de zurdos, rojos y rosados hasta las orejas.

 

Bathing, Dieppe, 1885, Paul Gauguin

Frente al mar pienso en los ochenta. Nacio mi hija, me gradué de Periodismo en la Universidad de la Habana, lei hasta por los codos, aprendi a trabajar manuscritos , tomaba te en la Casona matancera, igual escribian porque escribian, teatreaban, deambulaban bajo inocencia, perseguidos por demonios personales y angeles azulinos parecidos a Milanés, entre locos del pueblo, tan locos e infantiles como puede ser la amapola en el campo.
Luego murio Fayad y vino la primera gran selecciôn de escritores de los ochenta. Matanzas seguîa cerca, pero tan lejos de la Habana. Importaron jefe para amaestrar a esos animales del Yumurî que continuaban a garabatear, y FUE EL FIN, los tontos que esperaban el amanecer en el Puente de plata comenzamos a pagar el Tributo de los ochenta.
Los trenes pasaban con aire grave, sentimos la explosion y quedamos atonitos: nunca fuimos de generaciôn, solo grupo perdido que poco a poco borrarîan de la historia de Matanzas, de la literatura, de la Cultura cubana.
Qué suerte inmensa, Luis, Goyito, Maria Esther, los hermanos Miliàn, Teresita, las margaritas, las amapolas, los bichitos, los pinitos confabulados en escribir sin amo.
Esa es la primera gran leccion de los ochenta, los poetas deben quedarse fuera de cualquier juego, por muy tentador que sea, si viene de otros. La segunda ensenanza: perder sel ego, vagabundear, seguir escribiendo, mejorarse, en definitiva, la historia la escriben los ganadores, pero que logra si la marea confunde su voz interna, si cree que llegô a puerto, o es la espuma que admiran, sobre la inmensidad del océano.
No creo que la Lietarura sea ajena al conflicto humano, el tonto no tiene plaza en ese intento de eternidad. Hoy, dîa soleado, el mar canta para los inocentes poetas del Yumuri que perdieron el tren.

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