SÍMBOLO DE LA FE

 


INTRODUCCIÓN DEL SÍMBOLO DE LA FE

De El Central

 

 

SÉ que más allá de la muerte

está la muerte.

            Sé que más acá de la vida

está la estafa.

            Sé que no existe el consuelo

que no existe

la anhelada tierra de mis sueños

ni la desgarrada visión de nuestros héroes.

                        Pero

te seguimos buscando, patria,

en las traiciones del recién llegado

y en las mentiras del primer cronista.

            Sé que no existe el refugio del abrazo

y que Dios es un estruendo de hojalata.

                        Pero

te seguimos buscando, patria,

en las amenazas del nuevo impostor

y en las palmas que revientan buldoceadas.

            Sé que no existe la visión

del que siempre perece entre las llamas

que no existe la tierra presentida

                        Pero

te seguimos buscando, tierra,

en el roer incesante de las aguas,

en el reventar de mangos y mameyes,

en el tecleteo de las estaciones

y en la confusión de todos los gritos.

            Sé que no existe la zona del descanso

que faltan alimentos para el sueño,

que no hay puertas en medio del espanto.

                        Pero

te seguimos buscando, puerta,

en las costas usurpadas de metralla,

en la caligrafía de los delincuentes,

y en el insustancial delirio de una conga.

            Sé

que hay un torrente de ofensas aún guardadas

y arsenales de armas estratégicas,

que hay palabras malditas, que hay prisiones

y que en ningún sitio está el árbol que no existe.

                        Pero

te seguimos buscando, árbol,

en las madrugadas de cola para el pan

y en las noches de cola para el sueño.

            Te seguimos buscando, sueño,

en las contradicciones de la historia

en los silbidos de las perseguidoras

y en las paredes atestadas de blasfemias.

que no hallaremos tiempo

que no hay tiempo ya para gritar,

que nos falla la memoria,

que olvidamos el poema, que, aturdidos,

acudimos a la última llamada

(el agua, la cola del cigarro).

                        Pero

te seguimos buscando, tiempo,

en nuestro obligatorio concurrir a mítines,

funerales y triunfos oficiales,

y en las interminables jornadas en el campo.

            Te seguimos buscando, palabra,

por sobre la charla de las cacatúas

y el que vendió su voz por un paseo,

por sobre el cobarde que reconoce el llanto

pero tiene familias… y horas de recreo.

            Te seguimos trabajando, poema,

por sobre la histeria de las multitudes

y tras la consigna de los altavoces,

más allá del ficticio esplendor y las promesas.

            Que es ridículo invocar la dicha

que no existe «la tierra tan deseada»

que no hallarán calma nuestras furias.

                        Todo eso lo sé.

            Pero te seguimos buscando, dicha,

en la memoria de un gran latigazo

y tras el escozor de la última patada.

            Te seguimos buscando, tierra,

en el fatigado ademán de nuestros padres

y en el obligatorio trotar de nuestras piernas.

            Te seguimos buscando, calma,

en el infinito gravitar de nuestras furias

en el sitio donde confluyen nuestros huesos

en los mosquitos que comparten nuestros cuerpos

en el acoso por sueños y aceras

en el aullido del mar

en el sabor que perdieron los helados

en el olor del galán de noche

en las ideas convertidas en interjecciones ahogadas

en las noches de abstinencia

en la lujuria elemental

en el hambre de ayer que hoy hambrientos condenamos

en la pasada humillación que hoy humillados denunciamos.

En la censura de ayer que hoy amordazados señalamos

en el día que estalla

en los épicos suicidios

en el timo colectivo

en el chantaje internacional

en el pueril aplauso de las multitudes

en el reventar de cuerpos contar el muro

en las mañanas ametralladas

en la perenne infamia

en el impublicable ademán de los adolescentes

en nuestra voracidad impostergable

en el insolente estruendo de la primavera

en la ausencia de Dios

en la soledad perpetua

y en el desesperado rodar hacia la muerte

                        te seguimos buscando

te seguimos

te seguimos.

Central «Manuel Sanguily».

Consolación del Norte. Pinar del Río.

Mayo de 1970.

 

 

 

 

 

DE NOCHE LOS NEGROS

 

OH, sí, ya sé que todo esto son inútiles artificios para retardar el degollamiento.

            Oh, sí, ya sé que el gran estallido será inevitable (mediocre, oscuro) y que de nada me servirán armonías, análisis ni blasfemias.

            Pero cuando están clausuradas todas las posibilidades, cuando ya se han agotado urinarios y calzadas: ah, poema; ah, poema; ah, horrible.

            Cuando las furias. Cuando el deseo se deshace en inútiles interrogaciones, cuando el cansancio suple al deseo, cuando la derrota aniquila al deseo, cuando la madrugada neutraliza al deseo: ah, poema; ah, horrible.

            Es aquí donde convergen los grandes andamios y las paralelas y metálicas furias por las cuales se desliza nuestra sangre, nuestra única sangre, nuestra sangre de siempre, la más dulce.

            Es aquí donde el humo esparce muleconas en la tarde animosa. Son nuestros huesos que fluyen en los abismos de la perenne furia. Son nuestras vidas que se derriten en las infatigables fornallas de la isla.

            Ah, poema; ah, poema.

            He aquí como para sobrevivir (para sobrevivir siempre, poema) te has convertido en la recompensa de las tarde estériles y en las justificaciones del aborrecido.

            Llegamos, y aquí están las altas torres, y las infatigables calderas, saludándonos.

            Llegamos, y aquí está el implacable código desplegándose, y el verde, el verde; las aristas del verde, engulléndonos.

            Llegamos, y un fraile mientras se masturba con el arpón de una cruz, nos convierte automáticamente al cristianismo gracias a una bula pontificial.

            Llegamos, y un pirata, mientras saquea nuestro sudor nos enseña, de paso, con un puntapié, el significado de la palabra patria.

            Virgen, y a todas estas el flamboyán, reventando sus rojas corolas al final de la tarde.

            Virgen, y a todas estas el antiguo deseo, las antiguas proporciones de la dicha, el antiguo sentimiento. Y el padecer y añorar como si aún fuéramos humanos.

            Virgen, y a todas estas la insolente llamada, los pistones girando; la gran rueda, y nuestros brazos que enarbolan mochas, que se alzan, que hacen sucumbir la plantación a los pies del jefe de brigada.

            Guarda tus notas, hijo mío; guarda tus notas, pues nada será más provechoso para tu imaginación que este golpe de guámpara incesante, que este roer de la claridad incesante.

            Guarda las palabras escogidas, hijo; guarda las palabras rebuscadas, querido; pues ninguna palabra, por muy noble que sea, le dará más vigencia a tu poema que el grito: ¡de pie, cabrones!, rayando siempre el alba.

            Guarda esas libretas, queridísimo; guarda ese minucioso acaparamiento de citas y frases decisivas. La poesía, al igual que el porvenir, se gesta en el vertiginoso giro de un pistón de 4 tiempos; en el mareante desfile de las carretas cañeras y en la árida voz del que te ordena más rápido, más rápido. Oh, la poesía está aquí, en la parada al mediodía para el trago de agua sucia. Oh, la poesía está aquí, en el torbellino de moscas que ascienden a tu rostro cuando levantas la tapa del excusado.

            Con la creación del bocabajo (ta bueno ya, niño; ta bueno ya, mi amo; ta bueno ya, señó) es indiscutible que se inaugura toda una escuela literaria.

            Donde florece el espanto, donde florece el espanto, allí está tu victoria; donde florece el espanto (¿dónde no?) allí está el inmenso arsenal donde todos, sin distinción de colores ni filosofías, podrán ir a beber.

Donde florece

Donde florece

Donde florece el espanto

            Poeta,

allí estás:

            La augusta maricona, con su insoluble y metafísica angustia (quién me entollará hoy, quién me entollará mañana) vagó inútilmente hasta el alba; regresó. Y se hizo inmortal.

            El soldado (a quién mataré hoy, a quién mataré mañana), padeció de pronto la obsesión de las revelaciones. En un acto público, en medio del espectáculo, disparó contra una de las venerables cabezas. Disparó, no acertó, mas se hizo inmortal.

                        Viajeros, oh viajeros,

aunque ustedes lo ignoren (como lo ignoro yo),

aunque ustedes solo vean los destellos de un

nuevo terror (como lo veo yo),

aquí se está gestando el porvenir; sí,

aquí, todos unidos, mansamente unidos,

apretamos un poco más la tuerca

y escalamos un peldaño de la

«Historia».

                        Tú también lo aprietas,

viajero.

Tú también.

            Mas, ¿es que alguna vez ha dejado de hacer la historia a golpe de rebencazos, zurriagazos, latigazos, estacazos (y continúe usted aportando variedades de janazos)? Esto no es secreto ni para un monje cartujo. Ah, hasta los más empedernidos humanistas, instalados en su segura cobardía, justifican ya cualquier violencia.

Ya ves como ni los conventos se declaran en recle.

Ya ves como quieras o no optas siempre por la balsfemia.

Ya ves como quieras o no sonríes cuando te estampan el

            gallardete,

Héroe.

            El día estalla en innumerables días que se prolongan hasta el último día. Con él los negros, a golpe de garrocha, salen del barracón. El mayoral vigila, la contramayoral ordena; la caña aguarda. El negro acata. Y el día estalla en innumerables días, en un largo día, que se prolonga hasta tu muerte.

            A veces un negro

se lanza de cabeza a un tacho,

hasta sus huesos se convierten

en azúcar.

Aumenta la cuota, nada sensacional ocurre,

¿acaso no se lo iba a comer de todos modos

el azúcar, el ta ta ta, el ta ta ta, incesante?

            A veces un negro

abre las fornallas

y se lanza de cabeza a la caldera.

            Esto no causa ninguna interrupción,

después de todo, el negro puede pasar como carbón de piedra. Y son escasos los objetos que echados a una caldera no ardan.

            Además, ¿de todos modos?, ¿no iba la caldera a consumir su vida? ¿El guirindán, el guirindán, incesante.

            Al alba, con el toque del Avemaría se inicia la jornada.

            «Y aquellas cabezas rapadas

surgiendo como soles negros

en el horizonte occidental, ¿no eran

realmente un gran espectáculo?»

Ah,

al amanecer,

mientras se reparten los guantes y las mochas y los tractores levantan montañas de tierra que baten contra las paredes del campamento, mientras se planifican las peripecias del espanto, ¿habrá tiempo para masturbarse?, ¿habrá tiempo para darle coherencia a alguna imagen excitante?, ¿habrá tiempo para la rápida inspiración, para la eficaz erección, para la violenta y compulsiva eyaculación?

            El adolescente medita (pero, ¿hubo tiempo para meditar?). El adolescente hunde sus manos en los calzoncillos verdes (el color de la época). Hay que darse prisa, hay que darse prisa. Pero, he aquí que ya llegan los otros; alguien se orina; alguien grita que se caga; todos quieren apoderarse de las letrinas.

No hay tiempo

no hay tiempo

            La patria os llama, hijos amantísimos.

Se invocan los héroes,

se citan los muertos.

            Toda la sangre derramada sobre la tierra en cualquier momento de su cansona biografía se te recuerda para que tú des la tuya, oh hijo amantísimo,

oh hijo queridísimo, hijo mío.

Sonrisas.

            De noche los negros. Su larga sonrisa es una sábana castañeteante.

            De noche los negros. Sus manos torturadas son garras invisibles, aún insospechadas.

            De noche los negros. ¿Hay tiempo para pensar? ¿Hay tiempo para emitir un quejido? ¿Hay tiempo para darle coherencia al furor?

            De noche los negros. No me preguntes. No me atosigues con patrióticas y elevadas interrogaciones. No me acoses. Yo solo deseo una esquina no vigilada por el guardiero, un plantón invisible. Yo solamente quisiera tirarme allí, donde los cagajones resecos, y no me preguntes más.

            De noche los negros. ¿Conoces tú el significado de la palabra calimbar? Acaso tu abuelo conjugó ese verbo, uno de los grandes aportes de la lengua castellana.

            De noche los negros. ¿Relatan historias de capiangos, de meri-meri? ¿O adoran secretamente el font-font del contramayoral?

            De noche los negros. ¿Se distinguen en el manguial, entre las sombras? ¿No pueden salir corriendo?

            De noche los negros. Son fantasmas disciplinados ya por el terror.

            De noche los negros. Son el remoto gemido de un tamtam petrificado por las experiencias del hiere-pies, por las jaurías y las indigestiones de la mabinga.

            De noche los negros. Dejan de ser negros. Son tristes, no pensativos. Están fatigados. Desean

descansar.

Ah, ¿pero conoce usted el significado

de la palabra

reenganche?

Ah, ¿pero no ha actualizado usted su vocabulario?

            ¿No sabe usted, por ejemplo, lo que quiere decir «planchar un campo de caña»?

            ¿No sabe usted, por ejemplo, lo que significa «calorizar el encuentro fraternal»?

            ¿No sabe usted, por ejemplo, señor arribado de tierras distantes, simpático mariconzuelo acompañado de su esposa bilingüe y humanista, no conoce usted el verbo reenganchar, el verbo calimbar, el verbo recaptar, o el efecto de hacer conciencia? Francamente debe usted pasar una escuela, un cursillo de esos, rápidos y eficaces, donde la calidad revolucionaria se demuestra, ante todo, pelándose al rape.

            En el cuartel, las rosas.

            Las grandes rosas de papel. Miles de manos femeninas y voluntarias han trabajado esos ásperos cartones. Para no robarle tiempo a la producción, cada recluta pondrá solamente la dirección de su madre. La rosa lleva un letrero: aquí en mi puesto, felicidades. Miles de manos amorosas recibirán la tarjeta.

            Miles de manos amorosas, ¿olerán la rosa?

            Virgen purísima, y a todas estas el gran flamboyán con sus regias corolas inundando la tarde.

            Y a todas esta tú, cándida, inexistente y gentil, bendiciendo el vacío.

Virgen

ah Virgen.

Ah, virgo de la Virgen.

Ah.

            Virgen: hay miles de jóvenes metidos en los lugares más insólitos de la Isla. Ellos se levantan antes que el día y cortan, cortan. A las 12, si no hubo asamblea o chequeo de emulación, una carreta lleva las cántaras llenas de agua sucia y (felizmente) tibia. Se hace fila, se almuerza, y a la una se toma de nuevo la vereda del campo. Las cañas saltan en el aire; las cañas son cortadas en tres trozos en el aire. Cada machetero va dejando un reguero de cañas ya cortadas, un reguero de furias ya cortadas; va dejando, va dejando un reguero de juventud ya cortada. Al oscurecer, luego del metódico repile para que la alzadora pueda depositar las cañas en el camión (exigen normas técnicas), se regresa al barracón, de noche. Hay miles y miles de jóvenes, Virgen, a los cuales tú podrías consolar a la hora del regreso subiéndote un poquito más la saya, dejando entrever algo que esté más allá del tobillo y más abajo de la sagrada diadema, mandando a la porra aureolas y esferas y volviéndote, finalmente, algo útil, algo palpable, algo perfectamente penetrable.

            Virgen, Virgen, aun cuando no estés a la moda, aun cuando vengas enredada en colores, trapos y grasas, ellos quieren un hueco. Virgen; ellos quieren un hueco, no un hueco virgen. Y yo no puedo complacerlos a todos. Virgen.

            ¡Son miles y miles, son miles y miles! ¡Virgen!

                                                                                              Verde y polvorienta

la gran plantación

se echa a los pies

del gran dirigente,

de recorrido en su Alfa Romeo por los centrales de avanzada.

            Manos de recluta (7 pesos al mes por 3 años) limpian el parabrisas de este magnífico automóvil de factura occidental.

            Manos de recluta hacen sucumbir los agresivos tallos a los pies del distinguido personaje.

            Manos de recluta manejan las máquinas que conducen los tallos al central.

            Manos de recluta conducen el vehículo (llegó la hora de la despedida) en el que se aleja el alto personaje.

            Manos de recluta (al oscurecer) descienden la bandera.

            Voces de recluta gritan: «Campamento atenjó».

            Voces jóvenes y aún fuertes –voces.

            Voces increíbles y roncas, potentes –voces.

            Manos jóvenes de recluta se tapan la frente.

            Saludan.

            ¿Quién aún tiene la suficiente furia, la insolente inocencia para decidirse a trepar las montañas (otra vez, otra vez) que se alzan firmes y legendarias al final de la exquisita llanura, como montañas?

            Al Avemaría la dotación apareció en la plaza. (Amanecía.)

            El contramayoral traía a los testigos con mazas y cadenas, y los macuencos se movían con lentitud. Cada cimarrón fue reconvenido a razón de 500 zurriagazos. Luego se les ordenó a todos iniciar el trabajo. A la oración los trajeron de nuevo. (Oscurecía.) Entonces el amo les dio permiso para bailar tambor.

            De noche los reclutas inician las premoniciones de un día de descanso. Remiendan trapos, aniquilan incipientes barbas; enjabonan testículos y falos aún sin estrenar. Retozan. Más allá, el central, enjaezado de luminarias como una catedral medieval en tiempos de la cuaresma, chisporrotea contra la negrura.

            De noche los reclutas. Inventan resonancias con manos  y literas. Con cáscaras inventan juegos de barajas. Fabulosas mujeres inexistentes. Inventan recursos para no oxidar la memoria.

            Llegamos.

Y ya todo estaba previsto,

los grandes planes futuros,

los grandes terrores presentes, las altas tierras de la Isla

acorazada por su perenne espanto.

            Llegamos y no hay nadie esperándonos

ni siquiera para decirnos que regresemos.

No hay nada, sino la orden inacabable,

la resolución a largo plazo,

los carteles donde se nos muestra el futuro.

y la gran plantación de caña donde se nos aniquila

el presente.

            Llegamos

y aquí están ya los grandes artefactos mecánicos listos para ser conducidos.

            Llegamos

y aquí están ya las inevitables planillas (sexo, edad, nombre del padre, nombre de la madre, peso, actitud ante el trabajo, integración y conciencia revolucionaria, conducta, color de los ojos) listas para ser llenadas.

            Llegamos

cuando ya era demasiado tarde para dejar de aplaudir.

            Llegamos

cuando ya era imposible seleccionar nuestro infierno.

            De noche los reclutas. Se tiran almohadas, exhiben sus sexos; juegan a que no son hombres para poderse manosear recíprocamente.

            Luego, rendidos, se extienden sobre las literas

tan solo por un rato

y entregan sus sueños a las especulaciones de la Sección

Política.

            De noche los reclutas. No tienen color, no tienen deseos, no tienen pensamientos, ya.

            No tienen juventud, ya.

            No tienen relucientes ni agresivos instrumentos, ya.

            No tienen un cansancio inmenso.

            Desean dormir.

            Déjalos.

            Mira cómo flotamos. Mira cómo nuestros cuerpos se deslizan cual anguilas. Mira cómo en el fondo se unen nuestros dedos largos. Fuimos al cayo a través del manglar. Corrimos por entre troncos secos, mosquitos, pantanos, para que no nos cogiera la noche. Pisamos la tierra que se resentía y supuraba fango. Y vimos millones de cangrejos, aún pequeños, emergiendo, corriendo asustados (una muela en alto), integrándose a la costa pantanosa. Al anochecer ya estábamos de regreso; pero antes le otorgamos una mirada final al sol, clásica bola de fuego cayendo tras un palmar en acoso.

            De noche.

            De noche.

            Hay fiesta. Ha llegado mayo con los inevitables y efímeros oropeles de la primavera tropical (pronto el verano los devorará). Y como estamos al final de zafra, el amo ha decidido que hoy sea el día tabla. El barullo se inicia en un rezo, junto al barracón. La negrada está ya reunida a su alrededor. La fiesta comienza por cantos y batir de palmas. Pero al llegar el amo, el bongó comienza a retumbar y una pareja sale del corro. Una matungo hace de bastonero. La pareja empieza a perseguirse en síncopes, tratando de abrazarse con los cuerpos, pero las notas del bongó vienen siempre a estorbar el entronque. El ama sonríe por el colmillo. El amo ríe a carcajadas. Todo el afán de los danzantes está en enlazar alguna parte de su cuerpo menos los brazos, para esto disparan los muslos, se mueven las cinturas, se encañonan los bustos, arremolinan las nalgas. Pero las percusiones saltan entre ellos, haciéndoles retroceder y avanzar sin permitirles lograr su objetivo. Al comienzo, los movimientos son moderados y las percusiones lentas; pero ya los bailadores se han emborrachado de música y han perdido el control. Ahora comienza la verdadera danza. El tam-tam, furioso por el contacto con el fuego, empieza a retumbar, dominando al bongó. Los negros danzan en torno a la hoguera deteniéndose ante el guardiero que les moja las bembas. Los tambores emiten ya un aullido largo y cavernario. Todos, hombres, mujeres, mulecones, muleconas, se han incorporado a la frenética danza… El amo, el ama, el mayoral, la contramayorala y los niños, vinieron a ver comenzar la danza, pero se retiraron pronto.

            En qué aguas

se reúnen el que cuenta el terror

y el terror que se cuenta.

            En qué abismo furioso perece

la música y el danzante.

            Quién es el que interpreta.

Quién es el que padece.

            Cuál de los dos es el autor

del trágico mamotreto.

            La noche. Y abril estallando con sus infinitos oropeles.

            ¿Quién define el estruendo de la infatigable

derrota, del alambique infatigable?

            ¿El mismo estruendo?

            ¿El que oye el estruendo?

            ¿El que padece el estruendo?

            ¿El que grita y se abrasa?

            ¿El diluvio o su emocionado cantor?

            ¿Cuál de los dos gritos llegó a mi

oído?

            Virgen, Virgen.

Aquí estoy,

husmeando letrinas, mirando –a la hora del baño–

los divinos y esclavizados cuerpos del momento

y tratando de sacarme un alarido

algo más alto que el estruendo de las duchas

y los ahogados suspiros que emanan de los cansados

y desnudos cuerpos.

            De noche los negros.

            Hay siempre el restallar del látigo en la insólita atmósfera.

            Hay siempre la flotilla de vigilancia muy cerca de la costa.

            Hay siempre como el signo, la oscura señal de la maldición guareciéndose en nuestra sonrisa.

            De noche los reclutas.

            Hay siempre la sirena del central, infestando, infestando.

            Hay siempre el chillido metálico que te llama para que apagues un campo de caña.

            Hay siempre la invariable nube de mosquitos y el inconsciente gemido del adolescente.

            De noche los negros.

            Hay siempre la restallante blancura del percal en que se envuelve el cuerpo del amo a la llegada de la primavera.

            Hay siempre

los cantos lúbricos, los cantos litúrgicos, los cantos guerreros, el infatigable aullido de los perros, y ¿el consuelo?

            Hay siempre

más allá del imposible descanso; más allá aun de la fatiga y del acoso, alguien que te acosa y te fatiga, que te exige, que te recrimina y ofende, que te premia con un garrotazo y con la muerte.

            De noche los negros. ¿Son «almas que gimen»? ¿Son aguas que fluyen? ¿Son perros que ladran? ¿Son cosas que revientan?

De noche los negros, ¿son negros?

            De noche los reclutas. Solo hay una orden, la de no descansar. Solo hay un futuro, el de no descansar. Solo hay un pasado, el de no recordar.

            De noche los negros. ¿Hubo chequeo de emulación intercampamento?

            De noche los reclutas. ¿Dónde terminan las transfiguraciones del guardiero?

            De noche los negros. Hay un peso inalzable en el sitio donde debieron albergarse los recuerdos.

            De noche los reclutas. Hay una extraña bestia que lanza coces, lenguazos de fuego, apabullantes sentencias, donde debimos pasearnos esta tarde.

            De noche los negros. Son negros, son reclutas, son bestias que giran violentas y torpes; fatigadas y torpes; hambrientas y torpes; esclavizadas y torpes.

            De noche, ¿son negros? De noche, ¿son reclutas?

            Son sombras que estiran su furia sobre un hierro con patas, la cama; son sombras que extienden su hambre sobre una tabla con patas, la mesa; son sombras que ahogan sus sueños en un tanque con patas, sus cuerpos.

            De noche, de noche.

            de noche los negros

            de noche, ¿se distingue el color de su piel? ¿se distingue el color de su angustia?

¿se distingue el color?

            De noche, de noche

            de noche los reclutas,

¿saben ellos la dimensión de la estafa que padecen?

            He aquí que la llegado el momento en que dos épocas confluyen.

            He aquí, otra vez, la vil estación de los ritos y de los sacrificios

en honor a los muertos ilustres

            He aquí otra vez las grandes consignas,

el reventar de la historia.

Y todos fervientes inauguramos las fiestas de las Lupercales.

            Mientras, a un costado de la antigua mansión abandonada urgentemente por sus propietarios asciende de nuevo el olor de la enredadera.

            ¿Alguien lo siente?

            ¿Alguien presiente el legendario homenaje que nos lanzan esas flores mínimas?

            ¿Alguien que no chille, que no aplauda, oye el antiguo chillido?

            ¿Alguien que no aplauda, alguien que en este mismo momento no ríe

oye la estruendosa, la perenne carcajada de la tierra?

                        Pero hay que

aplaudir

bajar el lomo y aplaudir

levantar la mocha y aplaudir.

            Hay que cortar toda la caña sin dejar de aplaudir.

            Al son del látigo, loado sea Dios.

            Al son de los testículos cloqueantes en medio del cañaveral y el aullido del guardiero, loado sea Dios.

            Al son de las magníficas espuelas que revientan mulas y tu vida, loado sea Dios.

            Al son del bocabajo (ta bueno ya, ta bueno ya, ta bueno ya), loado sea Dios.

            Al son del trapiche que a veces de un tajo nos lleva una mano, loado sea Dios.

            Al son del sudor, al son de la inmensa caldera que oscila, al son de los tachos que giran, que giran, loado sea Dios.

            Al son de los perros que, extremadamente diestros, no supieron traer con vida el cuerpo del cimarrón, loado sea Dios.

            Al son del ahorcado balanceándose a mitad del camino para que sirva de ejemplo, loado sea Dios.

            Al son del zurriagazo y la voluntaria zambullida en la caldera (único acto voluntario que puede ejecutar un negro esclavo a lo largo de toda su vida) loado sea Dios.

            De noche.

            De noche.

            De noche.

            De noche se celebran los encuentros entre brigadas.

            De noche se celebran los juicios populares.

            De noche se condena a 30 años a un recluta porque se disparó un tiro en la pierna

pues ya no resistía.

            De noche

            De noche.

            ¿Alguien siente el desesperado crepitar de la Isla donde millones de esclavos (ya sin color) arañan la tierra inútilmente?

            No hay nada que decir, sino inclinarse y escarbar.

            No hay nada que decir sobre la libertad en un sitio donde todo el mundo tiene el deber de callarse o el derecho a perecer balaceado.

            No hay nada que decir sobre la humanidad donde todo el mundo tiene el derecho a aplaudir o perecer balaceado.

            No hay nada que decir sobre los sagrados principios de la justicia en un sitio donde todo el mundo tiene el derecho a inclinar su cuerpo esclavo, o sencillamente, perecer balaceado.

            (Qué claro, qué claro está todo: ni grandes frases, ni complicadas especulaciones filosóficas, ni el poema hermético. Para el terror basta la sencillez del verso épico: decir.)

            Hay que decir.

            Hay que decir.

            En un sitio donde nada se puede decir es donde más hay que decir.

            Hay que decir.

Hay que decirlo todo.

Ah, pero, ¿ha visitado usted el círculo que forman las casas de vivienda y que se conoce con el nombre de batey?

            ¿Visitó usted ya el trapiche, la casa de calderas, la casa de administración, los almacenes, la gran casa del amo y los árboles de recreo? –los naturales tenían la Casa de la Tristeza, nosotros la sustituimos por la Casa de Contratación–. Todo, desde luego, lejos de los barracones, donde no llegue el hedor.

            Ellos marchan en filas, y usted agita la cucharilla en el vaso.

            Ellos son mal albergados, son mal alimentados, se bañan, si llega el carro del agua; apenas si duermen. Y usted agita la cucharilla en el vaso.

            Ellos son citados por una orden impostergable. Ellos son pelados al rape; son envueltos en telas ásperas. Ellos tienen que soportar el calor con esas telas. Ellos no pueden hablar si no se les autoriza. Y usted agita la cucharilla en el vaso.

            Ellos salen una vez al mes (48 horas de permiso), pero no pueden llegar a la casa pues el transporte está dedicado al tiro de la caña. Y usted agita la cucharilla en el vaso.

            Ellos padecen plagas colectivas; sin querer se sacan los ojos con las filosas hojas de la caña; queriendo se cortan las manos para obtener una licencia. Y usted agita la cucharilla en el vaso.

            Ellos beben agua podrida; ellos pierden los dientes; ellos padecen hernias, y si se niegan a trabajar son sometidos a un consejo de guerra. Y usted agita la cucharilla en el vaso.

            Para ellos cuando la madre se enferma no hay salida; si muere es posible que le concedan 24 horas.

            Ellos no sueñan con países lejanos. Ignoran los estilos artísticos, las categorías de la lujuria y las resonancias de los grandes idiomas.

            Ellos no han pensado jamás en cruzar el mar. Esperan que al final del mes se les entregue una cuchilla de afeitar (rusa), unos cordones para las botas (cubanos), y alguna carta retenida (familiar).

            Ellos no esperan. Sus aspiraciones oscilan entre un sombrero y unos espejuelos.

            Ellos.

            Ellos.

            Ellos.

            Ah, poemas; ah, poema. He aquí cómo se fatigan dedos e imágenes y aún sigo ardiendo.

            Ah, poemas; poema.

            Cómo otra vez el sol inútil cae sobre la enredadera de la vieja mansión

y todo parece presagiar la llegada del aguacero y de las grandes, secretas, resonancias.

            Y todo parece conminarme para que lo interprete, dando señales de una legendaria y renovada estafa.

            De noche.

            De noche.

            Se crean, ya, nuevos planes de persecución y reclutamiento. Se analizan, ya, las deficiencias del terror organizado y se estipulan grandes planes de desolación a largo plazo.

            Ya aquí el infatigable farfullo de semillas y tierras, el olor que asciende, las fastuosas corolas fluyendo, las literas organizadas, el esplendor de unas aguas vistas a distancia por entre cuerpos magníficos y esclavizados, y la maldición que se renueva al levantar un costado del mosquitero.

            Ah,

¿pero conoce usted las diversas fases de la fabricación del azúcar?

            Quieras o no, aquí te las endilgo:

            a) La caña pasa por las esteras, se la tritura, se le extrae el jugo, se niegan pases, se recargan los horarios, se celebran consejos de guerra, se convoca a reuniones urgentes.

            Y la violencia se encona como un machetazo en la época de las lluvias.

            b) El jugo delicioso, cantado ya por poetas y narradores, sufre el proceso de la imbibición, se purifica; llega a las pailas, se agita, bulle, se aprietan las tuercas, se redoblan los azotes y la vigilancia; se castiga por no haber dado el corte bien bajo; se exige una arroba más por día.

            Y la violencia se encona como un machetazo en la época de las lluvias.

            c) De allí, el guarapo, ya limpio, pasa a los tachos, se realiza el proceso de evaporación, se efectúa el punteo, el chequeo al final del corte, el repile urgente, el doble-turno. Vamos caminando hasta el barracón donde esta noche estudiaremos la biografía de Lenin. Todo esto lo puede ver usted por los cristales de los gigantescos tanques donde bulle la melaza.

            Y la violencia se encona como un machetazo en la época de las lluvias.

            d) De los tachos, la melaza salta a las máquinas cristalizadoras. Huir. Pero alguien grita, alguien se esconde detrás de cada cogollo y aprisiona. Y el líquido rojo cae en la inmensa paila, y el hombre aullando se arrastra. Y la inmensa paila recoge la melaza generosa. Los tambores están mudos, los rifles truenan. Cae, pero no puede gritar cojones; cae sin poder gritar Dios mío; cae sin poder decir ta bueno ya, ta bueno ya, señó. Con un gorgoteo final el embudo se abre y un torrente cae en el saco. La balanza anuncia el peso exacto: una tonelada métrica de azúcar.

            De noche.

            De noche.

            De noche nuestros huesos piadosamente extendidos, el regalo de la enredadera (en el recuerdo) y la certeza de que no existen etapas de transición: la invariable conquista. El sueño.

            Hemos creado centenares de leyes represivas. Hemos construido unos 150 campos de concentración. Hemos fusilado a unas 50 mil personas, hemos desterrado a un millón. Y hemos esclavizado al resto.

            ¿Alguien se atreve a negarnos la eternidad?

            Abril estallando.

            Abril estallando.

            He aquí que ya se acerca la época de las grandes lluvias, ah queridísimas, y yo estoy en espera de que me baje la inspiración pues ayer alguien me levantó mi última camisa blanca.

            He aquí cómo en el crepúsculo el raspar de una olla adquirió resonancias filosóficas.

            He aquí cómo a falta de delirios apelas a los ejercicios gimnásticos. He aquí cómo un árbol incendió una calle y las hojas en blanco.

            Oh, sí, ya sé.

            Oh, sí, ya sé.

                        Pero yo estoy esperando

                                   yo esperando.

            Ah, inevitable, imprescindible, horrible.

            Único consuelo.



"Sé que no existe la zona del descanso
que faltan alimentos para el sueño,
que no hay puertas en medio del espanto".



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