Un texto para Mimi, mi gata muerta en el 2020
CAPhADo
Para Mimi Vuvuzela Pérez.
Un animal atado a una piedra, ligado a la soga, arrastrado en el parque. Tratan de amedrentar al pequeño, pero tiene hado. Atado, ligado, arrastrado, provoca.
Desvía la mirada, no estoy sentada en papel protector, nadie confía en lenguas exóticas.
Negros, blancos, rayados, desembarcan con resina y exhuberantes plumas entre plumas atrofiadas. Serán manjar de gato. Pajarracos, reencarnaciones de gente que huye. Este se fue y dejó a la madre, aquel pensaba en el colesterol cuando escribía textos ligeros, letras delicadas, sonidos breves, repeticiones con límite ateo, super mega puntiagudos. Su cuerpo necesita producir hormonas, sustancias que ayuden a templar el texto. Sin embargo, impotencia, no suelta, aprieta la lanza de la verdad, la realidad, la autoestima, la nación, lalalalala, lancero. La guataca con miedo a la oscuridad, la la la. Soy LA, la que no soportó el fondo.
Pájaros que se dejan caer, atraídos por catedrales con pararrayos. El eléctrico no pasa, el manso puede que circule hasta la plaza, sobre ladrillos pulidos por lluvia tras lluvia. Aguacero sin olor a tierra. A cualquier hora.
Música de órganos: Antonio de Cabezón, Dietrich Buxtehude, Mozart y Haydn, art art art, hay hay hay, ay, Johannes Brahms, wrams brams, la tripa revuelca hambre.
Si miro al lobo, aúllo. Si miro al que palea trigo, suda la espalda. Si miro al hombre de la escopeta, pierdo.
Miro al borracho, duerme junto a ratas. Miro al anciano, despedaza migajas para hormigas. Matahambre en polvillo.
Miro en la estación de trenes a mujeronas, acompasan el trasero entre locomotoras, buscan animal que penetre. Quieren ser sacudidas de adentro, aceptadas de afuera, la animalidad, soltarse.
Miro un curiel aplastado. Miro al perro abandonado en la autopista. Miro al conejo que acarician, dentro del pomo es paté. Miro al perro, otra vez, vienen de capar su ego.
Entonces miro al académico, arrastra un extenso tratado de zoología.
Observo,
el animal busca garra para arrancar las entrañas al que vende verduras junto a tripas de cochón engrasado con trigo. El puerco no corrió, no fue cazado, lo empujaron. Al bajar, el chucho eléctrico le destrozó el corazón.
El negro ofrece agua. Quizás sea saliva. El blanco se agita y no logra ubicarse. Boquea ciego. El último en salir también tiene derecho, no tiene nombre, pero empuja la historia dos centímetros, o seis,
depende,
muchos desaparecen.
El primero es leyenda, el dos sofoco, a partir de tres no entran en el titular, pasan a letrillas once. Apenas cierren la tirada, recomienza el ciclo, otra descendencia con nombre bíblico y aspecto humanoide.
El viento eriza la cola, tac tac tac en la entrepierna. El rabo tac tac tac en el camastro. Igual preña la muerte, por accidente.
El vientre carga la infinita evolución, reduce el horizonte a trazo azul con salitre que amaestra. Domestica, repiten, pero crezco, no quepo en ninguna casa.
La cabeza rodeada de guasasas. Vuelan bajo mal tiempo en el rectángulo de la ventana, en el centro, visibles, en la luz. Como una actriz, en la cavidad del edificio de alquiler barato que se presta para escenas costumbristas. En rol extremo, apenas veo tras cortinas. En la acera, un bicho devora yerba. Nadie le obliga, pero desaparece.
Dos africanos, cinco argelinos me siguen. Protejo bulto. Huele a tormenta.
Miro dos veces al cielo, ellos miran también, dos, tres, con disimulo. El blanco del ojo es dañino, delata. Nunca delates, antes, arráncate el ojo.
Busco funda, con cuidado. Me agito, ON/IN-seguro, calculo mal. Cavo, desenvuelvo a la gata tiesa. Se resiste, no cabe en el hueco. Excavo con tijera, arrodillada, agranda, anda.
El vecino que vende tripas respira fuerte. Por instinto profesional reconoce tufillos. Cerca de los autos alerta. Vigi, lante ante, la.
-Materia descompuesta, pronuncia.
-¿Mierda?- interroga el militar.
-Cadáver, desde hace horas, agrega en experto.
La representación se detiene en Impaciencia. El africano silba, desvía. Suisiii corre suiiisiiiii. Atención, me refugio con la gata muerta. La transporto, es una estola negra con dos esmeraldas.
Me deslizo. La gata maúlla triste, fragiliza el tabique. Detiene el gemido en pleno éxtasis. Otro intento de delito, me espera. El bosque inaccesible para panteras grandes, con dientes enormes, y alguna muerte importante, lagartijas y pájaros no cuentan. Finalmente, inclino el pararrayos. Fulminante, la gata reduce lo que encuentra, ocupa el poderoso rol del verbo. Circula libremente, a medianoche se esconde bajo tierra.
No escampa. La lluvia ablanda. Si marina bastante mete diente.
El negro hubiese bajado, pero esta noche ningún pajarraco toca tierra. Más de uno será tragado por el océano. Tampoco pregunta, no es costumbre indagar por animalejos en cautiverio.
La loca desprendió el acantilado, chifla en morse.
El riesgo en no caer después que te han capado.
Afuera graznan, siempre.
Margarita García Alonso.
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