la dignidad humana


 «Intentad por todos los medios no caer en el victimismo. La parte del cuerpo más peligrosa es el dedo índice, siempre ansioso de señalar culpables. Un dedo que señala es el símbolo de la víctima, opuesto al signo de victoria y equivalente al de derrota. Por abominable que sea vuestra situación, procurad no echar las culpas a nada ni a nadie: la historia, el poder, los superiores, la raza, los padres, la fase lunar, la infancia, la etapa anal, etcétera. Las posibilidades son infinitas y tediosas, y su infinitud y su tedio justifican de sobras que nuestra inteligencia las rechace.

En cuanto adjudicamos la culpa a algo o a alguien, socavamos nuestra resolución para cambiar las cosas; podría afirmarse incluso que ese dedo ansioso de señalar culpables oscila tanto porque su resolución nunca fue demasiado firme. Después de todo, la condición de víctima no deja de tener su encanto. Despierta piedad, confiere distinción, y naciones y continentes enteros disfrutan de rebajas mentales justificadas por su condición de víctima.

En torno al victimismo se ha creado toda una cultura, que abarca desde consejeros privados a préstamos internacionales. Pese a la intención manifiesta de tal red, el resultado viene a ser la disminución de las expectativas desde el principio, de modo que una ínfima ventaja puede ser percibida o calificada como un enorme avance.

Todo ello, por supuesto, resulta terapéutico y, dada la escasez de recursos del mundo, incluso higiénico, así que a falta de algo mejor, uno puede asumirlo, pero solo tras resistir todo lo posible.

Por abundante e irrefutable que sea la evidencia de que os halláis en el lado de los perdedores, negadla mientras tengáis uso de razón, mientras vuestros labios puedan seguir pronunciando un «no». Procurad valorar la vida no solo por sus placeres sino también por sus penalidades. Las penalidades forman parte del juego, y lo bueno de ellas es que no constituyen un engaño.

Siempre que os encontréis ante algún problema, en algún apuro, al borde de la desesperación o ya sumidos en ella, recordad: es la vida, que os habla en la única lengua que conoce bien. En otras palabras, intentad ser un poco masoquistas: sin un punto de masoquismo la vida carece de su sentido pleno.

Quizás os pueda ser útil recordar que la dignidad humana constituye una noción absoluta, no parcial; que no puede someterse a argucias y que su equilibrio deriva de su negación de lo obvio. Y si este argumento os parece un tanto excesivo, pensad al menos que considerándoos víctimas no hacéis sino aumentar el vacío de irresponsabilidad que a los demonios y a los demagogos les encanta llenar, pues una voluntad paralizada no interesa a los ángeles.»

J. BRODSKY - Del Dolor y la Razón

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