venecia
Todo escalonado, en peldaños simétricos.
En el puente de Calatrava, en Venecia,
tres señoras conversan a los toldos azules
justo en la luz que hiere el canal.
Animal de interior rosado
Fui el caballo negro que al patear
agrandaba el ojo de la mañana.
Fui mosca ávida de dulces,
posada a contraluz sobre la lámpara
de un devorador de libros.
Fui avispa en guerra,
hincando cabezas gritonas
hundiéndome en la sabia de la reina.
Fui extremis causa
sin nacionalidad definida.
Fui carroña entre escribientes
alistados en borrar nombres.
Desoí pactos y tracé el frío que alivia
al rastrear encrucijadas, fui gallina,
mucho cacareo y poco huevo a cocer.
Jamás acepté araña o sapo voluptuoso y verde.
De todos ahuyenté la posibilidad
de mutarme en mujer.
Soy esta cosa desprendida
de un azulejo ardiente de Pompeya
que trae su isla quemándole la casa.
Apenas un resto fosilizado
en cualquier rastro
donde venden baratijas,
oro aliado con cincuenta
componentes insanos.
En otro momento escogí la chiva,
el cabro, la vaca y les mordí
la lengua hasta la lágrima.
Mi falta de crueldad me destinaba
a perecer en la infancia,
si he llegado hasta ti
es porque soy estratega,
de la visibilidad un grano,
una rama fresca, doblada
japonesamente saludo:
Oui, oui, merci, tras ojos indéchiffrables
oui oui, merci, llévame,
tan puta e impúdica
como alguien que sufre.
El cuerpo de este animal bruto y desorientado
gratifica al universo por su irrelevante gestión
del fauno y la floración de especies raras.
En breve tendré otra mutación genética,
cada palabra ripia una célula,
cada letra fractura una uña.
Estoy alimentando lo que queda
no descompuesto en mi entorno,
de ahí el tono grave.
La imposibilidad de canibalizar a mis semejantes
me obliga a trabajar con lo que a penas se ve,
transformar este disperso concepto rayado
en un blues de New Orleans.
El vendedor ambiciona en la plebe
el signo de posición, yo no poseo nada.
Todo escalonado, en peldaños simétricos.
En el puente de Calatrava, en Venecia,
tres señoras conversan a los toldos azules
justo en la luz que hiere el canal.
En mis contemporáneos, el peldaño
es trampa, zancadilla,
imposibilidad de ascender, descender
poco importa si hay vértigo.
El alma entera en la libreta de apuntes
de una psicóloga quien garabatea
cartas al amante que la tiene sin sexo.
Prostituido el instinto, Nietzsche afirma:
invento, ese invento. Especulo:
¿Cómo despierto, nunca he visto Venecia?
Doble personalidad retrata lo que el ojo
no devuelve como acercamiento.
Maniquís en postura tabú lo kitsch,
lista de lo qué hay que decir,
a quién hacer santo con ritual,
de quién quedar asombro, qué vetar,
qué adjetivo cadavérico,
qué humo estorba al paisaje.
Zoroastro es cojo, no por la gamella
que pudo acercarme en el invierno de 1992,
cuando descendí en el País de Caux,
y padecía como el suelo
de un salón de baile, sábado en la noche.
Zoroastro es cojo pues cuida su dedo del pie y
quizás Venecia exista si pago el precio.
Fui quejumbrosa en corredores sin ventanas,
casi humana en la extensa tregua de mi batalla:
no maldecir hasta saber la palabra que salva,
cuando hoy niego y afirmo
ser igual de desperdicio.
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