unas largas vacaciones


 por JO RUIZ 


"Me voy a unas largas vacaciones, a un largo descanso"-le dijo Sylvia Plath a su vecino Trevor Thomas poco antes de suicidarse. Sylvia, sentada al volante de su Morris Station, tenía la mirada ausente y el rostro tan blanco como la nieve que cubría las calles de Camden Town. "Un largo descanso" era un eufemismo muy habitual en los años 60 para referirse a tratamiento psiquiátrico. Era viernes 10 de febrero, y el doctor Horder le había informado que muy pronto, el lunes, sería remitida al Halliwick Hospital, en los predios del antiguo Colney Hatch Lunatic Asylum, al que los londinenses simplemente llamaban "Bedlam".
Pero Sylvia no tenía ninguna intención de terminar siendo como una heroína de las novelas de Shirley Jackson o P.G. Woodhouse. Tampoco sufrir de nuevo la terrorífica experiencia de los electroshocks en los hospitales de Boston.
Esa fue una de las verdaderas causas que la llevaron a meter la cabeza en el horno "into the depth of the austere whiteness". La muchacha que siempre soñaba ser Dios por fin iba camino de serlo. Dios, no Diosa, porque Sylvia Plath, pese a su proclamado ateísmo, siempre quiso ser como el Cristo de Lawrence. "I am full of God".solía repetir con frecuencia esos últimos días de su fugaz existencia.
Otras causas también la impulsaron a ese último vuelo, como el caótico cóctel de medicamentos que tomaba esos días de febrero:
Dos anfetaminas(Parnate y Drinamyl).
Un opiáceo (codeina)
Un barbitúrico.
Somníferos...
Todo eso mezclado con una ingente cantidad de vino y brandy, pues Sylvia bebió mucho en esa última semana de su vida al mismo tiempo que asistía puntualmente a citas de amor con Al Alvarez y Corin Hughes-Stanton(cuyo padre ilustró novelas de D.H. Lawrence). Más agravante aún, Sylvia era alérgica a muchas de esas drogas, Ahora se sabe que antidepresivos como Parnate o Nardil producen efectos secundarios tan temibles como alucinaciones parasuicidas.
La otra causa, y talvez la más determinante: la tibia recepción de su novela por parte de los críticos, especialmente Anthony Burguess en The Observer. Sylvia estaba convencida de que "The Bell Jar" sería un bestseller y éxito de crítica y resolvería todos sus apuros económicos. No fue así. Y para colmo, The New Yorker había rechazado poemas suyos de Ariel. Y a todo eso hay que añadirle el fracaso de su matrimonio con Ted Hughes, al que siempre se culpó de su prematura muerte, tanto que una tal Robin Morgan llegó a escribir un terrible poema acusando a Hughes de haber asesinado a su esposa.
Ahora sabemos, gracias a la monumental biografía de Heather Clark sobre Sylvia Plath, "Red Comet", 1133 páginas (2020), que la verdad es mucho más compleja De hecho, al parecer Sylvia y Ted habían decidido reanudar su matrimonio para el verano de 1963. Pero Sylvia ya tenía otro plan, más bien el mismo plan que siempre acarició desde su adolescencia: perfeccionar de una vez por todas el arte de morir. Un arte que se le daba muy bien, tanto como escribir poemas y relatos inolvidables.

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