El apellido Pérez de Doña Leonor en mi ADN
No son muchas las cartas de José Martí a su querida madre Leonor Pérez Cabrera que se han podido conservar, pero particularmente las dos últimas misivas ponen de relieve cómo él fue capaz de, con respeto y a la vez con gran amor, exponerle a su progenitora consideraciones acerca de lo que sentía en relación con la causa de la independencia de su tierra natal del dominio colonial español y de su decisión de dar su contribución a lograr ese objetivo.
Las dos últimas cartas de Martí a Leonor, que se conozcan, fueron las fechadas en Nueva York el 15 de mayo de 1894 y en la ciudad dominicana de Montecristi el 25 de marzo de 1895, respectivamente.
En la del año 1894 Martí le expresó en la parte inicial de su misiva:
“Madre querida: Ud. no está aún buena de sus ojos, y yo no me curo de este silencio mío, que es el pudor de mis afectos grandes y de mi modo de queja contra la fortuna que me los roba y como venganza de esta falta necesidad de hablar y escribir tanto en las cosas públicas, contra esta pasión mía del recogimiento, cada vez más terca y ansiosa.”
Y seguidamente le planteó, al detallar cómo concebía que debía desarrollarse la existencia de los seres humanos: “Pero mientras haya obra qué hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar. Preste cada hombre, sin que nadie lo regañe, el servicio que lleve en sí.”
También le hizo la siguiente interrogante: “¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre.”
Le especificó lo que haría de inmediato como parte de la labor que realizaba la que catalogó como “más pura, madre mía, que un niño recién nacido, limpia como una estrella, sin una mancha de ambición, de intriga o de odio”.
Martí le confesó a su querida madre que a otros podía hablarles de otras cosas. “Con Ud se me escapa el alma –afirmó- aunque Ud. no pruebe con el cariño que yo quisiera, sus oficios; y a esa tierra infeliz donde Ud. vive no le puedo escribir sin imprudencia, o sin mentira.”
Le agregó: “Mi pluma corre de mi verdad: o digo lo que está en mí, o no lo digo”.
Igualmente le solicitó: “Déjeme emplear sereno, en bien de los demás, toda la piedad y orden que hay en mí”.
Más adelante al tratar acerca de su futuro le expresó con particular sencillez y a la vez con gran significación: “Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él, para iluminar alrededor. Siento que jamás acabarán mis luchas.”
Algo más de diez meses más tarde Martí le escribió lo que fue su última misiva dirigida a su madre.
El 25 de marzo de 1895, entre otras cosas, elaboró y firmó junto a Máximo Gómez un documento muy relevante que ha sido identificado en la historia como el Manifiesto de Montecristi en correspondencia con la ciudad dominicana donde se hallaba Martí.
También en ese día escribió la carta dirigida a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal en la que reafirmó su determinación de estar en el escenario donde se libraban en Cuba los combates.
La guerra se había reiniciado el 24 de febrero de 1895 y Martí todavía en ese instante se hallaba en la ciudad dominicana de Montecristi y deseaba trasladarse lo más pronto posible en unión de Máximo Gómez hacia el territorio cubano.
Precisamente en la carta dirigida a Federico Henríquez él llegó a puntualizar: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar.”
También en la carta que le dirigió a su madre Leonor le señaló Martí lo que haría de inmediato al exponerle: “Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted. Yo sin cesar pienso en usted.”
Seguidamente se refirió a las incomprensiones que había tenido que encarar en el seno de su familia, y en forma muy especial de su propia madre, por su decisión de poner su vida al servicio de la causa de su tierra natal.
Y le dijo: “Usted, se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y, ¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio?”
Le patentizó de inmediato el sentido que le atribuía a su vida y a la existencia de los seres humanos en general al expresar: “Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil.”
Además le detalló que no obstante en él siempre estaba presente el recuerdo de sus seres queridos y particularmente el de ella al asegurarle: “Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.”
En esta carta también hizo referencia a sus hermanas al exponerle a su madre: “Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún día volver a verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí.! Y entonces sí que cuidaré yo de usted con mimo y con orgullo.”
Martí le añadió una nota final a esta carta dirigida a Leonor: “Ahora bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición. Su José Martí.”
Relativamente poco tiempo después de haberle escrito esta misiva a su querida madre, Martí en unión de Máximo Gómez salió hacia Cuba.
No le fue fácil el traslado hacia su tierra natal y tuvo que encarar nuevos peligros y problemas, pero finalmente arribó al territorio cubano por la zona de Playitas de Cajobabo, en la actual provincia de Guantánamo, el 11 de abril de 1895.
Y en Cuba fue capaz de actuar en forma consecuente con lo que le había afirmado a Doña Leonor Pérez en las dos últimas que le dirigió.
Demostró elocuentemente que era un hombre que estaba consciente que mientras hubiera obra qué hacer no tenía derecho a reposar y que era alguien que amaba el sacrificio y que aquilataba que el deber de un hombre estaba allí donde es más útil.
Con singular entereza encaró las limitaciones de una vida en campaña en zonas rurales así como el peligro que representaba un enfrentamiento con los soldados españoles.
Máximo Gómez quién estuvo a su lado en los campos de Cuba describió a Martí como combatiente con las armas en la mano, de la siguiente manera en una valoración que hizo el 18 de mayo de 1902: “Y yo vi. entonces también a Martí atravesando las abruptas montañas de Baracoa con un rifle al hombro y una mochila a la espalda, sin quejarse ni doblarse, al igual de un viejo soldado batallador acostumbrado a marcha tan dura a través de aquella naturaleza salvaje, sin más amparo que Dios.”
Las hermanas de José Martí*
A mi señora madre Dña. Leonor Pérez
Hanábana, Octubre 23 de 1862
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