Fedor Dostoievski, El idiota


 “La idea (siguió leyendo) de que no vale la pena vivir por pocas semanas empezó a apoderarse seriamente de mí hará cosa de un mes, según me parece, cuando todavía me quedaban cuatro semanas de vida, pero se adueñó de mí por completo sólo hace tres días, cuando regresé de aquella velada de Pávlovsk. El primer momento en que esa idea penetró con absoluta claridad y potencia en mi espíritu fue en la terraza del príncipe precisamente en el instante en que se me ocurrió hacer una última prueba de la vida, quería ver gente y árboles (admito que lo dije yo mismo), me acaloraba, insistía en el derecho de Burdowski, “mi prójimo” y soñaba con que de pronto me acogerían y me estrecharían entre sus brazos, me pedirían perdón por alguna cosa y yo se lo pediría a ellos; en una palabra, que acabé como un estúpido total. Fue precisamente en esas horas  cuando brotó en mí la “última convicción”. ¡Ahora no salgo de mi asombro al considerar cómo pude vivir seis meses enteros sin esa “convicción”! Sabía positivamente que estaba tísico y que mi tisis es incurable; no me engañaba a mi mismo y comprendía con toda claridad cuál era mi situación. Pero cuanto más claramente la comprendía, tanto más desesperadamente quería vivir; me aferraba a la vida y quería vivir costara lo que costara. Estoy de acuerdo en que entonces pude irritarme contra el oscuro y ciego destino que había decidido aplastarme como a una mosca, claro está sin saber por qué; mas, ¿por qué no me paré en esta irritación? ¿Por qué empezaba realmente a vivir sabiendo que ya no me era posible empezar, por qué lo intentaba sabiendo que era inútil intentarlo? Entretanto ni siquiera podía leer libros y dejé de leer: ¿Para qué leer, para qué aprender algo por seis meses? Esta idea me obligó más de una vez a abandonar un libro”.

(…) “A veces me sentía mejor durante unas semanas y podía salir a la calle; pero finalmente la calle empezó a exasperarme de tal modo que me quedaba días enteros encerrado en mi habitación a pesar de que habría podido salir como los demás. No podía soportar a aquella gente ajetreada, agitada, eternamente preocupada, sombría e inquieta que iba y venía presurosa a mi lado por las aceras. ¿Para qué su constante tristeza, su constante alarma y agitación, su constante rencor sombría (porque son reoncorosos, rencorosos, rencorosos)? ¿Quién tiene la culpa de que sean unos desdichados y no sepan vivir teniendo por delante sesenta años de vida?”

– Fiódor Dostoyevsk

Fedor Dostoievski
El idiota (fragmentos)

"Un hombre que es asesinado por unos bandidos de noche, en un bosque, o algo por el estilo, tiene hasta el último momento la esperanza de salvarse. Ha habido casos en que un hombre a quien le han cortado el cuello tiene esperanza todavía, o sale corriendo, o pide que se apiaden de él. Pero en este otro caso, por el contrario, esa última esperanza, que permite que la muerte sea diez veces menos penosa, es eliminada con toda certeza: la sentencia está ahí, y la horrible tortura está en que sabes con certeza que no te escaparás, y no hay en este mundo tortura más grande que ésa. Lleve a un soldado a una batalla, póngale delante de un cañón y dispare, y él seguirá teniendo esperanza; pero si a ese mismo soldado se le lee una sentencia de muerte cierta, se volverá loco o romperá a llorar. ¿Quién dice que la naturaleza humana puede soportar esto sin perder la razón? ¿A qué viene tamaña afrenta, cruel, obscena, innecesaria e inútil?
(...)
El hombre del que hablo fue conducido un día al cadalso con otros condenados, y le leyeron la sentencia que le condenaba a ser fusilado por crimen político. Veinte minutos más tarde se le notificó el indulto y la conmutación de su pena. Los tres primeros fueron conducidos y atados a los postes; sabía de antemano en lo que pensaría: toda su ansia era imaginarse, con la mayor rapidez y claridad posibles, como sería aquello: en aquel instante vivía y existía; en tres minutos qué cosa sucedería alguien o algo distinto. Pero confesaba que nada le fue más penoso que este pensamiento: -Si no muriese. Si me devolviesen la vida. ¡Qué eternidad se abriría ante mí! Transformaría cada minuto en un siglo de vida; no despreciaría ni un solo instante y llevaría cuenta de todos los minutos para no malgastarlos.-"

..... fragmentos

-Por lo menos, bueno es saber que cuando la cabeza rueda no sufren mucho.
-Acaba usted de hacer la observación que hace casi todo el mundo y que es cierta. Precisamente la guillotina se ha inventado para evitar sufrimiento. Pero yo pienso siempre: ¿y no será peor así? Quizá a usted se le antoje mi idea ridícula y absurda, pero cuando se tiene un poco de imaginación ¡se le ocurren a uno tantas cosas! Reflexione usted. Si se trata, por ejemplo, de un hombre al cual se somete a la tortura, existe el sufrimiento, las heridas, la agonía corporal que distrae del dolor espiritual, y así, hasta el momento mismo de la muerte, sólo sufre de las heridas. Porque el mayor y peor padecer quizá no es el que infligen las heridas, sino la certeza de que dentro de una hora, de diez minutos, de medio minuto, ahora mismo, el alma se te escapará del cuerpo y dejaras de ser un hombre, y saber que esto ocurrirá fija, irremisiblemente. En la guillotina, lo terrible se concentra en un solo instante, mientras tienes la cabeza expuesta a la cuchilla y oyes como ésta se desliza hacia tu cuello. No vaya a creer que todo es idea mía solamente, sino que así lo piensa mucha gente. Estoy tan seguro de ello, que voy a exponerle francamente mi opinión. Cuando se mata a un hombre legalmente, se comete un crimen mucho mayor que el que cometió el mismo reo. El viajero a quien apuñalan unos forajidos en el bosque tiene esperanzas de salvarse hasta el ultimo momento. Se han dado casos de hombres con la garganta seccionada que no perdían la esperanza de huir, o que pedían que se les perdonase la vida. Y esa ultima esperanza que hace diez veces más fácil morir, desaparece a causa de esa sentencia irremisible: saber que debes morir. La mayor agonía estriba entonces en el hecho de que sabes que vas a morir, y ninguna tortura peor que esa. Durante una batalla puede llevarse al soldado hasta la boca misma de los cañones. No perderá la esperanza hasta el momento mismo en que disparen contra el. Pero léale a ese mismo soldado su sentencia de muerte y romperá a llorar o se volverá loco. ¿Cómo es posible suponer que un hombre sea capaz de soportar una cosa así sin volverse loco? ¿Por qué esa mofa cruel, abyecta, innecesaria? Quizá exista un hombre al que después de haberlo sentenciado a muerte le hayan otorgado el perdón. Sólo ese hombre podría contarnos su agonía. De ese tormento y de ese horror nos hablo Cristo. ¡No, al hombre no puede tratársele así!




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