En mi época los listos iban a ciencias, y los demás, a letras.

 


En mi época los listos iban a ciencias, y los demás, a letras.


...Lo que yo recuerdo es que la filosofía dejó de gustarme en cuanto la tuve como asignatura. Una colección de autores encadenada sin sentido, con fragmentos de textos cosidos con alambre de espino, sin más sentido que ofrecer al alumno la certeza de que todo aquello eran ideas contradictorias que no servían para explicar nada. La única utilidad de la Filosofía era saberse bien los cuatro tópicos de cada autor para soltarlos en la Selectividad y subir así un poco la nota que luego en matemáticas bajaría.
La asignatura de Filosofía fue mi primera experiencia seria de encontronazo con el escepticismo y el cinismo del mundo adulto. Para un adolescente que, por su edad, tiende a ponerlo todo en cuestión, el hecho de tropezarse con una asignatura que solo tenía por objeto mostrar que la historia del pensamiento era una farsa, no fue de gran ayuda para profundizar en el sentido de la vida.

A los de letras les han privado del método y del contenido, y les han dejado en un vacío sistemático. Y no sólo los políticos

El problema era más agudo porque eso que se decía sobre que «los tontos, a letras» era bastante cierto. Salvo honrosísimas excepciones, lo cierto es que el nivel de los grupos «de letras» era muy inferior a «los de ciencias». Y esto, que ya era así hace veinte años, hoy, por desgracia, es aún más cierto. Es un hecho triste, pero incontestable, que los alumnos de ciencias son mejores que los de letras, incluso en materias de letras.
En mi experiencia como profesor de filosofía me topo siempre con un problema muy elemental: los alumnos tienen una gran dificultad para seguir un razonamiento lógico. «Si entendemos que esto significa…, y que esto otro significa…, entonces estaréis de acuerdo en que…», y ya se me ha desconectado más de la mitad de la clase. La capacidad de relación, lógica, argumentación y deducción, la tienen mucho más desarrollada los de ciencias que los de letras. Los de ciencias tienen cálculo, trigonometría, taxonomía de especies, leyes físicas y, en definitiva, un método. Los de letras ya no tienen ni lógica, ni latín, ni gramática, ni música, ni leen clásicos, ni estudian un solo libro entero de filosofía.
A los de letras les han privado del método y del contenido, y les han dejado en un vacío sistemático. Y no han sido solo los políticos. Es verdad que cada ley de educación empeora a la anterior, pero esto que hoy vemos es una revolución callada de abajo a arriba. Es la revolución de los expertos contra la tradición y el sentido común, de los pedagogos que han convertido el método en objeto. Y es también el escepticismo de los profesores, de los responsables de cada centro y de cada Facultad que, sin haber sido obligados por nadie, renuncian de año en año a que se expliquen los fundamentos de cada asignatura, eliminan gratuitamente las asignaturas teóricas, y se rinden incondicionalmente a los saberes aplicados y a la utilidad del mercado. Nos orientan «profesionalmente», y nos convierten en tontos útiles. Llevamos demasiado tiempo predicando un utilitarismo descarnado.
Hace ya mucho que la ciencia se convirtió en técnica, y la filosofía en historia del pensamiento, pero quizás estemos tocando fondo. Algo me hace pensar, habida cuenta de las reacciones a favor de la filosofía, y de las publicaciones sobre la importancia de la lectura y las humanidades que están apareciendo últimamente, que empieza a haber una madurez para una recuperación verdadera del pensamiento. Espero que pronto podamos decir: «los listos, a letras» (y los pedagogos, a ciencias).


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