veces algún pensamiento 
que el seno me oprime, y el débil poder 
del ánimo triste, ni basta a templarle, 
ni estorba tampoco que hiera cruel. 
Amante ardoroso del arte divino 
que esparce los rayos del claro saber, 
sectario constante de todas ideas 
que al lento progreso le suelten el pie, 
desnudo de fuerza, privado de apoyo, 
engasto en la rima, que sabe correr, 
los gritos, los ecos de hermosa cultura 
que atajen los males y tiendan al bien.

Mas ¡ay! ¡manso río! que van mis canciones 
como esas tus ondas, que en dulce lamer 
las unas tras otras tus márgenes corren, 
y allá en la bahía se pierden después. 
Y no me conceden los mudos destinos 
la gloria profunda y el hondo placer 
de verte ¡oh, Matanzas! ciudad adorada 
que en dobles corrientes el rostro te ves, 
colmada de fuerzas, colmada de industria, 
feliz acogiendo, sin agrio desdén, 
las artes hermosas que vagas mendigan, 
y al vicio dedican su triste niñez.

Con todo, yo espero (porque es la esperanza 
la amiga que el vate no puede perder) 
que vean mis ojos un alba siquiera, 
si un sol de cultura mis ojos no ven. 
Si no, ¿de qué sirven, San Juan apacible, 
tus aguas que brillan en manso correr, 
tus botes pintados de rojo y de negro, 
que atracan airosos a tanto almacén, 
y el canto compuesto de duros sonidos 
de esclavos lancheros que bogan en pie, 
y alzando y bajando las palas enormes 
dividen y azotan tus ondas de muerte?


José Jacinto Milanés y Fuentes

(Matanzas, Cuba 1814 - 1863) Poeta cubano. Inició su actividad literaria gracias a su amistad con Domingo del Monte. Sus primeros poemas (El aguinaldo habanero, 1837) son de un tierno romanticismo e imitan el tono sentimental de Lope de Vega, pero en su poesía publicada después de 1837 se advierte la influencia de Espronceda. En 1838 escribió El conde Alarcos, que tuvo una gran repercusión en el movimiento romántico cubano, al mismo tiempo que empezó a escribir para diversos periódicos y revistas de La Habana y Matanzas. También cultivó el teatro en sus diversos géneros; así, el drama en Un poeta en la corte, y la comedia en Por el puente o por el río. En 1848 sufrió un revés amoroso que le sumió en un estado de desequilibrio mental y, para remediarlo, emprendió un viaje por EE UU, Londres y París, del que volvió a Cuba en noviembre de 1849, ya recuperado. Pero en 1852 recayó sin que nunca más llegara a reponerse.



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