#lehavre 12°- Sol y catarro de otoño. Buen sàbado.

 



-¿Hay que indignarse porque una araña mate a una mosca? -siguió diciendo Iturrioz-. Bueno. Indignémonos. ¿Qué vamos a hacer? ¿Matarla? Matémosla Eso no impedirá que sigan las arañas comiéndose a las moscas. ¿Vamos a quitarle al hombre esos instintos fieros que te repugnan? ¿Vamos a borrar esa sentencia del poeta latino: Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre? Está bien. En cuatro o cinco mil años lo podremos conseguir. El hombre ha hecho de un carnívoro como el chacal, un omnívoro como el perro; pero se necesitan muchos siglos para eso. No sé si habrás leído que Spallanzani había acostumbrado a una paloma a comer carne y a un águila a comer y digerir pan. Ahí tienes el caso de esos grandes apóstoles religiosos y laicos; son águilas que se alimentan de pan en vez de alimentarse de carnes palpitantes; son lobos vegetarianos. Ahí tienes el caso del hermano Juan… -Ese no creo que sea un águila, ni un lobo. -Será un mochuelo o una garduña; pero de instintos perturbados. -Sí, es muy posible -repuso Andrés- ; pero creo que nos hemos desviado de la cuestión; no veo la consecuencia. -La consecuencia a la que yo iba era ésta: que ante la vida no hay más que dos soluciones prácticas para el hombre sereno: o la abstención y la contemplación indiferente de todo, o la acción limitándose a un círculo pequeño. Es decir, que se puede tener el quijotismo contra una anomalía; pero tenerlo contra una regla general, es absurdo. -De manera que, según usted, el que quiera hacer algo tiene que restringir su acción justiciera a un medio pequeño. -Claro, a un medio pequeño; tú puedes abarcar en tu contemplación la casa, el pueblo, el país, la sociedad, el mundo, todo lo vivo y todo lo muerto; pero si intentas realizar una acción, y una acción justiciera, tendrás que restringirte hasta el punto de que todo te vendrá ancho, quizá hasta la misma conciencia. -Es lo que tiene de bueno la filosofía -dijo Andrés con amargura- ; le convence a uno de que lo mejor es no hacer nada. Pío Baroja, El árbol de la ciencia 

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