trinidad, San Juan de la Cruz Y discurso de Aleksandr Solzhenitsyn en la entrega del premio Templeton


Y orando, no habléis inútilmente, como los paganos,
que piensan que por su parlería serán oídos.

No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro padre sabe
de qué cosas tenéis necesidad, antes de que vosotros le pidáis.

SAN MATEO, vi. 7 y 8.

discurso de Aleksandr Solzhenitsyn en la entrega del premio Templeton.



Siendo ya niño, hace más de medio siglo, muchas veces oí decir a las personas mayores, para explicar las terribles convulsiones que habían quebrantado Rusia: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo”.

 

Desde entonces, he dedicado casi medio siglo al estudio de nuestra revolución. He leído cientos de libros. He reunido centenares de testimonios personales, y –para empezar a despejar los escombros- he escrito ya ocho volúmenes.

 

Ahora bien, si me pidieran hoy precisar en forma breve, la causa principal de esa revolución devastadora, que nos ha devorado más de 60 millones de individuos, no encontraría nada mejor que repetir: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo”.

 

Pero, todavía hay algo más: los sucesos de la revolución rusa no pueden entenderse hoy, en este fin de siglo, sino sobre el marco de fondo de lo que ocurre en los demás países. Hay un proceso universal que se perfila claramente. Si se me exigiera señalar, en una fórmula breve, el rasgo principal de este siglo XX, nuevamente no encontraría nada más exacto, más sustancial que decir: los hombres se han olvidado de Dios.

 

Privada de la lucidez divina, la conciencia humana se deprava y ha sido esta depravación la que ha cometido los mayores crímenes de este siglo, empezando por la primera guerra mundial, de la que deriva en gran parte la realidad que vivimos. Esta guerra está a punto de ser olvidada. Pero ella vio un Europa próspera, floreciente, llena de savia vital, precipitarse en la locura, para destruirse a sí misma, comprometiendo su futuro por más de un siglo y tal vez para siempre.

 

Solo puede explicarse esta guerra por un oscurecimiento de la razón, en dirigentes que habían perdido la noción de una fuerza suprema situada por encima de ellos. Solo el furor, olvidado de Dios, pudo llevar a Estados aparentemente cristianos a usar los gases químicos en una clara manifestación de barbarie.

 

La misma depravación de la conciencia humana-privada de su luz divina- fue la que permitió después de la segunda guerra mundial, sucumbir a la tentación del “paraguas nuclear”. Es decir: despreocupémonos y liberemos a la juventud de sus deberes y obligaciones, no hagamos ningún esfuerzo por defendernos ni mucho menos por defender a los otros; tapémonos los oídos para no oír los gemidos que vienen del oriente; instalémonos en la competencia desenfrenada por el bienestar y si la amenaza estalla sobre nuestras cabezas, la bomba atómica nos protegerá, y ¡si no que todo el mundo se vaya al diablo!

 

La lamentable debilidad que oprime hoy a Occidente es consecuencia notoria de este error fatal: creer que la defensa del mundo puede depender, no de la firmeza de los corazones ni de la valentía de los hombres, sino solamente del armamento nuclear.

 

Era necesario que Occidente hubiera perdido la noción suprema de la divinidad, para asistir sin conmoverse, después de la Primera Guerra mundial, a la lenta agonía de Rusia despedazada por una banda de caníbales, y –después de la Segunda Guerra- al derrumbamiento de toda la Europa Oriental.

 

Sin embargo fue allí donde empezó la ruina del mundo entero. Occidente no solo no lo comprendió sino incluso contribuyo a este proceso.

 

Una sola vez, en el curso de este siglo, Occidente reunió sus fuerzas: fue para combatir contra Hitler. Pero los frutos de ese esfuerzo se malgastaron hace ya mucho tiempo.

 

En la lucha contra los antropófagos, este siglo impío ha descubierto un método anestesiante: ¡comerciar! He aquí el pequeño montículo al que alcanza hoy nuestra sabiduría.

 

Si los siglos que nos precedieron hubieran podido ver tan solo los umbrales de nuestro mundo, habría resonado un clamor unánime: ¡es el Apocalipsis! Pero nosotros ya estamos habituados, formamos parte de él.

 

Dostoievski había advertido: “pueden sobrevenir acontecimientos que sorprendan de improviso nuestras facultades intelectuales”. Esto ya ha ocurrido. Y predijo también: “el mundo se salvará tan solo después de haber sido visitado por el espíritu del mal”. ¿Se salvará verdaderamente? Esto es lo que nos corresponderá ver a nosotros. La salvación va a depender de nuestra conciencia, de nuestro don de penetración, de nuestros esfuerzos individuales y colectivos frente a una situación catastrófica.

 

Algo hay que ya ha ocurrido: el espíritu del mal triunfante gira en torbellino por sobre los cinco continentes...



Somos los testigos de la ruina del mundo: en algunos países, se la sufre como una desgracia; otros se entregan libremente a ella. Todo el siglo XX se sumerge en el torbellino del ateísmo y de la autodestrucción. 

 

Esta caída en el abismo tiene rasgos comunes que no dependen de los sistemas políticos ni de los niveles económicos ni de las características nacionales. La Europa actual, tan poco semejante en apariencia a la Rusia de 1913, se equilibra al borde del mismo abismo, pero ha llegado a él por otro camino. Las diversas regiones del mundo han seguido vías diferentes, pero todas están llegando al umbral de su propia ruina. 

 

Anteriormente Rusia conoció épocas de su historia en que la sociedad tenía por ideal no el rango, ni la riqueza, ni el éxito material, sino la santidad de la vida. La Rusia de entonces estaba irrigada por la ortodoxia, fiel a la Iglesia primitiva de los primeros Siglos. Esta ortodoxia venerable supo preservar a su pueblo, a pesar de 2 o 3 siglos de dominio extranjero, y rechazó al mismo tiempo los viles asaltos de los cruzados abanderados de Occidente. En esa época la  ortodoxia moldeaba la mentalidad, el carácter, la conducta, las estructuras familiares, la vida cotidiana y el calendario de trabajo desde la semana hasta las estaciones. La fe era el vínculo de unión de la nación y el fundamento de su poder.

 

Pero en el Siglo XVII un cisma desgraciado mino nuestra ortodoxia, y en el XVIII Rusia fue quebrantada por las reformas tiránicas de Pedro el grande, que ahogaron el espíritu religioso y la vida nacional, para fortalecer al estado, la guerra y la economía. Con la unificación de la enseñanza impuesta por Pedro el Grande, se nos infiltró la sutil brisa venenosa del secularismo, que en el Siglo XIX penetró hasta las clases más cultas y abrió amplio paso al marxismo. En Vísperas de la Revolución, la fe había desaparecido de los círculos instruidos. Entre los monjes eruditos incluso estaba ya debilitada.

 

Dostoievski –siempre él- juzgando por el odio encarnizado que la revolución francesa profesó a la Iglesia, había sacado en conclusión: “la Revolución debe comenzar necesariamente por el ateísmo”. Verdaderamente es así. Pero el ateísmo como el marxista –organizado, militarizado y encarnizado- el mundo no lo había conocido hasta ahora. En el pensamiento filosófico y en el corazón mismo de la psicología de Marx y de Lenin, el odio a Dios constituye el impulso inicial, previo a todos los proyectos políticos y económicos. El ateísmo militante no es un detalle, un elemento periférico ni una consecuencia accesoria de la política comunista: es su eje central. Para alcanzar su fin diabólico, ella necesita disponer de un pueblo sin religión y sin patria.

 

Debe por lo tanto abatir la religión y la nacionalidad. De hecho, esta doble política los comunistas la proclaman y la practican abiertamente. La tela de araña de atentados, tejida últimamente en torno al Papa, nos muestra hasta que punto el mundo ateo tiene necesidad de dinamitar la religión; hasta que punto esta parece habérsele quedado atravesada en la garganta.

 

La década de los años 20 en Rusia es una larga procesión de mártires: casi todo el clero ortodoxo; 2 Obispos metropolitanos fusilados, el de Petrogrado, Benjamín, había sido elegido por el pueblo. El propio patriarca Tikhon, después de haber caído en manos de la Tcheka y de la GPU, murió en circunstancias misteriosas. Docenas de arzobispos y obispos fueron asesinados. Decenas de miles de sacerdotes, que los tchekistas quisieron hacer abjurar, fueron torturados, fusilados en los sótanos, enviados a campos de concentración, exiliados en las tundras desérticas del gran norte donde –ancianos hambrientos- fueron abandonados a la intemperie. Todos estos mártires cristianos afrontaron valerosamente la muerte por la fe. Los que vacilaron y renegaron constituyeron casos excepcionales. Decenas de millones de fieles se vieron privados del derecho de asistir a la Iglesia, del derecho de inculcar a sus hijos principios religiosos: a menudo se arrojaba a la prisión a los padres para poder arrancar la fe a los niños mediante mentiras y amenazas.

 

La absurda destrucción de la agricultura rusa, alrededor de los años 30 –llamada dekulakización y colectivización- que significó la muerte de 15 millones de campesinos, fue impuesta en forma implacable –según podemos comprobar ahora- con el fin de destruir las formas de vida nacional y de extirpar la religión de los campos. La perversión de las almas se extendió al atroz archipiélago, donde se empujaba a los hombres a sobrevivir unos a costa de otros. Y solamente ateos semi-enloquecidos han podido resolverse a suscribir el proyecto reciente, que se propone masacrar totalmente la naturaleza en Rusia: anegar bajo las aguas todo el norte; invertir el curso de los ríos y perturbar la vida en el océano Ártico, arrojando las aguas hacia las regiones meridionales, que otras iniciativas descabelladas del comunismo no menos absurdas han ya arruinado. 



Presionado por la necesidad de unir todas las fuerzas de Rusia contra Hitler , Stalin halagó en forma cínica a la Iglesia, y ese juego equivoco, prolongado por la espectacular propaganda brezneviana, Occidente lamentablemente lo ha tomado por la verdad auténtica. Pero hasta qué punto el odio a la religión es inseparable del comunismo, podéis juzgarlo por el ejemplo del más liberal de sus jefes, Kruchev: él, que dio pasos decisivos hacia la liberación, volvió a encontrar el mismo celo furioso de Lenin en la persecución de la fe religiosa.

Y sin embargo, contra lo que era de espera - en un país despojado de Iglesias, donde el ateísmo ha triunfado desde hace dos tercios de siglo, donde los obispos son rebajados hasta privárseles de toda voluntad, donde los vestigios de la Iglesia se toleran nada más que con fines de propaganda dirigidos a Occidente, donde hoy todavía la fe es un delito castigado con campos de concentración, donde incluso en los campos se arroja al calabozo a los que se reúnen a rezar el día de Pascua- la tradición cristiana ha resistido al aniquilamiento comunista.

 

Sí. Entre nosotros el ateísmo impuesto por el poder ha destruido y pervertido a millones de fieles reducidos hoy al silencio , pero –como ocurre con frecuencia en la persecución y en el sufrimiento- el sentido de Dios ha alcanzado en mi patria una penetración muy profunda.

Vemos aquí la primera luz de una esperanza : en vano el comunismo está erizado de cohetes y de tanques. En vano obtiene éxitos en la conquista del planeta: está condenado a no triunfar jamás sobre el cristianismo.

 

Occidente no ha sufrido todavía la invasión comunista ; la religión aquí es libre. Pero su itinerario histórico ha desembocado en un agostamiento del sentimiento religioso. Ha sufrido también cismas desgarradores, enfrentamientos y sangrientas guerras religiosas.

 

Y –casi no hay necesidad de decirlo- desde la baja Edad Media, Occidente ha sido invadido de forma progresiva por el secularismo. Para la fe, esta amenaza –no de un exterminio exterior sino de una anemia interna- puede ser todavía más grave.

 

Imperceptiblemente en Occidente el sentido de la vida se ha desgastado en el curso de los años hasta reducirse a la sola “conquista” de la felicidad, que se inscribe incluso en las Constituciones. No es solo en este siglo que se han desvalorizado las nociones del bien y del mal, hábilmente sustituidas por argucias sin fundamento, ya sean éstas de clase o de partido. Desde entonces se tiene vergüenza en apelar a conceptos inmutables. Se tiene vergüenza en admitir que el mal anida en el corazón del hombre antes de penetrar en los sistemas políticos; pero nadie tiene vergüenza de ceder habitualmente al mal integral. Y sobre la pendiente de estas concesiones, en el espacio de una generación, Occidente está a punto de deslizarse sin remedio en el abismo.


 Las sociedades occidentales pierden cada vez más su sustancia religiosa, y abandonan alegremente su juventud al ateísmo. ¿Es necesario dar ejemplo de impiedad? ¡Ved a los Estados Unidos que pasa sin embargo por ser una de las naciones más religiosas del mundo, pero donde se proyecta una película injuriosa para Cristo, y donde un diario de circulación nacional publica en forma desvergonzada una caricatura de la Madre de Dios! Cuando todos los derechos formales están de vuestra parte, ¿por qué privarse voluntariamente de cometer una acción indecente?

 

¿Por qué en estas condiciones habría de moderarse el ardor del odio , sea este racial, clasista o ideológico? Este odio corroe muchas almas hoy día. Los maestros ateos educan a la juventud en el odio hacia la sociedad en la que viven. En su permanente actitud crítica, pierden de vista el hecho de que los vicios del capitalismo son vicios inherentes a la naturaleza humana, a los que se les ha dado libre curso siguiendo la huella de los otros derechos del hombre ; que, bajo el comunismo (y éste apremia a las demás formas de socialismo que no son nada sólidas) estos mismos vicios no conocen ni freno ni control en todos aquellos que poseen una migaja de poder (en cuanto al resto de la población, efectivamente ha conquistado la igualdad pero en la esclavitud y en la miseria).


Este odio, atizado sin cesar, impregna hoy toda la atmósfera del mundo libre ; la extensión de las libertades personales; el auge de las conquistas sociales e incluso del confort no hacen paradojalmente otra cosa que acrecentar este odio ciego. Las sociedades desarrolladas de Occidente prueban hoy día que la salvación del hombre no está en la abundancia material ni en el éxito económico.

 

Este odio, atizado sin cesar, se extiende a todo lo viviente, a la vida en sí misma , a sus colores, a sus sonidos, a sus formas, al cuerpo humano; y el arte exacerbado del siglo XX se muere de este odio monstruoso, porque el arte sin amor es estéril.

En Oriente, el arte ha decaído porque ha sido aplastado y pisoteado; en Occidente ha decaído por sí mismo , al convertirse en una búsqueda cerebral y pretensiosa en la cual el hombre no pretende manifestar a Dios sino sustituirlo.

 

Una vez más constatamos el desenlace común de un fracaso universal , la convergencia de resultados en Oriente y en Occidente. Y nuevamente, hay una sola razón para todo esto: los hombres se han olvidado de Dios..





 

"Tres Personas y Un Amado entre todos Tres Había

Y Un Amor en todas Ellas y Un Amante las hacia;

Y El Amante es El Amado en que cada cual vivía....

Porque Un Solo Amor Tres Tienen,que su Esencia se decía.


Ese mismo amor proyecta El Padre "poner"

en quien reciba al Hijo Encarnado, 

Quien "En todo Semejante" El a Ellos se haría".


En el principio moraba el Verbo y en Dios Vivía

en quien su felicidad infinita poseía.

El mismo Verbo Dios era,que el principio se decía

El moraba en el principio y principio no tenia..

El era el mismo principio;por eso de el carecía.


El Verbo se llama Hijo,que de el principio nacía;

Hale siempre concebido,y siempre le concebía;

Dale siempre su sustancia y siempre se la tenia

Y así la Gloria Del Hijo, es la que en el Padre Había

Y toda su Gloria El Padre, En el Hijo Poseía.


Como amado en el amante, uno en otro residía

y aquel amor que los une en lo mismo convenía

con El uno y con El Otro,en igualdad y Valía


En aquel amor inmenso, que de los dos procedía

palabras de gran regalo,El Padre al Hijo decía,

de tan profundo deleite,que nadie las entendía;

Solo El Hijo lo gozaba,que es a quien pertenecía;

Pero aquello que se entiende,de esta manera decía:

"Nada me contenta Hijo,fuera de tu compañía;

y si algo me contenta,en ti mismo lo quería.


El que a ti mas se parece,a mi mas satisfacía

y el que en nada te asemeja, en mi nada hallaría.


En ti solo me he agradado, ¡Oh vida de vida mia!

Eres lumbre de mi lumbre,Eres mi Sabiduría,

Figura de mi Sustancia,en quien bien me complacía.


Al que a ti te amare, Hijo, a mi mismo le daría

Y el amor que yo en Ti tengo,ese mismo en El pondría

en razón de haber amado, a quien yo tanto quería.


Una esposa que te ame,Mi Hijo,darte quería,

que por tu Valor merezca,tener nuestra compañía

y comer pan en una mesa,del mismo que yo comía,

para que conozca los bienes,que en tal hijo yo tenia

y se congracie conmigo,de tu gracia y lozanía.


Mucho lo agradezco, Padre, --El Hijo le respondía----

a la esposa que me dieres,yo mi claridad daría

para que por ella vea, cuanto mi Padre Valía,

y como El Ser que Poseo, de su Ser le recibía.

Reclinarla he yo en mi brazo y en Tu amor se abrazaría

y con eterno deleite,

Tu bondad sublimaría.

"Hagase,pues --dijo El Padre---que tu amor lo merecía

y en este dicho que dijo,El mundo criado había.


Iré a buscar a mi esposa, y sobre mi tomaría

sus fatigas y su trabajos en que tanto padecía;

y porque ella vida tenga,Yo por ella moriría

y sacándola del el lago,a ti te la devolvería.


Entonces llamo a un Arcángel,que San Gabriel se decía

y enviolo a una doncella,que se llamaba María,

de cuyo consentimiento, El Misterio se Hacia.


En la cual la Trinidad,de carne al Verbo vestía;

y aunque Tres hacen la obra,en El Uno se hacia;

Y quedo El Verbo Encarnado,en el vientre de María,

Y El que tenia solo Padre,ya también Madre tenia

aunque no como cualquiera,que de varón concebía.

que de las entrañas de Ella,El Su Carne recibía;


Por lo cual Hijo de Dios y del Hombre se decía.


Exigencia del Amor Perfecto:


"En los Amores perfectos,Esta Ley se requería:

que se haga semejante, El amante a quien quería".


" Y que DIOS seria HOMBRE"


"Y que El Hombre Dios seria".



San Juan de la Cruz


Commentaires

Articles les plus consultés